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Actualizado el 20 de Enero de 2023

Bye Jacinda

Desde Chile debemos estar atentos a esta evolución y fortalecer nuestra coordinación con Nueva Zelandia porque, junto con compartir varias similitudes, nos encontramos en la misma situación de alta dependencia comercial en la cuenca del Pacífico.

Por Juan Pablo Glasinovic
Jacinda Ardern entró sin duda a la galería de líderes que por alguna razón son más valorados y reputados fuera de sus países, probablemente por sus atributos personales y lo que simbolizó.
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Hace unos días, la primera ministra neozelandesa Jacinda Ardern quien asistía al congreso anual del Partido Laborista, anunció sorpresivamente su renuncia a la jefatura de gobierno, efectiva el próximo 7 de febrero. ¿Su razón? Agotamiento. Dijo que ya no tenía la energía necesaria para seguir con la responsabilidad del cargo y por lo tanto no podría servir al país.

Este anuncio generó mucho impacto nacional y mundial porque Jacinda Ardern se había convertido en un ícono, especialmente en el mundo anglosajón y liberal. Adquirió esa connotación con una atípica carrera política donde sumó un historial distinto con una alta empatía y un agudo sentido de la oportunidad política.

Fue criada en una familia mormona (creencia muy minoritaria en Nueva Zelandia) y durante su niñez vivió en zonas rurales, en estrecho contacto con el que es hasta ahora uno de los mayores problemas de Nueva Zelandia, la pobreza infantil. Actualmente 12,5% de los niños neozelandeses son pobres lo que sube a casi el 25% entre los maoríes. Esto fue decisivo en su vocación política, adhiriendo al Partido Laborista a los 17 años.

Tras su paso por la universidad, trabajó con la primera ministra Helen Clark (primera mujer electa en ese cargo y segunda en la historia del país). En 2006, en algo que refleja las todavía estrechas relaciones entre el Reino Unido y sus antiguos dominios de Oceanía, trabajó en el gabinete del primer ministro británico Tony Blair. Después de esa experiencia regresó a su país, postulando exitosamente para parlamentaria en 2008. Fue entonces la diputada más joven en la historia del país, condición que mantuvo hasta 2010. Entre sus prioridades como congresista estaban reducir la pobreza infantil y promover los derechos de la comunidad LGBT. Esto último hizo que se saliera de la iglesia mormona en el 2005, por considerar incompatibles sus creencias con las del dogma mormón. El 2008 y poco antes de su elección parlamentaria, fue electa como presidenta de la Juventud Socialista Internacional, cargo que detentó por 2 años en parte con su condición de legisladora.

En 2017 fue electa sublíder del partido y poco tiempo después, como consecuencia de la renuncia del líder de la agrupación, asumió esa condición. En las elecciones generales de octubre de 2017 el Partido Laborista obtuvo la segunda votación y fue capaz, bajo su liderazgo, de formar un gobierno en alianza con otros partidos menores. En ese entonces y con 37 años, se convirtió en la mujer más joven en detentar la jefatura de un gobierno.

Su ascenso al poder empezó a repercutir mundialmente. En eso influyó su perfil carismático y empático, además por supuesto de su condición de mujer en un área mayoritariamente masculina. Dentro del mundo anglosajón, su liderazgo se convirtió en la antítesis del de Trump, lo que atrajo más atención y prensa.

Al año siguiente de su elección fue madre, siendo la segunda gobernante en ejercicio en tener hijos durante su mandato (tras la pakistaní Benazir Bhutto). Demostró así que se podían conjugar los roles siempre y cuando se contara con el apoyo de la pareja. Así concurrió con su hija de meses a la asamblea general de la ONU en el 2018. Esto sin duda que hizo mucho por la promoción de la mujer en la política y su acceso a las más altas esferas del poder.

En el 2020, con su conducción, el Laborismo obtuvo la mayoría absoluta en las elecciones generales, gobernando por primera vez en solitario después de muchos años.

Durante los casi 6 años que estuvo en el poder, le tocó lidiar con importantes crisis: la matanza de 51 personas en unas mezquitas en Christchurch, el COVID con todos sus efectos sanitarios y económicos y una erupción volcánica. En todas esas situaciones demostró una gran empatía y cercanía con los afectados y fue firme en sus resoluciones para enfrentarlas (prohibición de ciertas armas, cierre de las fronteras, etc.). Esto de gobernar en permanente situación de emergencia, confesó que la terminó agotando.

También en el ámbito internacional le tocó un período complejo, con la agudización de la tensión entre Estados Unidos y China que ha arrastrado a Australia. Nueva Zelandia hasta ahora ha logrado mantener cierta neutralidad en esta dinámica, pero está claro que su margen de maniobra se ha reducido y se incrementan las posibilidades de conflicto con las potencias y especialmente con China.

Jacinda Ardern entró sin duda a la galería de líderes que por alguna razón son más valorados y reputados fuera de sus países, probablemente por sus atributos personales y lo que simbolizó. En Nueva Zelandia en cambio, su popularidad venía cayendo sistemáticamente y son muchos los que piensan que su renuncia se debe en parte a la perspectiva bastante cierta de perder el poder en las próximas elecciones de octubre. Su desgaste interno tiene que ver con la no consecución de la mayoría de sus promesas de campaña. El tema de la pobreza infantil sigue vigente a pesar de los esfuerzos destinados para su superación. La decisión de aislar el país durante el COVID tuvo duras consecuencias económicas que aún no se superan, a las que se suma una alta inflación y la percepción de un auge de la delincuencia.

Tras su renuncia, corresponde que los parlamentarios del partido elijan a quien le suceda por dos tercios, antes del 7 de febrero (este domingo tendrán su primera votación). Si ello no ocurriera, la elección se traspasará a los militantes.

¿Qué deja Ardern y qué desafíos se vienen para su país? En un entorno más incierto y agresivo con un auge del autoritarismo, brilló precisamente por su liderazgo tolerante e inclusivo, independientemente de su efectividad como gobernante para hacer frente a los problemas de su población. Ese liderazgo incluye la libertad de alejarse oportunamente del poder (no importando si primaron las razones personales o el cálculo político) y no aferrarse a él como es la tónica creciente. Por lo tanto, en ese plano, su legado es humanizar y redimir a la clase política, tan vilipendiada globalmente (generalmente con razón) por parecer desconectada de las necesidades de la gente y moverse principalmente en función del poder. Su paso al costado dignifica entonces la política y sienta un ejemplo (e imperativo) para tantos que no están aportando desde sus cargos.

También dejó una huella para las mujeres, mostrando que es arduo pero posible para ellas conciliar la maternidad con la política y el gobierno.

La pregunta que cabe hacerse es cuál será el sello femenino predominante en el gobierno de los países en los próximos años. ¿Es replicable considerando la complejidad de los tiempos o es el momento para la dureza y el antagonismo como serían los liderazgos de Meloni y Le Pen? Habrá que ver cómo recogen el guante las nuevas jóvenes políticas.

Finalmente, para Nueva Zelandia se abre un nuevo período que requerirá de definiciones en materia internacional que conllevarán consecuencias para la nación insular. Como lo mencioné anteriormente, el creciente antagonismo de Estados Unidos con China está arrastrando a los aliados de ambos en dos campos cada vez más nítidos, dinámica de la cual será muy difícil escapar. Esto podría llevar a Nueva Zelandia, por su histórica alianza con Australia, el Reino Unido y Estados Unidos a una colisión con China (similar a la australiana) que seguramente se traducirá en importantes retaliaciones para una economía muy dependiente del comercio con esa potencia. Para mitigar ese probable escenario, Nueva Zelandia debe diversificar sus intercambios y vínculos, y, en esa línea, la región del Asia Pacífico con sus redes que incluye el CPTPP es el camino natural.

Desde Chile debemos estar atentos a esta evolución y fortalecer nuestra coordinación con Nueva Zelandia porque, junto con compartir varias similitudes, nos encontramos en la misma situación de alta dependencia comercial en la cuenca del Pacífico. Otra razón para pensar en la plusvalía de un acuerdo como el CPTPP en tiempos crecientemente complejos.

Bye Jacinda, lo mejor en tu nueva etapa y ojalá que tu relación con el poder cunda como ejemplo.

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