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Actualizado el 26 de Enero de 2023

Tendremos democracia

La Democracia pues, así, con mayúscula, solo se ha podido resultar en lugares de pequeña extensión territorial donde prácticamente todos se conocen cívicamente y mantienen una cierta isonomía cultural.

Por Rodrigo Muñoz Ponce
Aunque es cierto que en aquella época y lugar no cabían las mujeres ni los extranjeros, estas circunstancias han sido superadas, aunque morosamente, y no cambian el sentido de lo que pretendo explicar.
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Rodrigo Muñoz Ponce

Rodrigo Muñoz Ponce es Profesor de Filosofía del Derecho y Presidente del Colegio de Abogados de Arica y Parinacota

Que las democracias occidentales (especialmente las latinoamericanas) no están resultando, es una verdad del porte de una catedral.

Las razones son muchas. Pero esto no debiera sorprendernos, pues la Democracia original, la griega, fue un experimento político que sólo duró doscientos años. En otras palabras, desde hace dos mil quinientos años se ha mantenido en la memoria colectiva un régimen idealizado que hoy tendría menos amplitud que un concejo municipal. Me explico; desde la perspectiva territorial, las ciudades estados griegas tenían las dimensiones, a ojos actuales, de una comuna pequeña. Desde la perspectiva humana, quienes tomaban las decisiones eran ciudadanos, es decir, un grupo de personas que estaban plenamente informadas del acontecer ciudadano y que participaban activamente –no es un eufemismo- en las guerras arriesgando su vida de manera personal. Sócrates, ni más ni menos, fue hoplita y participó no en una, sino en varias batallas. Pero esto era una anécdota. No se les hubiera ocurrido elegir como legislador a alguien sólo por luchar o salir herido. A Pericles, por otro lado, se le acusó con abundantes pruebas de “arreglarse los bigotes” con su amigo Fidias en una de las primeras licitaciones en la historia de las concesiones occidentales: El contrato de construcción del Partenon. No ha evolucionado mucho nuestra naturaleza proclive, cuando se tienen poder,  al abuso.

Aunque es cierto que en aquella época y lugar no cabían las mujeres ni los extranjeros, estas circunstancias han sido superadas, aunque morosamente, y no cambian el sentido de lo que pretendo explicar.

La Democracia pues, así, con mayúscula, solo se ha podido resultar en lugares de pequeña extensión territorial donde prácticamente todos se conocen cívicamente y mantienen una cierta isonomía cultural. Precisamente, el único ejemplo de democracia directa que hoy se utiliza de ejemplo es la de los cantones suizos, lo que confirma esta idea.

La democracia así, más que una forma política donde el diálogo de diferentes intereses junto al debate de buena fe (lo que al final demuestra comunión) para encontrar el bien común, hoy se ha convertido en otra cosa, una mezcla discursiva y emocional que representa promiscuamente conceptos abstractos de igualdad, participación, libertad (con diferentes acepciones, según sea quien lo declare), derechos humanos, entre otros. La palabra deber no se utiliza ni se asocia a la democracia sino cuando se trata de una mecánica responsabilidad: ir a votar. A esa mezquina obligación temporal se ha reducido la Democracia.

En ciudades inmensas, donde existen tribus diversas, donde nadie –salvo unos pocos, vergonzosamente pocos privilegiados-  saben realmente qué proponen los candidatos, es difícil empatizar con este antiguo concepto ateniense. A lo anterior, agreguemos lo más importante: los único beneficiados con la democracia son los políticos, que esmeradamente dejan a la ciudadanía (que no es ciudadanía, tampoco pueblo, sino agrupaciones de masas diferenciadas con intereses propios) sin propuestas verdaderas que no sean más que slogans de campaña. Así no puede haber democracia. Quizás -esto es una pregunta y a la vez una aspiración- alguna vez tendremos democracia.

Pues la verdad, dudo que realmente haya existido alguna vez. 

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