Lula 2.0 y la política exterior de Brasil
Lula se convirtió en una figura internacional, suscitando respeto y admiración por doquier, aunque también críticas internas por privilegiar la agenda externa por sobre los problemas domésticos según sus detractores.
En su anterior presidencia (2 períodos, 2003-2010), Luiz Inácio Da Silva, popularmente conocido como Lula, destacó por un gran liderazgo en asuntos internacionales, tanto en la región como globalmente. En ese papel fue secundado por un excepcional ministro de relaciones exteriores, Celso Amorim, quien lo acompañó durante sus 8 años en el poder.
Entre los hitos de esta etapa destacan la participación regular de Brasil en las cumbres anuales del G8 como invitado (actualmente G7 tras la salida de Rusia), el rol fundamental de este país en la constitución y articulación del G20 (un grupo de cooperación Sur-Sur que jugó un papel fundamental en las negociaciones de la OMC como contraparte de los países desarrollados), la formación, también en buena medida por su impulso del bloque BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), instancia que buscaba coordinar a estas potencias en ascenso, la Declaración de Acción contra el Hambre y la Pobreza en la ONU como parte de los Objetivos del Milenio, la I Cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de América del Sur y los Países Árabes (que en 2010 derivó en el reconocimiento por Brasil de Palestina como estado independiente, lo que fue seguido por otros países de la región), una activa política con África, la jefatura de las fuerzas de la ONU en Haití y la fundación de UNASUR, además del reforzamiento del MERCOSUR.
Lula se convirtió en una figura internacional, suscitando respeto y admiración por doquier, aunque también críticas internas por privilegiar la agenda externa por sobre los problemas domésticos según sus detractores.
En función de su amplia experiencia y estatura internacional, era lógico pensar que en su nuevo mandato volvería a un rol protagónico, al menos en el plano regional, especialmente después del aislacionismo de Jair Bolsonaro. Sin embargo, su estrecha victoria sobre el incumbente y su minoría en el congreso, sumada a la polarización del país, hacía presagiar que iba a tener que concentrar todas sus energías en el plano doméstico, al menos en la primera mitad de su cuatrienio. Ese contexto parece haber cambiado en forma importante, favorablemente para Lula, de la mano del intento golpista de seguidores de Bolsonaro. Producto de aquello, no solo se deslegitimó la posición de su antecesor, también en la práctica tuvo que autoexiliarse en Estados Unidos para no tener que enfrentar a la justicia, ya sea por hechos de su gobierno o por el frustrado golpe de estado. Esto sin duda que despeja el escenario interno al menos por un tiempo, y permite a Lula retomar su agenda externa con un mayor grado de ambición e inmediatez, aunque también con un escenario muy distinto del de su primer mandato. A saber, ahora China es el primer socio comercial y en algunos casos principal inversor en América Latina, lo que genera una creciente inquietud de Estados Unidos que aún sigue mayormente preocupado por temas migratorios y de seguridad, y respecto de nuestra región, quizá nunca estuvo tan poco cohesionada y disminuida frente al resto del mundo como ahora.
Lo anterior se pudo apreciar en la reciente cumbre de la CELAC en Buenos Aires, que marcó la reintroducción de Brasil en el foro, del cual Bolsonaro se había salido. “Brasil está de vuelta en la región y listo para trabajar lado a lado con todos ustedes, con un sentido muy fuerte de solidaridad y proximidad”, declaró el mandatario brasileño en su discurso en la CELAC. “Brasil vuelve a mirar su futuro con la certeza de que estaremos asociados a nuestros vecinos bilateralmente, en el MERCOSUR, la UNASUR y la CELAC”, agregó.
En el plano bilateral, un día antes de la cumbre, Lula tuvo su primera visita oficial a Argentina, instancia en la cual se anunció una ambiciosa agenda de integración entre ambos países, que incluye la creación de una moneda común. Respecto de la viabilidad de esta última iniciativa surgen serias y fundadas dudas, pero si de atraer la atención sobre la nueva sintonía Brasilia-Buenos Aires se trataba, ello se logró plenamente.
En el plano regional ha quedado claro que Lula quiere partir por sus socios del MERCOSUR. Ahí hay dos temas candentes y que requieren de una rápida resolución. El primero es el acuerdo de libre comercio MERCOSUR-Unión Europea, que tardó décadas en llegar a término y que finalmente no se ha ratificado, en parte por la protesta europea ante la depredación de la Amazonía durante el gobierno de Bolsonaro. El segundo es la decisión de Uruguay de suscribir un tratado de libre comercio con China, lo que no es posible dentro del MERCOSUR a menos que se negocie en conjunto o que los otros países autoricen a Uruguay. Ambos problemas están relacionados. En efecto, la frustración por no tener avances importantes dentro del MERCOSUR, cuyo logro máximo sería el acuerdo con la UE, está llevando a sus miembros a considerar opciones bilaterales, aunque sea contra las disposiciones del tratado constitutivo del bloque.
Por eso Lula quiere retomar el tema comercial con la UE, lo que, junto con eventualmente aquietar las aguas dentro de MERCOSUR, repotenciaría a ese bloque y a Brasil en particular, en un mundo más fragmentado. Aparte de tratativas con líderes europeos, ha dejado bien en claro que será prioritario para su gobierno el tema ambiental y la protección de la Amazonía. En su visita bilateral a Uruguay post CELAC le dijo al presidente Lacalle Pou que primero venía el acuerdo con la UE y que después en conjunto siguieran con China. Este insistió en su intención de seguir adelante bilateralmente y está por verse si ello sucede y cómo impactará al bloque esa eventualidad.
En el plano global, Lula ha promovido en los últimos días la formación de un grupo para negociar la paz en la guerra ruso-ucraniana. Así se lo manifestó al canciller alemán Olaf Scholz quien estuvo hace unos días en Brasil. En este grupo, además de Brasil podrían estar India y China, los dos primeros neutrales y el último estrecho aliado de Rusia y por lo mismo con ascendiente sobre Putin. El mandatario brasileño conversó con su par francés Emmanuel Macron de esa propuesta que llamó “club para construir la paz” y espera discutirlo con el presidente estadounidense Joe Biden y el líder chino Xi Jinping, a quienes tiene previsto visitar en febrero y marzo, respectivamente.
Nuevamente y al igual que en el tema de la moneda común, una cosa es el objetivo y otra es la visibilidad de la política exterior brasileña. Puede que esta propuesta sea estéril, pero muestra a un presidente y país hambrientos por volver a incidir en la agenda global.
Brasil se está movilizando nuevamente y tiene la oportunidad de llenar un doble vacío respecto de América Latina: retomar el liderazgo dentro de ella y ser su mayor representante globalmente.
En la primera dimensión, quizá no fue casual la ausencia del presidente mexicano en la CELAC (sin perjuicio de que objetivamente AMLO viaja poco), prefiriendo probablemente no tener que medirse en una zona de clara influencia brasileña como es Sudamérica. México venía reforzando su rol articulador en el hemisferio, lo que se vio facilitado por el retiro de Bolsonaro, pero el retorno de Lula y sus primeras señales, sin duda que tornarán difícil la aspiración mexicana, además considerando los distintos perfiles presidenciales y la tradicional mirada al norte de México por su alta imbricación con la economía norteamericana.
Si alguna vez hubo expectativa de que los gobernantes de Chile o Colombia más recientemente elegidos pudieran tomar un rol protagónico para reimpulsar la anémica integración regional en un interludio de marasmo generalizado, eso ya no ocurrió. El cuadro se reconfiguró y al menos por el momento el actor principal será Brasil.
Lula debe demostrar resultados concretos partiendo por la región en un breve plazo, con el acuerdo MERCOSUR-UE y mantener la cohesión del MERCOSUR. Si logra aquello estará fortaleciendo tanto el rol global, así como el hemisférico de Brasil.
El principal obstáculo que puede enfrentar en sus objetivos es la situación doméstica, ya que, si esta se complica, deberá darle prioridad. Como dijimos al comienzo, la intentona golpista y la reacción interna de rechazo despejó al menos momentáneamente la fuerte polarización, al quedar Bolsonaro y su bando, fuertemente deslegitimados. Pero ello no es garantía que por alguna otra vía la situación se complique y absorba a Lula.
El activismo demostrado por Lula en estas semanas debiera ser una buena noticia para América Latina, pero está claro que todos tienen un rol que jugar y no se puede poner todas las fichas en uno u otro país para avanzar en nuestra integración y proyección al mundo. Mientras no haya un claro liderazgo y su respectiva concertación regional que se traduzca en una rearticulación del rol de Latinoamérica dentro y fuera de su región, nuestros gobiernos deben por lo menos concentrarse en la cooperación vecinal, algo tan básico pero que lleva años mostrando pocos avances o derechamente retrocesos y que es la base indispensable para la viabilidad de cualquier bloque. Lo demás es retórica y esa siempre ha sobrado por estos lares.