¿Tenemos una política exterior de Estado?
Cuando altos funcionarios de la Cancillería desconocen en una reunión aspectos esenciales de nuestra política de Estado, como lo es “lo pactado obliga” o de defender nuestra plataforma continental austral, se socavan los cimientos de nuestra política internacional.
Teodoro Ribera es ex ministro de Relaciones Exteriores y rector Universidad Autónoma de Chile
Semanas confusas atraviesa la política exterior chilena por la impresión de liviandad y desinterés que surge de un audio filtrado desde Cancillería relacionado a temas vecinales, y ante declaraciones del Jefe de Estado respecto de Perú. Sorprende la falta de profundidad con que se abordan iniciativas relevantes para la política exterior, aunque también el desconocimiento de las autoridades responsables de la trascendencia de sus actuaciones. Hay descuido y desprolijidad respecto de materias de alta sensibilidad que comprometen intereses nacionales y, por lo mismo, obligan a una reflexión seria y profunda.
Desde hace décadas, asuntos centrales de la política exterior han sido abordados como “Política de Estado” luego de llevarse a cabo un proceso de convergencia entre distintas corrientes ideológicas, consulta a ex cancilleres y ex Presidentes de la República, líderes políticos, entre otros, generándose así consensos mayoritarios que prevalecen más allá de la contingencia política.
Tan fundamental es esta forma de adoptar decisiones, que la Ley N° 21.080 del Ministerio de Relaciones Exteriores prevé en el artículo 6° un Consejo de Política Exterior compuesto por personas representativas del acontecer nacional y el artículo 7° un Comité de ex ministros de Relaciones Exteriores, ambos justamente orientados a resguardar la política de Estado.
En política exterior se expresan los intereses más genuinos y perdurables de los Estados, los que buscan conservar o acrecentar su poder e influencia internacional. Por ello, estos temas son confiados a un cuerpo de profesionales con un sistema especial de ingreso, una academia diplomática y con rangos jerárquicos y de antigüedad en cada tramo, donde el conocimiento va unido a las formas, pues ellas son otra manera sutil de expresar las sensibilidades y comunicar mensajes.
De ahí que lo ocurrido preocupe. Cuando altos funcionarios de la Cancillería desconocen en una reunión aspectos esenciales de nuestra política de Estado, como lo es “lo pactado obliga” o de defender nuestra plataforma continental austral, se socavan los cimientos de nuestra política internacional.
Si a ello le unimos gestos inamistosos a uno de nuestros vecinos, cuando con un diálogo directo y respetando las formas se podían expresar ciertas preocupaciones, pero se fortalecen las confianzas. La pregunta es si tenemos política de Estado en materia internacional. Chile necesita preservarla, y en ello juega un rol altísimo la intangibilidad de las fronteras, la preservación de las buenas relaciones y el respeto de los derechos humanos. Todo ello es posible de lograr a la vez, sin afectar nuestra vecindad, especialmente cuando la buena relación con Perú es fundamental para controlar la crisis migratoria en el norte.
Bueno sería, por ello, que se aclarara si existe un cambio en nuestra política de Estado o se trata de osadías personales que la Cancillería no ha podido contener. En ambos casos, quien pierde es Chile.