Incendios forestales: imágenes de una tragedia
Durante los incendios forestales, Chile ha sido testigo de liderazgos irresponsables, que han reducido la gestión de lo público, la estrategia política de toda emergencia, a un culto hacia la propia imagen. Heroísmos de cartón o compasión pauteada que prefiguran la superposición de un liderazgo simplista en medio de situaciones complejas.
Las tragedias son inesperadas y ponen a prueba a los seres humanos; toda crisis nos expone a nuestras debilidades y fortalezas como sociedad. Las emergencias despiertan las capacidades latentes para articular solidaridad y desplegar confianzas interpersonales, nos arrebatan las seguridades cotidianas y nos revelan los alcances de nuestra fragilidad. Ya decía Hannah Arendt que la finitud era el margen realista y sincero frente al cual debía medirse todo sueño totalitario, autoritario o caudillista. La soberanía como replica humana de la divinidad no tiene cabida frente a las tragedias, frente a la inevitable incertidumbre mundana que se recrea y evidencia en aquellos tiempos especiales.
Desde ahí las comunidades harán brotar sus liderazgos, sus facilitadores sociales, sus socios comunitarios. Mostrarán la resiliencia y la organización, sus niveles de integración social y comunitaria; sellarán ante sus conciudadanos un compromiso activado ante todo peligro. Por su parte los líderes probarán con realismo o populismo su capital político, su estrategia para enfrentar los contornos de la tragedia.
Seguramente muchos de esos líderes no esperaban tal protagonismo, tal exposición mediática, tal juicio público de la inmediata necesidad. El peligro entonces, como si habláramos de otra tragedia paralela, surge cuando el despliegue de confianza, la transmisión de seguridad y la necesaria empatía dan paso al culto de la propia imagen. Aquí se funden la política y el espectáculo en una dramática bidireccionalidad que frente al exceso banal no encuentra respuesta.
Chile durante la tragedia de los incendios forestales ha sido testigo de liderazgos irresponsables, liderazgos que han reducido la gestión de lo público, la estrategia política de toda emergencia, a un culto hacia la propia imagen. Heroísmos de cartón o compasión pauteada que prefiguran la superposición de un liderazgo simplista en medio de situaciones complejas; el arte de gobernar ciertamente merece más y ante tal prueba insigne de finitud debieran surgir las capacidades conscientemente humanas para transformar lo adverso.
La imagen como fuente de comunicación política, en toda tragedia, no es un resumen sofista de virtudes manipuladas a la fuerza, no es un eslogan, no es una fotografía para concentrar la atención en el líder de turno. Más bien es una oportunidad para dar curso a un liderazgo transformacional, sincero y mundano, un liderazgo en terreno y con vocación de trabajar en equipo. Ante ello, a su vez, toda tragedia nos confronta con nuestras limitaciones y mezquindades políticas. El único provecho por sacar es el de una política anclada en la real espontaneidad, en las virtudes cotidianas, en las fortalezas forjadas al paso de la vida diaria. Todo ciudadano y todo líder se encuentran al interior de una tragedia en un plano de mutua necesidad, recobran las bases del contrato social y confluyen ante las pruebas que se presentan en todo escenario de riesgo.
Por ello, el mayor riesgo es convertir a la política en un espectáculo, en esto radica su cercana similitud al populismo y la simplificación de la realidad. Es difícil darse cuenta cuando el canal y la forma de comunicar, han reemplazado del todo al contenido del mensaje. Debemos estar atentos a esa emergencia porque la ciudadanía que en aquel minuto se moviliza ante lo inmediato luego, en tiempos de tranquilidad, exigirá soluciones duraderas, responsables y a tono con las necesidades. Esa fotografía, la de todo buen gobierno, la de todo buen político, perdurará al igual que las confianzas que nacen tras toda resiliencia.
Enrique Morales Mery es cientista político.
Enzo Cortesi es licenciado en Comunicación.