“El ojo oye”: educación sexual en Santiago
Hay, en efecto, necesidad de educación sexual (hoy más que nunca), pero hay un horizonte más auténtico y humano de posibilidades que no es lícito ocultar.
Felipe Varela es director de Mi Derecho a Educar
Los módulos instalados en 11 liceos de la comuna de Santiago para dispensar a los alumnos preservativos internos (vaginales), externos (pene), lubricantes, maquetas de penes y vaginas, instructivos, aparecen en primer término como una agresión a la vista. No es un fenómeno óptico, hablamos de la vista que percibe la forma y se deleita en la belleza. La que disfruta un atardecer y se conmueve con la generosidad anónima de quien nada tiene. Aquí se presenta a la mirada una imagen fea e incómoda, impúdica y grosera, desafiante y agresiva.
Esta performance municipal serían la respuesta a necesidades expresadas por los propios alumnos. A esto se rebela el sentido común, que duda de la llamada que suscita tal respuesta. Porque más que una respuesta parece ella misma una llamada provocadora y desafiante a los alumnos y a la comunidad nacional, una llamada que pareciera decir “en esto consiste la sexualidad, el resto son vestigios de una sociedad opresora y patriarcal. Anda, consume placer cumpliendo los protocolos sanitarios”.
Porque los argumentos edilicios aluden a la prevención de enfermedades, de embarazos no deseados y de abortos, todo esto en un enfoque “inclusivo y de género”, orientado al placer y respetuoso del consentimiento (faltaba más). Esto sería nada menos que una “propuesta pedagógica” que busca “generar aprendizajes”, una “educación sexual integral”.
El sentido político, más suspicaz, ve detrás de esto la deformación de una necesidad para inducir una única posibilidad; la invención de una llamada para inducir una declaración programática en forma de respuesta.
Muchos alumnos, creo yo, se sentirán tratados indignamente, a la vez que muchos padres verán con indignación la manipulación de la que son objeto sus hijos, ignorando y atropellando su derecho como primeros educadores. Hay, en efecto, necesidad de educación sexual (hoy más que nunca), pero hay un horizonte más auténtico y humano de posibilidades que no es lícito ocultar. Hay llamadas por guía y orientación, pero no son escuchadas en serio, y como respuesta reciben un manual de deshumanización.
Por mi parte, confío cada vez más en la mirada. “El ojo oye” decía Paul Claudel.