¿Cambio de marea en Latinoamérica?
La gran pregunta es si será el momento del populismo como dinámica predominante en la región, tras el fracaso de los gobiernos de derecha e izquierda, o abrirá una oportunidad para que nuevos sectores reformistas pero moderados tomen el control.
Juan Pablo Glasinovic Vernon es abogado
Así como los océanos se rigen por las mareas con el alza o contracción de sus aguas por influencia de la luna, la política también experimenta un fenómeno similar. Un día se produce un ascenso irresistible de un partido, ideología, movimiento o liderazgo y después este retrocede para dar paso a otro. Obviamente la comparación es metafórica y no se rige por períodos precisos como los de las mareas, pero hay algo de esa dinámica y en muchas ocasiones lo avasallador de sus ciclos
El cambio climático ha acentuado la fuerza de las mareas con un aumento de la superficie oceánica producto del deshielo. En paralelo, la política se ha puesto más pendular y América Latina destaca en ese campo, con oscilaciones radicales en poco tiempo. En efecto, entre 2021 y 2022, ocho países tuvieron elecciones generales: Ecuador, Perú, Chile, Honduras y Nicaragua en 2021, y Costa Rica, Colombia, Brasil en 2022. De esos procesos (se excluye Nicaragua por haber sido comicios fraudulentos) siete tuvieron cambio de signo (nuevamente con la excepción de Nicaragua) con seis que pasaron a ser controlados por gobiernos de izquierda y uno alternando a la derecha (Ecuador). Por eso se habla de una segunda “marea rosa” en la región, habiendo tenido lugar la primera a fines de la década de los noventa del siglo pasado.
Si sumamos a México que tuvo elecciones en 2018 y Bolivia en 2020, la mayoría de los gobiernos de Latinoamérica son actualmente de izquierda (asumiendo que esta categoría tradicional se ha vuelto más porosa por la fragmentación del espectro político).
Este giro, como lo he mencionado anteriormente, más que responder a una adhesión ideológica implica un castigo a los gobiernos pasados. Por tanto, el fenómeno pendular se debería más a la búsqueda de una alternativa de solución concreta a acuciantes problemas agravados por la pandemia y los derivados de la guerra en Ucrania, que al auge de una determinada corriente política (aunque los electos crean que sus ideas son las mayoritarias).
Esta causa principal se ve confirmada por la nula coordinación que han demostrado hasta la fecha nuestros países en todos los ámbitos. La afinidad ideológica no ha tenido ningún impacto real más allá del nivel discursivo y América Latina debe estar en uno de sus puntos más bajos en cuanto a su relevancia e influencia mundial. La verdad es que, en estos días, básicamente contamos solo como fuente de materias primas y alimentos, sin siquiera la capacidad para sacar provecho regional de estos factores que, en un contexto de escasez, cambio climático y transformación energética, son cruciales.
Además, el panorama es bastante desalentador desde la perspectiva de la mejoría de las condiciones de vida de la población. A la fecha, prácticamente todos los gobiernos se han visto entrampados, sin poder cumplir con sus promesas transformadoras y de mayor bienestar. La población está perdiendo la paciencia, y lo que es más grave, la fe en que la democracia representativa puede solucionar sus problemas.
En México, su presidente puede ser la excepción en términos de popularidad en la región. Mantiene un sólido respaldo, pero lo suyo es más bien un liderazgo personal, que difícilmente podrá endosarse.
En Bolivia, hay un doble conflicto interno: entre el gobierno central y la mayoría de las regiones (con gobernadores y exgobernadores opositores encarcelados), y en el seno del partido gobernante, el MAS, entre el presidente de la república Luis Arce y su predecesor Evo Morales (quien quiere volver al poder). Además del conflicto político, el país está atravesando una delicada situación económica con un déficit fiscal creciente y la falta de divisas. Esto empujó al gobierno a estatizar los fondos de pensiones, proceso que culminará ahora en mayo.
Aunque las próximas elecciones generales son el 2025, se vislumbra muy difícil que el MAS retenga el poder y si lo hace será por la división de la oposición, pero probablemente en ese caso deberá gobernar en alianza con otros y ceder en temas como otorgar mayores atribuciones a las regiones.
En Ecuador el presidente Lasso ha tenido que concentrar sus energías en la crisis de seguridad y en sobrevivir a los múltiples intentos por sacarlo. Su permanencia en la jefatura del gobierno se debe más que todo a la fragmentación política y a la falta de una alternativa creíble. Sin embargo, quedan dos largos años hasta las próximas elecciones y alterar el actual escenario se ve muy difícil, lo que significa que, salvo sorpresas, lo que resta será una gestión de administración. Esto sumará descontento y podría volver a abrir las puertas al correísmo (y al expresidente Rafael Correa).
En Perú, llegó al poder por primera vez desde la dictadura de Fujimori una opción de izquierda, de la mano de Pedro Castillo. Su absoluta inexperiencia, sumada a una minoría en el congreso, lo llevaron a una permanente pugna con la oposición y los otros poderes del Estado que trató de resolver con un autogolpe, el que afortunadamente fracasó. Constitucionalmente fue reemplazado por quien ocupaba la vicepresidencia, Dina Boluarte. En el nuevo contexto, los planes más radicales del programa de Castillo quedaron en el olvido y la prioridad es recuperar la institucionalidad y favorecer el crecimiento económico, quedando un signo de interrogación para lo que resta del actual período presidencial hasta las próximas elecciones que, si no hay reforma, tendrán lugar en el 2026. Sobre qué puede venir después, es muy temprano para decirlo en un escenario tremendamente dinámico.
En Chile, la coalición gobernante, que ganó masivamente en segunda vuelta presidencial, pero sin mayoría parlamentaria, llegó con el declarado propósito de hacer transformaciones radicales, partiendo por elaborar una nueva constitución. Durante la mitad de su primer año de mandato, su gestión e iniciativa estuvieron prácticamente paralizadas, apostando todo al tema constitucional, para cosechar una histórica derrota en el plebiscito de salida. Desde entonces ha tenido que hacerse cargo de una grave crisis de seguridad y un complejo panorama económico, cediendo poder, tanto por razones políticas como por la falta de cuadros capacitados, al sector socialdemócrata de la alianza. Lo que empezó como un gobierno radical ha tenido que moderarse por la fuerza de la realidad y las expectativas de los chilenos. Aunque restan casi 3 años para el término del período, se vislumbra muy difícil una continuidad del mismo signo. El principal legado de este gobierno sería una nueva carta fundamental, que podría implicar un cambio, por sus reformas políticas, en las tradicionales coaliciones que hemos visto, generando hacia adelante un nuevo sistema de alianzas inconcebible hoy. Por verse en un país mucho más difícil de prever.
En Colombia, llegó al poder el exlíder guerrillero, alcalde y senador Gustavo Petro, poniendo fin al ciclo de alternancia entre conservadores y liberales, de la mano de una heterogénea coalición de movimientos y partidos que nunca habían manejado el estado, más allá de su presencia en el parlamento o en los gobiernos locales.
Al igual que sus pares de Perú y Chile, enarboló la promesa de profundos cambios. Y a diferencia de los casos anteriores, parecía haber construido una mayoría parlamentaria en negociaciones con parte de la oposición. Sin embargo, ese consenso o buena voluntad inicial se ha ido agriando y los principales proyectos del gobierno de Petro no han podido avanzar, o no como él lo esperaba. El último tropiezo importante fue la falta de quórum para su reforma de salud, lo que desató un importante ajuste ministerial, con el recambio de siete ministros, incluyendo hacienda y salud.
Parte del problema del entrampamiento actual en el programa gubernamental tiene que ver con la propia personalidad presidencial. Petro es obcecado e impaciente, lo que lo hace chocar frecuentemente con la realidad. No asume que sin mayoría en el parlamento no se puede imponer y debe transar. Pero esto último parece serle difícil de aceptar, de ahí el escalamiento de las trifulcas políticas que solo terminan perjudicando aún más sus planes. De seguir en esa dinámica, se quedará empantanado como varios de los gobiernos ya referidos.
Respecto de su proyección, muchos sitúan a su gobierno como el de transición hacia un nuevo ciclo político, por lo que probablemente no será sucedido por algún partido o alianza tradicional, sino por nuevas configuraciones que están plasmándose en estos años.
En lo que concierne a Brasil, el presidente Lula está apostando por la agenda externa como una forma de fortalecer su figura para apuntalar su débil posición interna, con minoría en el congreso. Como toda apuesta, puede salir mal. Ya en su anterior mandato se le acusó de descuidar el plano doméstico. Es muy temprano para saberlo y habrá que esperar como se conducen los cambios que pretende impulsar en el ámbito social principalmente.
En 2024 hay elecciones generales en Argentina y Paraguay. En el primer caso, sería casi un milagro que el gobierno se reelija, aunque en la Argentina todo es posible, en especial si se considera que el peronismo es una ideología que cubre todo el espectro. Menem era de derecha y Kirchner de izquierda. Como en muchos otros países de nuestra región con gobiernos desprestigiados, el ganar o perder radica más bien en la oposición y si es capaz de demostrar unidad y capacidad como alternativa para conducir el gobierno. Pero si solo nos atenemos a la gestión, la de Alberto Fernández ha sido desastrosa. Tanto así que renunció a ir a la reelección.
Básicamente porque la mayoría de los gobiernos de la “marea rosa” no está cumpliendo con las expectativas populares ni diferenciándose de sus antecesores en cuanto a resultados (empeorando incluso su situación en algunos casos), es muy factible que se produzca otra marea de distinto signo, partiendo por Argentina el año próximo.
La gran pregunta es si será el momento del populismo como dinámica predominante en la región, tras el fracaso de los gobiernos de derecha e izquierda, o abrirá una oportunidad para que nuevos sectores reformistas pero moderados tomen el control.
Hasta ahora parece que el populismo tiene ventaja y seguirá progresando en un ambiente polarizado y de ineficacia gubernamental, especialmente en materia de seguridad. Pero también se ven signos alentadores de personas y agrupaciones que resisten la polarización y buscan tender puentes para encontrar soluciones que beneficien a todos. El problema es que la estridencia y los ofertones inmediatistas parecen ser más seductores que un programa bien hecho, así como volver al sentido original de la política, que es avanzar en la medida de lo posible, sin atajos ni imponerse a la fuerza sobre los otros.
El tiempo corre rápido y se aproximan las próximas elecciones.