El péndulo no es equilibrio…
Los que ganaron no deben creerse los mejores y los que perdieron no deben pensar en la revancha. Solo tienen que asumir una obligación fundamental: Diseñar un país para vivir.
Guillermo Bilancio es consultor en Alta Dirección
El resultado electoral del domingo 6 de mayo, parece ser un punto de inflexión en el escenario político, no solo chileno, sino también un indicador regional.
La relevancia no es solo por la contundencia del triunfo, que tal vez es la misma que tuvo el triunfo del lado opuesto en la elecciones presidenciales que llevaron a Gabriel Boric a La Moneda, sino que define un modelo cultural de país que excede al análisis político. Un modelo de apariencia pendular. No de equilibrio.
¿Acaso el triunfo republicano es la derrota del intento de transformación?
¿Se eligió evolucionar o mantener un statu quo (un sistema conocido) aún en un mundo cada vez más diferente al que fue?
¿Acaso en un mundo en movimiento, la idea de no cambiar y conservar no implica ser revolucionario?
Sabemos que vivimos una era de inmediatez, y eso se manifiesta en insatisfacción por el hoy, por aquello que desde lo simbólico o material no se puede alcanzar, o por sostener lo que se tiene por temor a perder o aprovechar espacios de oportunidad (o debilidad) para ser cada vez más poderoso. Pero todo desde lo inmediato.
Sabemos también que es un mundo en el que la individualidad se confunde con la falta interés, y dónde lo colectivo anula las intenciones individuales. De ambos lados, sobresale la mezquindad. Minimizando la satisfacción individual y fracasando en el intento de maximizar lo grupal.
Este proceso constituyente (Aunque Silva y otros republicanos lo reniegan) es decididamente la confirmación democrática del modo de pensar, de vivir y de actuar de la mayoría de quienes habitan este país. Y que sea democrático le otorga legitimidad a la conversación política, que no es otra cosa que alcanzar acuerdos en términos de inmediatez con largo plazo.
Para esto será necesaria la cuota de pragmatismo y eso implica integración de ideas. Desde una única ideología no se puede resolver el bienestar y la convivencia.
Esa postura “pragmática”, exige a los extremos dejar de lado la confusión entre metafisica y politica, ya que los dioses y las religiones no tienen que ver con esto. Y para peor, dividen. Y desde la división será imposible construir las bases de un país moderno. Un país moderno no es pendular, sino equilibrado. No va de un lado a otro, sostiene una posición generando matices según las circunstancias.
Un país moderno se piensa, como siempre, desde un propósito de bienestar y prosperidad, lo que no se logra ni desde la solidaridad absoluta del Estado, ni tampoco fomentando la supervivencia del más apto.
Un país moderno requiere un Estado presente y eficiente para resolver los temas eternamente no resueltos, como la educación pública; la salud; la seguridad social; la seguridad ciudadana. No podemos dejar esos temas al libre albedrío de las personas. Pero tampoco en las manos de un sheriff. Resolverlos implica pensar en equidad a partir de las diferencias.
Pero para que el bienestar sea posible, se require generar riqueza a partir del crecimiento responsable de quienes emprenden e invierten. Ellos requieren plasticidad y una estructura jurídico legal favorable para competir y expandirse.
Como vemos, una integración social con un capitalismo expansivo. Pragmatismo.
Una constitución debe conducirnos a un país deseable a partir de definir el significado del Estado, lo que implica el bienestar, la estructura de gobierno en sus tres poderes independientes, y asegurar los beneficios de la libertad responsable con equidad social (que no se entienda como igualdad, por favor) y con eje en la convivencia pacífica.
Claro que lo deseable no necesariamente es posible, pero estamos frente a la posiblidad de definir lo posible con variables controlables. Para eso, será fundamental neutralizar la henmiplejía y la hipocresía de los extremos para no mirar a la sociedad con un solo ojo.
Otra vez, privilegiemos el equilibrio al péndulo.
Los que ganaron no deben creerse los mejores y los que perdieron no deben pensar en la revancha. Solo tienen que asumir una obligación fundamental: Diseñar un país para vivir.
En definitiva, un país en el que cada uno de los chilenos sea, cada vez más, responsablemente libre. Hoy y mañana.
¿Será posible?