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Actualizado el 28 de Mayo de 2023

El equilibrio entre el caos y el orden

Cortar con los extremos es cortar con la falta de diálogo, con la prepotencia, con un estilo anárquico que hasta pone en riesgo una democracia que tanto costó conseguir y que nos puso en el mundo en un lugar de privilegio que nunca tuvimos.

Propongamos el equilibrio, y la moderación con evolución. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Guillermo Bilancio

Guillermo Bilancio es consultor en Alta Dirección

Los extremos, en la vida social, política y religiosa, viven permanentemente del caos. En el espacio político, tanto para la ultraizquierda como para la ultraderecha, el caos es lo que se contrapone a la paz social, la que no es y nunca será un buen negocio para lograr su locura de poder infinito. Si claro, hago un sinónimo de estos dos extremos dónde la libertad, y potencialmente la democracia, son simplemente una quimera.

Los políticos extremos viven del caos, y se autodefinen como el orden acusando de caóticos a los que están en la otra vereda. Ambos necesitan del caos, pero no de ese caos innovador y rupturista que genera un proceso de equilibrio positivo para la sociedad, sino aquel que busca la supremacía para el abuso del poder y por ende, un proceso de destrucción progresiva del tejido social.

Estos dos extremos viven a costa de sus rebaños. Cuando el rebaño de izquierda adquiere poder, es necesario un contrapeso generando un rebaño de derecha para poder conservar la antinomia. Y viceversa. Se alimentan mutuamente para sostener la exaltación de la sociedad, llevándola del éxtasis a la depresión en un movimiento pendular de corto plazo.

Es que la búsqueda de los extremos es transitoriedad permanente. Lo demás es aburrido.

En tal sentido, una sociedad agrietada y envuelta en la confusión por insatisfacción, le da paso a la bipolaridad. Todo comienza con el fervor de un relato esperanzador que exacerba la energía, típica de los maniáticos (con todo respeto) que hasta pierden la noción de la realidad con tal de sostener la experiencia religiosa que los fanatiza. Un fanatismo que no es “a favor de un modelo”, sino que es “en contra” de lo que propone el religioso de enfrente.

Pero esa sociedad adormecida por el humo encantador de un relato intransigente, al darse cuenta de que forma parte de un rebaño abusado, sufre episodios depresivos, poca motivación, falta de interés, cambios en el humor. Y allí aparece el péndulo. De un lado al otro por temor, y el temor vende.

Algunos politólogos especialistas definen que la última votación en Chile demuestra que la sociedad no es pendular, sino que tiende al equilibrio. Podemos dar estadísticas, datos, números acordes a nuestra manera de ver el equilibrio, pero no podemos afirmar que los republicanos, por ejemplo, representan el equilibrio. La elección de la constituyente claramente es una muestra de bipolaridad, dónde la ciudadanía no tiene claro en que está a favor pero sí de lo que está en contra. Energía y depresión instantáneas.
Hasta se duda que este nuevo intento constitucional, dónde la mayoría de los constituyentes son “hijos” del modelo de Jaime Guzmán, aprueben el resultado en un plebiscito. Otra vez el péndulo.

Entonces, ¿Qué es el equilibrio entre este caos y este “orden” si son conceptos que se potencian mutuamente?

La transitoriedad de estos años terminó con las mezclas moderadas en el discurso político, aunque todo lo relacionado con la gestión del Estado siga su rumbo por inercia de décadas anteriores.

La social democracia y la democracia liberal son los que deben proponer y volver a jugar ese juego político que puede resultar aburrido, pero que en definitiva es el que hizo de Chile un país “vivible”.

Ni el ultraprogresismo que resulta ajeno a nuestra cultura, y que propone una modernidad inconsistente, ni el conservadurismo religioso que nos traba, que privilegia la imagen de seguridad y el statu quo por sobre la libertad. Ojalá el ciudadano de la calle se dé cuenta que todo tiene que ver con el pragmatismo y la acción, y no con un fervor religioso. La metafísica no debemos mezclarla con la política. Sería una mezcla explosivamente destructiva.

Cortar con los extremos es cortar con la falta de diálogo, con la prepotencia, con un estilo anárquico que hasta pone en riesgo una democracia que tanto costó conseguir y que nos puso en el mundo en un lugar de privilegio que nunca tuvimos.

Propongamos el equilibrio, y la moderación con evolución.

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