Cancelación de Fernández y credenciales democráticas de Allende
La reciente defenestración de Patricio Fernández nos recuerda la grotesca figura de Felipe Igualdad, el Duque de Orleans, que abrazó con adolescente entusiasmo la Revolución Francesa, traición que no lo eximió de morir guillotinado por el Terror en 1793.
La reciente defenestración de Patricio Fernández nos recuerda la grotesca figura de Felipe Igualdad, el Duque de Orleans, que abrazó con adolescente entusiasmo la Revolución Francesa, traición que no lo eximió de morir guillotinado por el Terror en 1793. La analogía resulta perfecta, pues cuando Fernández fue elegido constituyente de la fracasada y derrotada Convención que quiso mutar el Chile unitario en una nación plurinacional, sometida al cerrojo del veto indígena, él se transformó en el “guaripola del Apruebo y de la deconstrucción del Chile histórico”, como ─en estos días─ su colega en esa convención, Renato Garín, le ha enrostrado. Lógico, si casi siempre votó imbricado con el extremismo frenteamplista. Hoy constatamos que haber recurrido al antifaz de Felipe Igualdad, a Fernández tampoco le sirvió de escudo frente al fanatismo cultural imperante.
El episodio de intolerancia vivido por este asesor presidencial y coordinador de la conmemoración de los 50 años, nos recuerdan el eco del estridente grito de guerra del MIR y demases extremistas (es la hora de luchar, basta ya de conciliar) y nos rememora al último Allende (aquel que creó OLAS ─en 1967─ una ONG destinada a promocionar la lucha armada en Latinoamérica).
Aunque los intentos de la izquierda chilena e internacional por martirizar la figura de Allende nunca han cesado, el “desliz de Fernández”, que llevó a su cancelación, muestra que hoy perdura el ideario allendista posterior a OLAS, pues los frenteamplistas y el buenismo no le perdonaron al asesor y coordinador su titubeo. Interpretaron que con tal vacilación había profanado las credenciales democráticas del doctor Allende.
Con esa finalidad ensalzadora, desde hace algún tiempo se insiste que el mismo día en que se produjo la caía de Allende, el depuesto presidente ─a través de cadena nacional de radio─ iba a comunicar a la ciudadanía la realización un plebiscito para dirimir la continuidad de su gobierno.
A nuestro juicio, ello no es más que un romo engranaje que, como todo mito, carece de sustento, izado tácticamente por la izquierda, el Frente Amplio y el buenismo, ya que esa convocatoria era jurídica y políticamente inviable.
1) Herramienta inexistente: Hay una razón institucional poderosa para descartar la hipótesis de la pertinencia de ese plebiscito. De acuerdo con la Constitución (de ayer y de hoy) no se pueden realizar otras elecciones y plebiscitos que los dispuestos en la Carta Magna. El que supuestamente pretendía anunciar Allende no estaba previsto, como lo confirmó su ministro de Justicia de la época ─el comunista Sergio Insunza─ en una pretérita entrevista periodística. Si lo hubiera impulsado se habría saltado otra vez más la Constitución, engrosando así la larga lista de infracciones, abusos o excesos cometidos bajo su gobierno, como lo constató la Cámara de Diputados en su acuerdo del 22 de agosto de 1973.
2) Efecto “anestesista”: Una crítica recurrente a Allende en aquellos tiempos era que muchas de sus declaraciones no se condecían con sus actos, es decir, había una completa disociación entre sus palabras y sus actuaciones. Así lo advirtió el exdiputado DC Claudio Orrego a Patricio Aylwin (mayo 1973): “Si Allende se mantiene en su función de «anestesista» del Gobierno esto no sería más que una nueva postura publicitaria para comenzar a aparecer como víctima y no como responsable de todo lo que viene”. Así también lo graficó el académico y premio nacional José Rodríguez Elizondo (2023), quien sostiene que “mientras (Allende) jugaba con la idea de un plebiscito, en cuya eficacia tal vez no creía, se iban ordenando en su mente las que serían conocidas como sus «últimas palabras»”. Haber analizado convocar a un plebiscito con algunos de sus cercanos no prueba que tuviera una intención real de llevarlo a cabo.
3) Ganar tiempo: Asimismo, aquel ministro de Justicia ha reconocido que el coqueteo de Allende con tal convocatoria solo buscaba “ganar tiempo”, que era una amenaza suya de movilizar “la fuerza revolucionaria”, pero que era irrealizable pues “los socialistas siempre estuvieron en contra de llamar a plebiscito”.
4) Apoyo popular esquivo: Aunque el primer año de su gobierno le permitió gozar de un amplio apoyo ciudadano, producto de las medidas económicas adoptadas, imprimiendo billetes en forma descontrolada, a partir de las elecciones parlamentarias de marzo de 1973, donde el doctor Allende no logró el control mayoritario del Congreso, su aprobación popular comenzó a desvanecerse. En esas condiciones, según el académico de Stanford William E. Ratliff, Allende no se atrevió a convocar a un plebiscito porque sabía que la mayoría se oponía a su programa revolucionario (1973).
Es un hecho que Allende llegó al poder de manera democrática. Pero al mismo tiempo, la evidencia (entre otra, su iniciativa para crear y liderar OLAS) pone en entredicho las credenciales democráticas del último Allende, y de sus actuales herederos, quien seguirá ocupando un sitial histórico preferente a la hora de buscar responsables del desenlace en el 11 de septiembre. Así, coincidimos con las palabras del académico José Luis Cea cuando afirma que se ha construido “el mito más grande en la historia chilena (al) sobredimensionar la estatura de Allende como estadista y político honesto” (1975).
No hay nada que hacer, pero vestirse de Felipe Igualdad termina pasándote la cuenta.