Cumbre CELAC-UE: ni mucho, ni poco
Juan Pablo Glasinovic es abogado
Hace unos días, entre el 17 y 18 de julio, se llevó a cabo en Bruselas la tercera cumbre entre la Comunidad de los Estados Latinoamericanos (CELAC) y la Unión Europea (UE). Esta es la instancia que reúne a ambas regiones (33 y 27 países respectivamente) con una regularidad bienal, aunque el último encuentro tuvo lugar en 2015. El largo interludio responde a distintas circunstancias imputables a ambas partes, pero principalmente a nuestra región por su fragmentación e introspección. De hecho, la CELAC estuvo a punto de fenecer (como tantos otros esquemas de nuestra región), pero fue rescatada in extremis por el presidente mexicano AMLO, en lo que sea tal vez su legado más importante en materia regional, quien tras reactivarla y hacer una cumbre le pasó la posta a Argentina en 2022, la cual a su vez lo hizo con San Vicente y Las Granadinas este año.
Esta cumbre fue impulsada por la UE, fruto de una decisión estratégica de tratar de construir una alternativa a la puja bipolar Estados Unidos – China. Y, la opción principal en esa línea es América Latina, por razones históricas, culturales y económicas. En efecto, además de la relación originada en la colonización y el movimiento migratorio de siglos, la UE es el primer inversor en Latinoamérica y el Caribe con 35 % de la Inversión Extranjera Directa (IED) del total que recibe la región, es el tercer socio comercial después de Estados Unidos y China y uno de los principales proveedores de fondos de cooperación internacional.
Desde esa sólida posición y azuzada por el incremento de la tensión en la competencia entre las superpotencias, la UE ha lanzado una nueva ofensiva de seducción hacia nuestra región, que busca generar masa crítica para una tercera vía, al mismo tiempo que mejorar su posición económica y su influencia política.
En ese esquema no es casual que la cumbre haya tenido lugar bajo la presidencia española del bloque ni tampoco la nutrida agenda de visitas europeas durante los meses previos, incluyendo por el lado institucional de la UE a Josep Borrell, alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea y a su presidenta Úrsula Von der Leyen. Mientras la segunda visitó a México, Chile, Argentina y Brasil, Borrell visitó otros países, siendo su misión más reciente a Cuba, con el objetivo de asegurar su concurrencia y colaboración (con su influencia en Venezuela y Nicaragua).
Si medimos la cumbre por su concurrencia, esta fue un éxito, con todos los países invitados presentes representados por más de 50 jefes de estado y gobierno. En 2017 la reunión se había caído por las diferencias en torno a la participación venezolana”.
Si revisamos la declaración de la cumbre que es siempre el fruto de la negociación general, con lo difícil que es lograr el consenso de 60 países, queda en evidencia el esfuerzo que hicieron las partes, pero particularmente los europeos para lograr avances concretos en esta relación transatlántica. En ese sentido, es interesante analizar las concesiones que hicieron las partes y el peso o huella de ciertos países en las tratativas.
Por el lado Latinoamericano dejaron su impronta individual en la declaración Cuba, con un párrafo específico condenando el bloqueo económico contra la nación isleña. También Colombia con otro párrafo de apoyo a las tratativas de paz con la guerrilla.
Venezuela tuvo su mención con el apoyo al proceso de diálogo gobierno-oposición con la mediación de México.
Argentina, en sintonía con su condición de campeón mundial de fútbol, hizo literalmente un gol desde media cancha con el tema Malvinas, logrando por primera vez un párrafo al respecto, en el que se menciona que hay una “cuestión de soberanía”. Por supuesto esto desató la inmediata molestia del Reino Unido, cuya posición ha sido siempre de que tal cuestión no existe. Acá Argentina aprovechó hábilmente la salida británica del bloque europeo y las tensiones y resentimientos derivados del Brexit entre los antiguos socios de la UE. Su victoria táctica -una vez introducido el tema en una declaración, es muy probable que sea recogido en otras- demuestra la consistencia y constancia de la política territorial argentina.
Colectivamente Latinoamérica y el Caribe obtuvieron el compromiso de inversiones europeas en condiciones ventajosas para los destinatarios, incluyendo las dimensiones ecológica y social. Se constituye un vehículo de inversiones europeas denominado “Global Gateway”, con un paquete de 45.000 millones hasta 2027, para unos 130 proyectos en los cuales predominan la energía, el transporte, la infraestructura, las telecomunicaciones, la ecología y la salud.
Por el lado europeo, además de relanzar el diálogo interregional y asegurar su continuidad, el objetivo como señalé es profundizar la relación económica, pero asociándola a un diálogo político y a la cooperación, para diferenciarse de Estados Unidos y especialmente de China, mejorando su posición frente a ambos. Junto con ello, la UE busca apuntalar su seguridad consolidando el acceso a minerales estratégicos y al suministro energético.
En cuanto a la concesión que exigió perentoriamente el bloque europeo está la referencia a la guerra en Ucrania. Si bien no se menciona a Rusia, por la oposición de varios países latinoamericanos, hay una condena a la guerra y se reitera en varias oportunidades el respeto al Derecho Internacional y a la integridad territorial de los estados, lo que indirectamente es una manera de invalidar cualquier pretensión rusa de anexión.
La declaración fue suscrita por todos los países, con la excepción de Nicaragua, en solidaridad con Rusia.
Las cumbres siempre son una oportunidad para hacer política bilateral, regional e interregional. En ese ámbito quedaron en evidencia las diferencias latinoamericanas respecto de la cuestión de Ucrania. Mientras para algunos como Brasil, se arguye que esto se funda en la necesidad de fortalecer la autonomía estratégica regional frente a otras potencias, para otros como Chile se debe privilegiar el respeto del Derecho Internacional, los Derechos Humanos y el multilateralismo. Esta diferencia se da además entre lideres de izquierda a lo que se suma una cuestión generacional. La pregunta es qué visión prevalecerá en el sector, lo que sin duda irradiará a la política exterior.
Desde mi perspectiva, aunque esta cumbre no tiene nada espectacular que exhibir, logró reunir a nuestras regiones y volvió a enrielar el proceso aprendiendo de la experiencia anterior.
Lo que no está claro es si la voluntad europea, claro motor de esta instancia, contará con una respuesta a la altura de nuestra región. Ahí está el mayor riesgo, porque para bailar se requieren dos y Latinoamérica y el Caribe atraviesan por una coyuntura de mucha división que requiere de un gran esfuerzo de concertación. Si esto no se logra, entonces hay poco que esperar.
La pelota está en nuestra cancha y hay mucho que ganar, pero más que perder si no estamos a la altura. Hay que reforzar la diplomacia regional y el diálogo de alto nivel entre nuestros líderes.
Una cumbre que abre un camino, pero de desenlace reservado. Continuará.