El lío Jackson y lo que sigue
La explosión del “Jacksongate” evidentemente descomprime el ambiente y, por suerte, resta argumentos para perseguir al Gobierno (excepto que afloren nuevos…) y obliga a los políticos contrincantes a sentarse a razonar, discernir, legislar y ejecutar.
Tomás Szasz es abogado.
Finalmente, el viernes último, el presidente, supuestamente después de varias conversaciones con
el ex ministro y su entorno, procedió a “aceptar” su inevitable retiro del Gobierno, hecho mediante
una pomposa renuncia, de cuyo texto no queda duda que su convicción de superioridad ha quedado intacta.
Del dolorido discurso de despedida de su íntimo amigo, Boric subrayó lo invariable de esa creencia, generalizada en la joven generación que tomó La Moneda, supremacía que con el avance de su travesía tuvo que recurrir, sin embargo, a media docena de “viejas y viejos” de la por ellos tan desdeñada y vapuleada Concertación.
El retiro de Jackson no significa que su ausencia oficial disminuya su influencia sobre su -desde los
años universitarios- tan inseparable amigo Gabriel. No cabe la menor duda que su corrosivo ascendiente seguirá detrás de las bambalinas.
Si el ex ministro tuvo o no directa o indirecta participación en organizar y ejecutar los ya
innumerables chanchullos con las platas del “pueblo” que diariamente siguen destapándose, ya
tiene poca importancia. El escándalo de la corrupción de fundaciones ha sido un buen argumento
para que la oposición se deshaga de otro integrante del círculo de hierro de Boric, quedándose
ahora sólo Camila Vallejo.
La presión ejercida principalmente por los republicanos, apoyada por gran parte de los políticos de
oposición y más de una persona oficialista, de repente se desinfló; cosa que era de prever y
también necesaria para – ojalá – terminar con tanta copucha y tanto escandalillo enano que
opacaron por completo su papel de conducir el país, tanto al ejecutivo como al legislativo.
Tamaño cotilleo público ya tiene harta a la población que solo quiere que arreglen sus cada vez más
numerables problemas: seguridad, terrorismo, pensiones, educación, salud y otros etcéteras hasta
ahora tapadas por los escándalos.
Lamentablemente, las aún irresolutas controversias en torno a una nueva Constitución
representan una nueva distracción de las preocupaciones citadas.
La inesperada irrupción e insólito peso decisivo del Partido Republicano es más que preocupante. Ya en las elecciones presidenciales, su férrea competencia con la extrema izquierda potenciaba un fraccionamiento cada vez mayor del país. En la misma forma como su contrincante -y ganador- de turno
consiguieron sus votos porque no había otra opción; es indudable que ambos candidatos recibieron muchos votos emitidos por electores lejanas/os de los ideales extremos que Boric y Kast representaban. Pero eran los únicos elegibles.
La explosión del “Jacksongate” evidentemente descomprime el ambiente y, por suerte, resta
argumentos para perseguir al Gobierno (excepto que afloren nuevos…) y obliga a los
políticos contrincantes a sentarse a razonar, discernir, legislar y ejecutar.
La actual composición del Parlamento otorga esperanzas que las reformas gubernamentales se enmienden razonablemente bien, si es que no se rechazan y obligan a pasar otro año sin resoluciones. Los “logros” hasta ahora alcanzados por la administración Boric, con los que el renunciado ministro golpeaba su maltrecho pecho, en su mayoría son beneficios estatales que aún no tienen respaldo financiero y más bien aumentan la presión sobre la inflación.
Para tener el respaldo a tanta dádiva y perdón estatal (el anhelado Estado Benefactor…) se necesita mucha plata. El aumento de impuestos solo es efectivo si los pagadores tienen recursos; un país sin crecimiento no tiene la capacidad para solventar un programa idealista y su ejecución llevaría inevitablemente al empobrecimiento de la mayoría, a una sociedad gris y apática a semejanza de Venezuela o, peor, Cuba.
Lo más probable es que los republicanos dejen el borrador de la nueva Carta tan cambiado a su
gusto que la mayoría de los votos –obligatorios de nuevo- lo rechacen. Y, más que presumible,
parece que esta es la intención final del PR…
Lo único que nos haría falta es una Constitución de extrema derecha, con retrocesos fanáticos, que nos lleven a una semi-dictadura tipo Bukele; pues de la prédica republicana hasta ahora no surge otra esperanza y es imposible imaginar que la centroderecha llegue a suficientes acuerdos con la izquierda para rechazar muchas enmiendas atávicas propuestas y tenga la capacidad unida – me refiero, para forma mayoría – para crear un texto aceptable por la mayoría del país, modificando solo apenas el borrador de expertos.
Creo que solo con dos cosas se podría enderezar la ruta de Chile para un futuro promisorio y, a
estas alturas, no muy cercano.
Una de ellas es llegar a la aprobación de reformas que faciliten tanto a la inversión, como el crecimiento, producción, seguridad y salud. Es una tarea inmensa, pero hay que crear las condiciones para que arranque de una vez. Otra es la formación de una fuerza política cuyo balance es el centro; una que abarque desde la centroizquierda hasta la centroderecha la voluntad de crear un país moderno y próspero. Que sea más fuerte que cualquiera de los extremos.
Nada de esto podría realizarse sin la total independencia de los distintos poderes, ni con la
inclinación de alguno de ellos hacia un extremismo político en desmedro del interés general del
país.
Si no habrá una Constitución nueva, la actual puede modificarse hasta cambiarla totalmente
si fuese necesario. Pero ni eso, ni la aprobación de la que está en discusión resolverá los dilemas
de hoy; solo podrá señalar un camino a tomar.
Camino ahora quizás un poco más despejado y un poco menos beligerante al haber logrado sacar una de las piedras del zapato del Gobierno. No es francamente demasiado importante – ni lejos tanto como fue en los medios – pero quizás desencadene un poco de paz y reflexión para emprender lo que todos esperamos.