Milei, el revolu…
Milei supone que su propuesta encarna la novedad, pero no es difícil darse cuenta que va al revés del mundo desarrollado que ya superó al neoliberalismo salvaje y se volcó al pragmatismo, con un Estado presente en los temas de relevancia nacional y con un empresariado competitivo alentado también desde la flexibilidad de los gobiernos.
Guillermo Bilancio es consultor de Alta Dirección.
¿Hacia un nuevo 17 de octubre?
El 17 de octubre de 1945, llevado casi en andas a la casa de gobierno, Juan Perón daba inicio a lo que sería un modelo de país con el que La Argentina convivió en los últimos 80 años. Siempre se predijo el fin del peronismo, pero nunca sucedió.
Tal vez porque sus representantes tan diversos ocupaban el espacio en el momento en el que la sociedad lo requería. Desde el neoliberalismo de Menem, hasta el progresismo latinoamericano del kirchnerismo, pasando por otros modelos que siempre se mantuvieron atados al modelo, de una u otra forma.
Después de las elecciones primarias del pasado 13 de agosto, y ante el notable fracaso político, económico y social del actual gobierno de Alberto Fernández, no hubo pocos observadores que presagian el ocaso y el factible fin del peronismo, esta vez en manos de un personaje que supone encabezar una “revolución libertaria” que sacuda la modorra del modelo actual proponiendo la destrucción de un sistema, aunque sin dejar claro la construcción de uno nuevo
La revolución Milei, plantea tantos interrogantes como el que plantea el análisis del resultado ganador en las primarias, dónde curiosamente triunfa en 16 provincias como presidenciable, pero ninguno de sus candidatos a gobernador ni siquiera se acercó en los resultados provinciales. Algo raro eso del “voto bronca” que se supone es producto de una sociedad rabiosa que se conmueve con el rugido desaforado de un león enjaulado que propone esencialmente que se vayan todos, antes que un proyecto realista de país.
La propuesta Milei supone transformar lo que existe, aunque la transformación no necesariamente signifique evolución. Lo que se supone progreso, sea tal vez retraso.
Sabemos que la transformación que sirve, es la que surge de una evolución sociocultural que la acompañe.
Porque más allá de los fuegos artificiales de un discurso populista teñido de ultraderecha (creo que no es ni izquierda ni derecha), de gritar libertades extremas como la venta de órganos, hasta restricciones ultraconservadoras como llevar a plebiscito la ley de interrupción voluntaria del embarazo ya aprobada por el congreso en 2020, pasando por la libre portación de armas y un plan de seguridad al estilo Bukele, el proyecto Milei es un relato más que una realidad posible. Un libertario contradictorio.
Su proyecto de dolarización de la economía (propuesta del modelo Menem de los años noventa) ya es desestimada de implementar en el corto plazo aún por sus propios asesores (Carlos Rodríguez, por ejemplo), y su propuesta de destrucción sistemática del Estado ya se ha transformado en un factor desencadenante de un conflicto social interminable.
Aparentemente a sus adeptos no les represente un riesgo eliminar el ministerio de salud, el de educación, el de ciencia y técnica o el de desarrollo social. O de desequilibrar todo cerrando el Banco Central o el CONICET (Centro nacional de ciencia y tecnología) argumentando que los científicos “no han logrado nada”.
Milei supone que su propuesta encarna la novedad, pero no es difícil darse cuenta que va al revés del mundo desarrollado que ya superó al neoliberalismo salvaje y se volcó al pragmatismo, con un Estado presente en los temas de relevancia nacional y con un empresariado competitivo alentado también desde la flexibilidad de los gobiernos.
Quizás el segmento más rutilante del relato libertario, que seduce a los jóvenes más vulnerables y desencantados, es el rugido contra la casta política. Conceptualmente es lo más inteligente y diferenciador del discurso electoral, haciendo una analogía entre castas de una elite y los plebeyos. Los políticos y su distancia cada vez mayor con las necesidades de la gente.
Vociferando con el rock de los Redondos y La Renga como fondo musical, Milei se propone como un rebelde cuya causa parece dudosa, pero efectista.
Frente a este escenario, surge la pregunta: ¿Puede Milei ganar la elección y transformarse en el presidente de los argentinos?
Octubre, fecha de las elecciones “de verdad”, parece lejos. Pero es muy posible que frente al descalabro económico del actual gobierno, y la tibieza de la oposición de la centro derecha, el desequilibrio de Milei puede imponerse.
Para eso deberá mantener el discurso sin moderarlo, ya que se neutralizaría con lo conocido y se confundiría con “la casta” que tanto detesta.
Puede ser presidente, pero no está claro su espacio para gobernar y ahí surge el riesgo tan temido de caos sin orden en un país que exige estabilidad emocional para poder retomar la confianza.
Milei es más fuego para el incendio, al menos en su propuesta para un país cuyo modelo de desarrollo entró en un espiral interminable de decadencia producto de la corrupción, la pésima gestión y de la destrucción sistemática del tejido sociocultural. Un país dónde el problema no es el Estado, sino quien lo gestiona. Donde el problema no es la política, sino los políticos.
En ese país, Milei no es innovación y menos una revolución. Es la repetición de lo que fue un fracaso. Tal vez el voto rabioso de agosto se transforme en un voto reflexivo en octubre.
Eso sería la revolución.