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11 de Octubre de 2023

Litio: aún tenemos patria, ciudadanos

La lección es que, dado que ya desaprovechamos en gran medida las vacas ultragordas de 2022, debemos aprovechar lo que queda y alistarnos para la eventualidad de que nos pille otro superciclo.

AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Joaquín Barañao

Joaquín Barañao es parte del equipo de Incidencias de Pivotes

En días recientes ha circulado un titular que advierte en forma demoledora que “el boom del litio se esfuma”. Se refiere a la baja de 73% en el precio. Leído así, sin advertencias ni contexto, pareciera que la oportunidad ya pasó, que ya nos quedamos abajo de la micro, que las urgencias sociales tendrán que seguir cultivando santa paciencia.

Es un error. Lo relevante es ver la película, no solo la instantánea. Durante todas esas décadas sosas en las que el litio era menos popular que el surf paraguayo, su precio fluctuaba en torno a US$ 5 por kilogramo. Lo que ocurre es que el año pasado se disparó hasta superar los US$ 80, una chifladura financiera que todos sabían que no iba a durar, y es desde esa cumbre que el titular de prensa acusó el desplome.

Pero, tal como tras bajar desde la cima del Everest al campo base uno sigue expuesto a la puna, tras bajar desde 80 a 21 sigue habiendo oportunidades para recaudar impuestos, generar empleos de calidad y colaborar al combate del cambio climático con la menor huella ambiental de entre las alternativas disponibles.

No es entonces que ya perdimos la oportunidad y solo nos queda llorar sobre el carbonato derramado. No. La lección es que, dado que ya desaprovechamos en gran medida las vacas ultragordas de 2022, debemos aprovechar lo que queda y alistarnos para la eventualidad de que nos pille otro superciclo. Hemos perdido demasiado tiempo ya, y no podemos seguir perdiéndolo. Hay fundamentos sólidos para pensar que el litio seguirá siendo un metal clave en la transición energética durante un tiempo respetable. Si bien hay muchas otras tecnologías de batería en desarrollo, las automotoras ya se la han jugado a fondo por el litio e inversiones de esa envergadura no se revierten con la misma facilidad que usted renueva su microondas. Es casi seguro que cualquier otra tecnología coexistirá, al menos por un buen tiempo, con las de ion de litio. Por ejemplo, las baterías de ion de sodio bien podrían comenzar a ganar terreno en vehículo de gama más baja, o podrían emerger otras que hoy no visualizamos. Pero es extremadamente improbable que estos nuevos players desplacen a las de ion de litio con la brutalidad que las cámaras digitales devoraron con zapatos a las de rollo. Salvo, claro que veamos un milagro tecnológico que, si bien no imposible, no es habitual en la historia humana y no está en los libros de nadie.

“Mucho predica de sentido de urgencia”, podría pensar usted, “pero ni aunque normalizáramos hoy la absurda regulación del litio veremos un mango por muchos años”.

No necesariamente. Una regulación inteligente permite pensar en recaudación tributaria instantánea para mitigar el terremoto educativo, construir hospitales, o cualquier otro. Me explico: las concesiones mineras están ya asignadas en todos los salares litíferos relevantes. Lo que esto quiere decir es que si arrancamos de una buena vez ese bozal impuesto en dictadura y tratamos al litio como uno más de los 118 elementos de la tabla periódica, al igual que los otros 117 y tal como lo hacen todos los otros países productores, los titulares de esas concesiones verán un aumento explosivo e instantáneo en el valor de sus activos. Como lo que ocurriría con su casa si le informaran que Elon Musk planea comprar la manzana completa para jugar mini golf. En vista de esta dinámica, es perfectamente posible diseñar un impuesto sustancial a la venta, que surtiría efectos inmediatos en la billetera fiscal. Mientras los precios sigan siendo atractivos —y créame que 21 lo es— existe holgura para una medida así. Las tres partes quedarían felices: el fisco, el titular y el comprador. Son decenas de empresas nacionales y extranjeras las que están sedientas de explorar esos salares, centenas los titulares que estarían dichosos de vender impuesto inclusive, y 19 millones los que recibiríamos encantados nuestra mascada correspondiente. El tributo tendría que ser altísimo para abortar todas esas transacciones, porque la alternativa de aquellos dueños imposibilitados de producir por medios propios sigue siendo cero.

El mismo cero que venimos computando en todos esos salares desde que Chile es Chile.

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