Ser consecuente no da lo mismo
Por de pronto ¿se preguntarán hasta qué punto esa misma actitud contribuyó a que “prácticamente no se haya avanzado nada en estos cuatro años”?
Pedro Villarino F. es integrante de la Red Pivotes y académico de Faro UDD
Acongojados y comitentes con su congoja se declaran quienes constatan el llanto de la presidenta de la Comisión Experta. Son lágrimas que emanan, esgrimen los acongojados, al ver un nuevo proyecto constitucional que “no une”. Me pregunto: ¿sintieron también congoja cuando con sus propios votos aprobaron una propuesta constitucional que, lejos de unir, no hizo sino acrecentar la grieta subyacente en nuestro país? Lloraron, pero de alegría.
Quienes empatizan con la congoja señalan que la construcción de “una casa que nos una” “ha sido desde el comienzo el objetivo fundamental del proceso constitucional que se abrió para superar el estallido social”. Me pregunto: ¿En cuánto contribuyeron con su actitud y disposición en el anterior proceso constitucional a incorporar a “todos” en esa casa? Llegaron enalteciendo los estandartes de la independencia y la neutralidad. Pero ¿hasta qué punto hicieron eco de ellos? Basta remitirse a lo que fueron sus votaciones en el marco de la Convención Constitucional para caer en la cuenta de que, lejos de reflejar -y defender- dichos valores, su actitud terminó sufriendo el mismo destino que hoy le achacan Chile Vamos: terminaron siendo tragados y obnubilados por el éxtasis refundacional que aromatizó el proceso. Cabe cuestionarse, entonces, si consideraban, acaso, que su propuesta constitucional era “transversal”, o si vieron -o ven- el proceso del que fueron parte como el espejo de una cancha que era “apta para un debate libre y democrático”, libre de “camisas de fuerza” para proteger -e imponer- una determinada visión.
Quienes lloran como lo hace Verónica Undurraga esgrimen que “nada se ha avanzado en estos cuatro años”, fundamentando que las reformas impulsadas por el Ejecutivo chocan con normas constitucionales (como si en su propuesta no hubiesen establecido, con sus propios votos, un techo aún más exigente para llevar adelante reformas constitucionales). Adicionalmente atribuyen a este bloqueo la “incapacidad de dialogar” que reina en un Parlamento opositor. Pues bien: sería aconsejable, de cara a elevar el debate, que reconociesen en sus mismas críticas la actitud que ellos mismos encarnaron en el marco del proceso anterior. Por de pronto ¿se preguntarán hasta qué punto esa misma actitud contribuyó a que “prácticamente no se haya avanzado nada en estos cuatro años”?
Si los acongojados perciben que el país está más tenso y polarizado que antes, uno esperaría que se preguntasen a sí mismos, en calidad de actores públicos, en qué medida sus actos, dichos y posiciones han contribuido a dicha tensión y polarización. ¿O no se dan cuenta, mientras lloran, que seguir “sin una Constitución moderna” es también responsabilidad suya, al haber optado por abrazar un texto constitucional que a todas luces ofrecía más problemas que soluciones, y más ideología que pragmatismo?
¿Caerán en la cuenta, los acongojados, de la incoherencia que subyace a sus lágrimas? Por sus escritos, pareciera que no. ¿Hemos de esperar que lo hagan? Aunque sigue siendo objeto de debate, se le atribuye al mismo Shakespeare la célebre frase “nunca esperes nada de nadie, pues puedes quedarte toda la vida esperando”. Quizás, como sostiene el dramaturgo, esperar sea baladí, pero ser coherente no lo es: así que menos congoja y más autocrítica.