Derrotar o ganar
El sueño de la amistad cívica se aleja si nos acercamos a este ambiente que alimenta el ego, la ventaja, el codazo y la interpretación unilateral de lo bueno propio y lo malo ajeno.
Enrique Morales Mery es cientista político
La política como ética de la ciudad ha estado ausente y lo que prima hoy es la lógica antagónica del derrotar. Esa política construye enemigos y aliados desde una base distante de la reciprocidad, la cooperación y la corresponsabilidad. Se articula a partir de la exageración conveniente de nuestras diferencias y fisuras para con ello avanzar imponiendo verdades a medias y odiosidades de mayor alcance. Gusta de la efervescencia de todo enfrentamiento y reemplaza la ponderación por la medición de su influencia inmediata; una política del rating, del me gusta para y entre los propios o una política alimentada por el comentario divisivo.
Los protagonistas de esta realidad recogen apoyos como puntos de tienda comercial y los canjean por certificados de liderazgo. La concepción de soberano está impregnada por la infinitud de las posibilidades que todo poder potencialmente otorga. Además, la convivencia está mediada por trincheras reales o digitales que constantemente se retroalimentan de las fantasías y manipulaciones que toda estrategia conlleva. La finitud de toda alteridad, que muy acertadamente destacaba Hannah Arendt, se ve sobrepasada por estos semidioses de la retórica barata que nos invitan a cambios con rupturas. Lo que está en juego en la vida ciudadana es el pacto social, el sentido de totalidad entre diferentes. Nuestros esfuerzos por el contrario se encaminan hacia la diferenciación no constructiva y tendiente a generar la idea de triunfos que jamás trasciendan de los grupos afines.
Chile lleva tiempo atrapado en esta dinámica, cada cierto tiempo el aire de la convivencia democrática se enrarece, antes por una división ideologizada de tres tercios ahora por una polarización disfrazada de definiciones, certezas y cercanía con lo popular. Agota además entregarnos a formas de decisión binarias como balotajes y plebiscitos que incentivan la articulación de esa política que dirime desde mayorías que habitan espacios públicos fraccionados.
El sueño de la amistad cívica se aleja si nos acercamos a este ambiente que alimenta el ego, la ventaja, el codazo y la interpretación unilateral de lo bueno propio y lo malo ajeno. Ciertamente, hay moderados en todo lado y ante definiciones duales los hay en ambos lados. La concepción política actual que exacerba cualidades personalistas, extremistas o de irreconciliables diferenciaciones colectivas impide abrir posibilidades y alternativas para la ética de la ciudad. Volver la mirada hacia una política no altisonante, a escala humana y sin la ansiedad del protagonismo irrelevante es hoy un deber. Independiente del resultado de diciembre reconstruir confianzas y cambiar el sentido profundo de lo público, en sentido personal, relacional e institucional es lo único que importa. La ciudadanía está llamada a ganar y eso se traduce en ir más allá de los suma cero, de esas sensaciones de triunfo que parecen hacernos creer en nuestra superioridad. Ese desequilibrio es letal, y lo es porque se gana cooperando, construyendo integración comunitaria, incentivando la creatividad social, la resiliencia y el sentido consciente de habitar un todo compartido. Eso es Ganar.