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18 de Febrero de 2024

Humildad cívica

En medio de esta oda a la inestabilidad y falta de cohesión nos encontramos con la muerte del ex presidente Sebastián Piñera y los discursos fúnebres ciertamente marcaron una diferencia, no solamente por el profundo sentido republicano sino también por la humildad.

AGENCIA UNO/ARCHIVO.
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Enrique Morales

Enrique Morales es Cientista político.

Renunciar a lo que nos divide parece ser una meta clara para generar amistad cívica y sin embargo nos mantenemos enfrentados. Nos hemos acostumbrado a entender nuestras diferencias e identidades como parámetros de definición, como símbolos o registros de nuestra posición al interior de la sociedad.

Si podemos exagerar nuestras distancias y con ello ser categóricos en nuestros planteamientos tanto mejor; para ojos de no pocos eso sería un signo de claridad de cara a lógicas antagónicas o adversariales. La imposibilidad del acuerdo es vista como la acción necesaria para no ceder ni mostrar debilidad en el campo de la política. La demarcación de todo lo que no nos une es concebida como la declaración de un territorio que nos da sentido de pertenencia e identificación frente a los otros.

En medio de esta oda a la inestabilidad y falta de cohesión nos encontramos con la muerte del ex presidente Sebastián Piñera y los discursos fúnebres ciertamente marcaron una diferencia, no solamente por el profundo sentido republicano sino también por la humildad. La humildad quedó elevada a una condición que acalló la superioridad moral del último tiempo; una superioridad que había teñido a todas las generaciones y que demostraba la incomunicación colectiva. Cada generación juzgaba a las otras, cada generación responsabilizaba a las demás por la falta de desarrollo o la no transferencia de los valores democráticos. Probablemente estos juicios continúen, pero pudimos ser testigos de la diferencia y de como la humildad cívica construye un país desde la fraternidad, desde la generosidad.

No es fácil asumir públicamente un error, menos aún en momentos en que la continuidad democrática estaba en peligro. Es importante destacar la autocrítica como fuente de disenso interno, respecto a las políticas erráticas empujadas por los propios, desatendiendo el todo país. Esas palabras curan heridas y construyen caminos; esas palabras permiten rescatar los cimientos de lo común. Ese sentido de lo común no puede quedarse en una cesión discursiva, en una escenografía ritual o en un mero guion de buena convivencia declarada. Rescatar la verdad de lo que nos une es vital, justamente son esas continuidades las que cicatrizan y forjan, las que van elevando toda humildad cívica a pensamientos, palabras y acciones que construyen memoria, historia y República.

Todos los ex presidentes reconocieron, en la persona del ex mandatario Sebastián Piñera, una serie de logros y acciones concretas que marcaron su legado. Al hacerlo, reafirmaron nuevamente el camino humilde del éxito conjunto, colectivo, donde los artífices se van multiplicando a lo largo de la comunidad.

Cada uno aportando desde su minuto histórico, desde su deber de Estado, desde su sentido país. En ello radica el valor de todo legado, de toda herencia política desde la presidencia, es desde ahí que todo y toda estadista aumenta su visión y amplía sus posibilidades en favor de la sociedad más amplia.

Para dar esos pasos desde donde se reconocen las continuidades positivas y los logros ajenos se requiere humildad. La humildad es un gran valor, distante de la debilidad, cercana a la fortaleza interna de reconocer errores, la fortaleza de incentivar la unidad, integración y cohesión de nuestras sociedades diversas y complejas. Es una pieza clave de la dignidad humana, de la capacidad de derrotar orgullos, soberbias e indiferencias que nacen de posiciones de privilegio o ventaja. Un liderazgo consciente, responsable y atento a sus opositores es un liderazgo humilde, cívicamente humilde, inserto en el espacio público sin el ánimo de fragmentar o enemistar. Hay grandeza y mucho coraje en las personas, en los ciudadanos humildes, hay un aprecio por lo común, por la concordia, una enorme generosidad por construir y avanzar más allá de lo competitivo. Las palabras de los discursos fúnebres están resonando todavía y merecen quedarse entre nosotros, convertirse en valores, actitudes y acciones. La humildad cívica contrarresta muchas de nuestras debilidades, pero ilumina otras tantas fortalezas.

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