Vencerse a Sí Mismo
Enrique Morales Mery es Cientista Político.
Tras las movilizaciones estudiantiles de 2006 y 2011 se abría para muchos la posibilidad auspiciosa de una nueva izquierda progresista y transformadora. De hecho, la protesta inicial desembocó en acuerdos con el mundo político institucionalizado que junto con provocar cambios radicales en educación posibilitaron el surgimiento de un grupo de jóvenes y entusiastas políticos. Con ello se avanzó en una nueva agenda identitaria, medioambiental y de ciudadanía inclusiva; para no pocos asistíamos a cambios necesarios, a adaptaciones a tono con las nuevas sociedades complejas, plurales e interculturales. Del mismo modo, la izquierda y centroizquierda forjadas a la luz de la experiencia concertacionista parecían tener que recoger este nuevo llamado, esta nueva exigencia de una sociedad civil movilizada, contestataria y atenta a los cambios culturales y la globalización concomitante.
A poco andar los avances transformadores y los incipientes cambios en la conformación de la clase política entroncaron con las altas expectativas de una sociedad en desarrollo, de una sociedad a su vez descontenta y con un alto grado de ansiedad por alcanzar mejores condiciones de vida. La llamada nueva izquierda que se expresaba a través del Frente Amplio y sus vertientes juntó fuerzas con la izquierda tradicional del Partido Comunista y otras agrupaciones extraparlamentarias. Se fue tejiendo una disconformidad con mayor intensidad, un deseo de cambio con ruptura; ello desde la lógica de una oposición dura, desde la intensificación de las diferencias respecto a la agenda y propósitos del segundo Gobierno de Sebastián Piñera. Todo lo anterior devino en el denominado estallido social, despliegue de dos rostros, uno de violencia octubrista y otro que aspiraba a relevar las aspiraciones postergadas de un país que avanzaba en muchos aspectos pero que en otros tantos mantenía las brechas. Ciertamente esto fue pavimentando un ambiente más definido de confrontación; más categóricos y efervescentes discursos facilitaron la polarización. El resultado de todo este recorrido llevó al poder a una coalición de dos almas, por un lado, el Frente Amplio con el Partido Comunista y por otro lado el Socialismo Democrático, que intentó dar continuidad a la antigua identidad de la izquierda concertacionista con los desafíos progresistas de los últimos tiempos.
Ya son dos años de Gobierno del presidente Gabriel Boric y el resumen nos lleva a recordar la frase que inspira el título de esta columna. Eran los tiempos de la independencia lograda y el libertador Bernardo O´Higgins en carta dirigida a Juan Martín de Pueyrredón declara: “Antes de vencer a mis enemigos, aprendí a vencerme a mí mismo”. Poderosa invitación para desarrollar la autorreflexión, la autocrítica, la escucha desapasionada de quienes no piensan como uno mismo. Esta declaración individual se multiplica en alcances y sentidos si la trasladamos a la visión panorámica de un país, de un sistema político, de una coalición gobernante.
Las desafortunadas frases referidas a “meter inestabilidad”, “desmantelar el poder” o “mantener la rebeldía” guardaban relación con la ruptura oposicionista inicial y ello chocó indefectiblemente con los deberes, competencias y corresponsabilidades que surgen cuando se accede a ser gobierno. Desde el poder gubernamental la vista es más amplia y la perspectiva aglutina también a los adversarios; lo radical pierde fuerza y apoyo porque debe conciliarse con la estabilidad y continuidad del todo, de la sociedad en su conjunto. Este telón de fondo discursivo ha tenido que lidiar con los deseos iniciales fuertemente contenidos por las exigencias de una política que requiere no sólo denunciar problemas sino también ofrecer soluciones, proyecciones programáticas, viabilidades a largo plazo. En estos dos años en cambio nos hemos encontrado con la desaceleración de la radicalización sembrada por el estallido, hemos sido testigos de múltiples incompetencias y desajustes en política exterior, en seguridad interior, en políticas educacionales, en manejo de conflictos de larga data como los de la Región de La Araucanía. La improvisación, las disculpas, las conductas evasivas y el manejo comunicacional han sido un signo claro de un efecto boomerang. Lo que era exigido a tus adversarios de antes hoy les es exigido a ustedes como gobierno; hoy ejercen el poder y tienen ante sí justamente el peso de abrir las posibilidades acordes a una promesa de desarrollo y creatividad que no permite el caos, la revuelta, la ruptura nihilista, el amateurismo en las relaciones internacionales y menos aún el desarrollo de una contracultura que mine la propia institucionalidad. Hemos sido testigos además de un incesante deseo de ser legado o punto de referencia de virtudes cívicas y morales; en cambio hemos recibido declaraciones que colindan con lo mesiánico, la superioridad moral y la decepción. Los hechos de corrupción han envuelto y anulado las pretensiones virtuosas de esta nueva izquierda y las defensas corporativas o ideológicas en relación a las dictaduras izquierdistas latinoamericanas han confirmado las dubitativas y acomodaticias convicciones democráticas del comunismo nacional.
Vencerse a sí mismo exige en su sentido personal y colectivo un constante sentido prudencial, de autocontrol, de respeto al oponente y de conciencia de las continuidades necesarias. Resulta especialmente importante el detenerse en tres momentos reflexivos del presidente Boric que permiten leer su interior, sus motivaciones, incluso la toma de conciencia de sus limitaciones o la expresión de ajustadas expectativas y arrepentimientos. El jueves 23 de junio de 2022 se reunió con el ex presidente Ricardo Lagos, en la fundación Democracia y Desarrollo. Boric sin reconocer mayores contradicciones con respecto a sus críticas a los 30 años asumió que desde su rol de presidente debía observar la historia desde la continuidad gubernamental y estatal; desde ahí proyectar una comprensión más acabada de la historia sin por tanto demonizar o desconocer avances propios de quienes lo antecedieron. El día 30 de noviembre de 2022 se inauguró el monumento en honor al ex presidente Patricio Aylwin en la Plaza de la Ciudadanía. En esa ocasión el actual mandatario retomó la idea de ser portadores de una posta. En su discurso valoró el legado de Patricio Aylwin al recuperar la democracia e ilustró de gran forma como la persona de un mandatario se entremezcla y proyecta con la historia de Chile. En toda autoridad situada en los acontecimientos habitan los dolores, contradicciones y triunfos que todo un país y sus líderes van forjando. La importancia estriba justamente en el sopesar las permanencias y los cambios, por ello el reencuentro de los demócratas que lideró el ex presidente Aylwin fue un cambio sustantivo que conectó con la tradición de nuestra república. Boric en un tono de encontrados sentimientos pronunció el deseo de ser un legado, en su propia persona, deseo de perdurar en la memoria y en esa historia que trasciende. El peso de esa misma historia y de sus mismos deseos desnuda el déficit que al menos hoy marca ese sincero anhelo; es importante primero abandonar idealizaciones y colocar los pies en la tierra.
Un tercer y último momento reflexivo que quiero destacar, como sello del vencerse a sí mismo, ocurrió durante el funeral del ex presidente Sebastián Piñera. El presidente Gabriel Boric amplía el sentido de su comprensión histórica y se sitúa de manera clara en el antiguo rol de oposición; con esto contribuye a vencerse a sí mismo, despliega un examen que va más allá de la trinchera, de la ideología arengadora. Sus palabras son contundentes: “Como oposición, como ha sucedido otras veces en nuestra historia en medio de la vorágine política, durante su gobierno las querellas y las recriminaciones fueron en ocasiones más allá de lo justo y razonable”. Son dos años que podemos unir con una introspección necesaria que nos remite al estallido social y nos remite a la imposibilidad de transferir los valores democráticos. Valores que no se defienden encubriendo la corrupción, debilitando el Estado de Derecho, devaluando los roles de seguridad pública, confundiendo terrorismo o delincuencia con jóvenes idealistas. Nuestro país no requiere el vencerse a sí mismo para terminar defendiendo lo indefendible desde la calle y con megáfono, tampoco requiere un activista que incite el rebrote de consignas desestabilizadoras.
Los claroscuros de estos dos años debieran trasladar los esfuerzos, convicciones y acciones a ese punto de aprendizaje que se deja ver en esos tres discursos. El estadista, profundamente humano, consciente y no devorado por sus pasiones se deja vencer por un bien mayor, uno que muchas veces desde el grito y la piedra nunca es conocido y reconocido. Se viene un segundo tiempo y Chile necesita la enriquecedora unidad que transita hacia el futuro sin arriesgar nuestra Democracia y nuestra trascendente República.