¿Cómo llegamos a esto?
Por lo que mi mayor temor - si es que vivo hasta entonces – es que marzo de 2026 nos encuentre en un pozo tan profundo que no haya gobierno capaz de sacar a Chile del fango; por lo menos no en pocos años o quizás décadas.
La culpa es de la oposición. Esta frase, frecuentemente usada por todo tipo de gobierno democrático o no tanto siempre pretende tapar el fracaso propio y endosar s los rivales políticos una mala situación, acusar a otros que impiden ejercer la noble y buena tarea procurada por el grupo en el poder.
Quizás el segundo gobierno de Piñera haya tenido algo de razón – aunque no me acuerdo que haya empleado esa frase – pues la que le precedió, de Bachelet, tuvo suficiente mayoría parlamentaria oficialista, por lo que el empeoramiento que llevó al llamado estallido social, hubiese justificado semejante expresión. Pero tratemos de ver las cosas desde un punto de vista neutral, aunque sea solo de manera analítica; aunque no sea fácil ya que todas/os tenemos nuestras ideas y convicciones.
El camino de Chile hacia el desarrollo fue abierto, mal que suene o parezca, durante la dictadura de Pinochet. El tirano permitió, hasta puede decirse que instó a un grupo de economistas, considerados en aquellos años la panacea del progreso, buscar una solución a la crítica situación y, vaya milagro, hasta le dio carta blanca para instaurar sus fórmulas. No caben dudas que el experimento fue exitoso y dejó en manos del primer Gobierno elegido libremente un país en una situación económica con cierto optimismo.
Costó unos diez años sacudirse las trabas impuestas por el general a la plena democracia, lo que no impidió que se perfeccione el camino emprendido por el grupo guiado por Büchi, logrado solo gracias a la fuerte cohesión de oficialismo y oposición formada durante la época de la Concertación. Ese avance que situó sorpresivamente a Chile no solo en el primer lugar de Latinoamérica, sino como un modelo de desarrollo en el mundo, terminó con el dedo índice de Ricardo Lagos, designando como sucesora a Michelle Bachelet, elegida por una mayoría que confiaba en el juicio del exitoso mandatario socialista.
Con la nueva Presidenta renacieron las viejas ideas marxistas que, en vez de tratar de perfeccionar el sistema de distribución de un exitoso pero feroz a capitalismo consciente (Raúl Romero) transformándolo en algo parecido al capitalismo democrático (Michael Novak) reinante en los países europeos, Corea del Sur y del Pacífico Oriental se dedicó a refundar (pasar la aplanadora según Quintana) el país e imponer reformas retrógradas, aprendidas en su amada RDA. Ahí empieza, primero, la frenada del desarrollo y, después, la declinación económica que no pudo ser revertida – aunque frenada – por el siguiente gobierno de Piñera, el primero de la derecha del milenio; no solo porque éste quizás prefería al capitalismo feroz sino también por chocar todas sus intenciones contra un perverso muro parlamentario de mayoría opositora que la única palabra que usó era el “no”.
El segundo gobierno de Bachelet ya se puede catalogar como desastroso. El sistema de repartidera y la política desalentadora de inversiones solo mejoró la vida de los empleados públicos, cuyo innecesario crecimiento exponencial vació la caja y empobreció al resto de trabajadores, endeudó innecesariamente al país y espantó a empresas nacional y extranjeras. Las consecuencias de la creciente crisis fueron astuta y organizadamente aprovechados por la extrema izquierda para gatillar una explosión – llamada estallido social – con el uso del lumpen, bien dirigido por agentes locales y extranjeros importados durante la desastrosa política de migraciones instalada por Bachelet.
De no pegar el frenazo a todo la pandemia del Covid, quién sabe dónde estará el país ahora. Aunque suene evidentemente paradójico decir: quizás fue la peste que nos re-condujo a la democracia. Pero el golpe bajo ya se le encajó bien a Piñera quien apenitas pudo terminar su mandato, bajo un persistente bombardeo mediático del FA y PC que proponían una acusación constitucional o su renuncia con propaganda rayana a la insurrección y abiertamente apoyada por un diputado, hoy nuestro Presidente.
Así llegamos a las elecciones del actual Gobierno, en las que la centroizquierda, el centro y la derecha no eran capaces de unirse contra una extrema izquierda representada por el Frente Amplio y el Partido Comunista. Así se llega, por un lado, a una primaria entre Gabriel Boric y Daniela Jadue – un imberbe líder estudiantil “progresista” y un comunista “yihadista” (OMG – “oh my God” – diría una angloparlante) y, por la otra vereda, media docena de candidatos (entre ellos solo uno, ganador de primarias, Sebastián Sichel, cuyo comando mal elegido le hizo perder la chance de llegar a los finales, a los que hubiera ganado…) que finalmente le dieron una mínima ventaja a José Antonio Kast para que termine paradójicamente solo en un balotaje entre dos extremos. Las/los electores se asustaron de la de derecha y prefirieron elegir a Boric, cuyo programa tenía algún viso de encarrilar el país a una senda de orden y eventual progreso. Pero desde la percepción de hoy, dos años después, se ve que todo era solo elegir el mal menor.
Pasaron dos años de pesadilla. No quiero repetir, enumerar todo lo acontecido en veinticuatro meses; ya lo hicieron innumerables políticos, economistas, periodistas y otros profesionales, domésticos y extranjeros. Basta mirar nuestra situación actual para entender lo que está pasando. Y los dos años faltantes del presente mandato no prometen nada bueno, pues la insistencia de seguir el mismo camino nos llevará en la misma dirección. Así se evidencia de la frase que Boric pronunció recién en la plaza: “Vamos a seguir firmes pese a los que quieran vernos tropezar “. Como de costumbre, insiste en algo total e inequívocamente fracasado. Cada vez que pronuncia alguna frase que suena democrática, parece que recibe una llamada de amonestación del PC y, a continuación, enseguida dice algo 180° contrario.
Nadie quiere que su presidente y Gobierno tropiece; todo lo contrario: todas/os rezamos que ojalá tenga éxito, porque de su éxito dependen nuestra vidas, nuestro bienestar, seguridad, salud y etc., etc., etc. Pero para eso don Gabriel debería efectuar otra voltereta de 180°, cosa para lo que tiene mucha facilidad pero cero voluntad. Y sus socios – ¿acaso carcelarios? – los comunistas, aplauden en su casa los fracasos, porque eso lleva a lo que anhelan, por lo que luchan: una dictadura tipo Maduro que tan vehementemente defienden y aplauden y desean encabezar en Chile.
Por lo que mi mayor temor – si es que vivo hasta entonces – es que marzo de 2026 nos encuentre en un pozo tan profundo que no haya gobierno capaz de sacar a Chile del fango; por lo menos no en pocos años o quizás décadas.