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Actualizado el 10 de Abril de 2024

¿Por qué elegimos gobiernos kakistocráticos?

Uno de los elementos más importantes en el comportamiento de las masas es la influencia colectiva, que es la presión que ejerce un grupo sobre sus miembros para conformarse a un comportamiento particular.

Por Christian Aste
AGENCIA UNO/ARCHIVO.
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Christian Aste

es abogado.

Desde el atardecer homérico hasta el amanecer prometeico de la era moderna, hemos transitado volatilidades fluctuantes entre la razón y la emoción con una complejidad inigualable.

Lo insinuó Friedrich Nietzsche en su libro Nacimiento de la Tragedia, cuando imaginó a la humanidad como una especie conflictiva entre el Apolineo y el Dionisiaco, entre la racionalidad y la irracionalidad. Mientras que el primero representa la razón, la virtud de la lógica y el orden, el segundo simboliza la espontaneidad de las emociones, la intuición y, en última instancia, la irracionalidad. Su hipótesis era que la irracionalidad no obedecía simplemente a una manifestación patológica de la condición humana, sino que expresaba la cara integral de nuestra naturaleza multidimensional, que imperaba particularmente en las multitudes. Gustave Le Bon, en su obra La Psicología de las Masas, establece la creación de una mente colectiva cuando los individuos se reúnen, un fenómeno que puede conducir a la supresión de la personalidad individual y a la emergencia de un instinto de rebaño. Este instinto grupal, alimentado por emociones e impulsos, sofoca las inquietudes racionales. La masa, sumida en un estado de anonimato e impulsada por el contagio emocional, puede promover respuestas irracionales y comportamientos impulsivos. El filósofo Eric Hoffer en su libro El Verdadero Creyente argumentó que la irracionalidad de las masas es una respuesta a la insatisfacción crónica y a la falta de autoestima. Las personas que se sienten socialmente excluidas o privadas de poder son particularmente vulnerables a los líderes carismáticos y a las ideologías que prometen una transformación radical de su situación. Sigmund Freud, en Psicología de las Masas e Análisis del Yo, manifestó que las masas eran inherentemente irracionales, y lo eran porque ahí el hombre renunciaba al superyó individual y se sometía al líder o al ideal que éste expresaba. Cuando eso ocurre, agregaba, los controles sociales se inhiben, y emerge con fuerza la irracionalidad y la impulsividad.

La irracionalidad que preside las acciones de las masas explica que los mismos hombres, que basamos y fundamentamos nuestras decisiones y acciones en la lógica y en el razonamiento en lugar de los instintos o las emociones, y que cuando contratamos a alguien, optamos o nos decidimos por el que nos parece más capacitado, sea por su formación, por su experiencia o por su trayectoria, cuando obramos o nos manifestamos colectivamente, cedamos no pocas veces a la irracionalidad, y elijamos gobiernos kakistocráticos.

Uno de los elementos más importantes en el comportamiento de las masas es la influencia colectiva, que es la presión que ejerce un grupo sobre sus miembros para conformarse a un comportamiento particular. Según la teoría de la influencia social, los humanos son seres sociales que evolucionaron para vivir en grupos y ser aceptados en ellos. Esta necesidad innata de pertenecer puede llevar a los individuos a cambiar sus creencias, actitudes y comportamientos para adaptarse a las normas de la mayoría. Prevalece ahí el deseo y hasta la necesidad de encajar, de ser aceptados, de ser uno más y no el distinto, de renegar y de resentir contra el que nos hiere o que nos hace sentir inferiores. Ayuda a que eso ocurra el que en las redes sociales, y en los eslóganes panfletarios “buenistas” se nos presente como víctimas, y que nuestros fracasos no se exhiban como la consecuencia de nuestras propias equivocadas decisiones, sino que, como un efecto más del sistema, del modelo, en definitiva de las injusticias sociales. La empatía interesada y exagerada del comunicador social con el oyente “víctima del sistema” ayuda entonces a distorsionar la realidad. Ser uno más, junto con el artista rebelde, que en su avión privado o desde su condominio cerrado y seguro, discursea contra el capitalismo, resulta sin duda atractivo. No tiene costo. Solo beneficios. Ser admitido, reconocido, no funado, y ser considerado como lo contrario al opresor, produce sin duda, réditos emocionales.

Esos réditos que nublan la percepción de la realidad y que afectan nuestra capacidad para pensar de manera lógica y racional, se agregan al hecho de que resulta más fácil culpar al sistema de nuestros fracasos. Endosarle la culpa al modelo no tiene costos. Si los tiene en cambio, asumirse responsable de nuestros fracasos. Vende ser víctima. Es cosa de apretar play y repetir como papagayos las típicas monsergas de que “los empresarios no pagan mejores sueldos, simplemente porque no quieren”. También “porque no quieren se oponen a mayores impuestos”, y “porque son avaros y egoístas se niegan a mejorar las pensiones de gracia, y las jubilaciones de los más pobres, precarios y vulnerables”. En síntesis, la masa por lo general no utiliza la razón, ni revisa con lógica lo que pasa en el mundo real. Le es más fácil apelar a la emoción, hacerse eco de la estupidez y del simplismo, y optar por los atajos mentales o heurísticas (invenciones).

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