¡Por favor, protejámonos!
Es inaudito, pero los mentirosos patológicos suelen apelar también a la victimización, o la farsa del "perseguido", “el violentado”, “el abusado”, o si quiere “el enemigo de los poderosos”.
Christian Aste es abogado.
Como ciudadanos, no pocas veces, y con ausencia absoluta de nuestra voluntad, nos vemos forzados a tener que ser dirigidos por mentirosos patológicos.
Cuando este infame espécimen que mora cómodamente en la realidad paralela y enmarañada que arquitectónicamente diseña y construye en base a engaños, es enfrentado y la verdad develada, sufre una dolorosa fractura en su precario existir. Como siempre intenta mantener intacta la ilusión de perfección que elaboró, y, que auténticamente cree como verdad, sabiendo en lo íntimo de su consciencia – si la tiene – que no lo es, prefiere por lo general darle la espalda a la verdad, y habitar en el aséptico universo donde se funde y cohabita con elementos ficticios de su creación.
Este desenmascaramiento que razonablemente debiera presagiar no sólo el desmantelamiento de sus intrigas espurias, sino que una genuina vergüenza y un consecuente arrepentimiento, en éste, esto es, en el mentiroso patológico, ocasiona la necesidad casi enfermiza de crear una maraña aún más compleja de enredos, tergiversaciones, medias verdades, y derechamente falsedades para justificar sus contradicciones, incoherencias e inconsistencias.
Este es el estigma que distingue al mentiroso raso del enfermizo; el primero puede acusar recibo de su falla y admitirla, el segundo, aferra más fuertemente sus dedos a la falsedad. Recurre también y de un modo peligrosamente frecuente a la táctica del conflicto, el que se traduce en una negativa feroz y vehemente, y/o en un despiadado ataque disfrazado de “funa” hacia quien lo desenmascara.
Es inaudito, pero los mentirosos patológicos suelen apelar también a la victimización, o la farsa del “perseguido”, “el violentado”, “el abusado”, o si quiere “el enemigo de los poderosos”. Buscarán o inventarán distracciones o situaciones que le son o fueron adversas para suscitar la compasión.
A pesar de la reiterada deshonra, el hilo de la mentira nunca se rompe. De forma increíble, el individuo recreará la madeja de engaños, a veces con mayor cautela y complejidad. Lidiar con estos sujetos cuando se encaraman a posiciones de poder político no es tarea sencilla, pero es absolutamente esencial para asegurar el aliento y la vigencia de nuestras instituciones. El daño que le causan a la sociedad es inconmensurable, porque erosionan su principal activo que es la confianza. Resulta por lo mismo imperativo redoblar los esfuerzos para fortalecer la democracia, la que debe ser capaz de contener y castigar a quienes se valen de esta herramienta sibilina para escalar el poder.