Deliberaciones ciudadanas y democracia local
Las democracias locales por tanto se articulan en la contemporaneidad desde la conciencia de la corresponsabilidad ciudadana, conciencia horizontal que alimenta la sinergia entre las autoridades, las burocracias, las organizaciones ciudadanas, los consejos vecinales de desarrollo y las juntas vecinales.
Enrique Morales Mery es cientista político
En el mundo contemporáneo, inmerso en diversidades, desigualdades y velocidades de alto flujo, lo local aparece como un universal concreto de doble valor. Por un lado, se considera nuestra dimensión cercana, tangible, nuestra fuente de identificación; ciertamente esa base responde más a una sociología delgada en cuanto se acerca a lo local urbano, citadino y sometido a las lógicas y ansiedades del mercado.
Por otra parte, lo local mantiene la energía de todo refugio que se resiste a ser transitorio, variable y volátil; el contenido con ribetes rústicos y bucólicos, al menos en espacios no rurales, ha mutado hacia deseos mentales de seguridad, sentido de comunidad urbana y revitalización de instancias de participación ciudadana vecinal.
Así pervive un universal de pequeña escala que anticipa efectos de mayor alcance y en eso reside su importancia. Antesala de una sociedad más amplia se articula como un microcosmos de interacción y reciprocidad que a nivel barrial y subregional recrea instancias de convergencia y participación que generalmente distan de las negociaciones teñidas de lo ideológico o entregadas a causas abstractas que cada cierto tiempo sacrifican la razón de ser de toda comunidad pacífica.
Las ciudades, los gobiernos locales, los municipios y la figura de todo alcalde o alcaldesa responden, en el ámbito idealmente esperado, a una democracia, a una ciudadanía con rostro. Lo vital, lo experiencial y el compromiso con el entorno social resultan fundamentales como insumo base de una comunicación continua.
Siguiendo a Anthony Simon Laden, a propósito del razonar de toda conversación, lo crucial es cimentar una reciprocidad que refleje el compromiso político democrático. Esto no se logra en la negociación entendida como un trato entre elites, como un acuerdo pragmático para enfrentar ciertas crisis o a través de negociaciones que reparten cuotas de poder priorizando ciertas necesidades ciudadanas sobre otras.
La deliberación pública y democrática, tal como la entiende Laden, persigue el razonamiento conjunto como proceso concluyente del razonar, de lo razonable y de la reciprocidad fundada en la escucha activa y la potencial persuasión.
Las democracias locales por tanto se articulan en la contemporaneidad desde la conciencia de la corresponsabilidad ciudadana, conciencia horizontal que alimenta la sinergia entre las autoridades, las burocracias, las organizaciones ciudadanas, los consejos vecinales de desarrollo y las juntas vecinales. Al hacerlo permiten disminuir la brecha de la toma de decisiones, eliminar las desconfianzas respecto a los conocimientos prácticos que cada ciudadano aporta y resitúan el rol de los expertos al relativizar recetas prescriptivas más cercanas a prejuicios y falsas representaciones sociales.
Los diálogos ciudadanos, las instancias deliberativas locales en sí, invitan a pensar, y en esto cobra fuerza el pensamiento de Benjamin Barber, en ciudades que forjan un sentido fuerte de democracia, sentido que se verifica y articula en la participación, la deliberación y la decisión. Igualmente, si pensamos en nuestras ciudades es necesario incentivar la copresencialidad para ser fuente de información, consulta, discusión y determinación. Las democracias locales efectivas relevan y revitalizan la gobernanza urbana, potencian liderazgos a escala comunal proyectando soluciones efectivas, acordadas y replicables. Son prefigura de instancias intercomunales, provinciales, regionales, estatales e internacionales; son por tanto el comienzo de la retroalimentación efectiva de toda política, mitigando de mejor forma la inconducente y estéril radicalización o abstracción de la sociedad más amplia.
Cuando la política influye equivocadamente desde arriba a los entornos locales abre paso a decisiones descontextualizadas, innecesarias, alejadas de toda experiencia o pertinencia territorial. Las redes de colaboración, la innovación urbana, los presupuestos participativos, las alianzas en pro de la seguridad ciudadana, las plataformas digitales que dinamizan la participación (Consul o Decidim), los avances en transparencia pública y probidad de la gestión local encajan de mejor forma en comunidades y sociedades con rostro. Las historias de vida, permanentes o transitorias, tienen un valor en sí mismo; el poder originador y originante de la Democracia surgió desde las polis y esa idea forjó acciones que perduran.
Las personas conviven y el espejo inmediato de toda ciudadanía es lo local, desde ahí se satisfacen necesidades, se palpa la seguridad, se abraza a la familia tras el trabajo, se disfrutan las cotidianeidades y se acercan las distancias. Las bases sociológicas de toda democracia se encuentran ahí y si queremos perder el camino de lo que significa mejorar la vida de las personas solo basta con destruir los puentes comunicantes que tejemos desde toda localidad, territorio y comuna. Lo contrario es seguir creyendo que la Democracia se zanja desde una filosofía inmutable o una creencia absoluta, desde acuerdos estratégicos entre cuatro paredes o supuestas iluminaciones mesiánicas populistas que más bien tributan a favor del ego de ciertos personajes y no dan cuenta de personas reales con necesidades, conocimientos y contribuciones muy reales.