Coerción en el Derecho
Tan relevante es la coacción y la fuerza en el Derecho, que los Derechos Humanos establecidos por el ordenamiento jurídico solo pueden defenderse y protegerse con la coerción. Por lo mismo resulta paradójico que quienes más vociferan y reclaman por ellos sean los primeros que se niegan a aceptarla, especialmente cuando son ellos o sus “amigues” que vestidos de lumpen, son justificadamente reprimidos.
Christian Aste es abogado
El país desde un tiempo a esta parte ha permitido que el lumpen haga de las suyas, con el pretexto de que los “poderosos han abusado” del sistema. Aunque esto último es cierto, cuestión que puede confirmarse repasando la prensa económica y que en lo particular ratifico en el libro delitos económicos que editó Thomson Reuters, lo concreto es que no podemos justificar que la rabia o el descontento se exprese o manifieste con violencia. Más en un país que por razones que no se comprenden, la policía está impedida de aplicar la fuerza, porque cada vez que lo hace se expone a la suspensión inmediata, y la persecución implacable de fiscales, que vestidos con la rigidez del inspector Javert (de Les Misérables) no trepidan en invocar con injusticia la ley que prometieron y juraron cumplir y hacer cumplir.
Se olvidan de que el Derecho sin coerción deja de ser Derecho, y que, en la intrincada matriz de la civilización humana, este componente aparentemente duro resulta imprescindible, y que quien la utiliza en las sociedades democráticas es y debe ser la policía, la que debe hacerlo no en proporción a la fuerza que repele, sino que con una fuerza mucho mayor a la que aplica el hechor que reprime. Es la única forma de reestablecer el orden y la paz social. Así lo dice por lo demás, el sentido común.
Tan relevante es la coacción y la fuerza en el Derecho, que los Derechos Humanos establecidos por el ordenamiento jurídico solo pueden defenderse y protegerse con la coerción. Por lo mismo resulta paradójico que quienes más vociferan y reclaman por ellos sean los primeros que se niegan a aceptarla, especialmente cuando son ellos o sus “amigues” que vestidos de lumpen, son justificadamente reprimidos. Ojo que no por manifestarse con una pancarta o una bandera en contra de los que sea, porque ese derecho resulta esencial y además esta garantizado en el ordenamiento constitucional, sino por el daño que provocan a la propiedad pública y privada, mediante los saqueos, incendios, o pura y llanamente la destrucción. Basta darse una vuelta por el centro o la Plaza Baquedano – otrora orgullo nacional -.
Ahora bien, y en aras a contribuir y no solo quejarse ante la pasividad negligente de quienes en vez de ponerse al lado de la fuerza policial, se han puesto en su contra, sugiero, no porque no lo merezcan, sino simplemente porque el país está al debe en las construcciones de cárceles, que el lumpen anárquico que se ampara en la violencia para imponer su agenda deconstructiva o derechamente ideológica sea privado, sin indultos de por medio, y de forma vitalicia de cualquier beneficio del Estado o de las Municipalidades y cuando son menores de edad a sus respectivas familias (padre y madre).
Concluyo enfatizando que nadie disfruta de la idea de estar sometido a la coerción. Pero debemos reconocer que la ley sin coerción es como un rey sin corona, un tigre sin garras, una canción sin música; es una farsa, una ilusión desprovista de toda realidad y sustancia. Si rechazamos la coerción, estamos rechazando el Derecho mismo. Si abrazamos el Derecho, debemos aceptar su violencia inherente y necesaria. La coerción no es la contradicción, sino el testimonio de la efectividad del Derecho.