El karma existe
La palabra "karma", derivada del sánscrito y que significa "acción", refleja una verdad profunda e ineludible: nuestras acciones, conscientes o inconscientes, tienen repercusiones que nos alcanzan tarde o temprano.
Christian Aste es abogado.
No cabe duda que hay frases que capturan la esencia de la realidad con una precisión que resulta asombrosa. Entre ellas: “Nada es gratis”; “lo barato cuesta caro”; “como pecas pagas”; “el mundo es redondo”; y “lo que uno hace le es devuelto”. Recordé estas lecciones universales al reflexionar sobre el fervor y odiosidad que los comunistas desataron ante el arresto domiciliario decretado contra la ex alcaldesa de Maipú.
Es imposible no maravillarse ante su desfachatez, su indiferencia descarada ante la verdad y los hechos. Su capacidad para ver la paja en el ojo ajeno mientras ignoran la viga en el propio es sobrecogedora. Viven en un mundo de victimización y reclamos constantes contra todo aquello que contradiga sus creencias y doctrinas.
Así que no me sorprendió en absoluto que, tras decretar la medida cautelar contra la ex alcaldesa, estos mismos fueran los primeros en movilizarse para promover un proyecto de ley que modificara el Código Procesal Penal. ¿La finalidad? Establecer que la libertad del imputado constituía un peligro para la seguridad de la sociedad cuando se tratara de delitos contra la probidad administrativa. Evidentemente, su objetivo era encarcelar a la ex alcaldesa simplemente porque no militaba en sus filas.
Pero, como suele ocurrir en la realidad tangible y no en el mundo de fantasía que a menudo habitan los progresistas, existe una fuerza ineludible conocida como KARMA. Este concepto se ejemplifica bellamente en la antigua historia de Mardoqueo y Hamán, que por su adecuada pertinencia, me permito evocar.
En la metrópolis de Susa (actual Irán), Mardoqueo descubrió y frustró una trama de Bigtán y Teres, chambelanes del rey Asuero, para asesinarlo. Sin embargo, Hamán, un poderoso favorito del rey, lleno de resentimiento, decidió exterminar a Mardoqueo y a todos los judíos exiliados en el imperio persa. Pero Hamán no contaba con la intercesión de la reina Esther, quien abogó por Mardoqueo y su pueblo. Menos aún imaginaba que Mardoqueo ganaría el favor del rey al haberle salvado la vida, como quedó consignado en las crónicas reales.
Con el paso del tiempo, el rey recordó esta noble hazaña. Preguntó a Hamán qué debía hacer con el hombre al que quería honrar, y Hamán, pensando que se refería a él, sugirió cómo debía ser honrado. El rey, siguiendo su consejo, honró a Mardoqueo. Pero eso no fue todo; el karma actuó, y Hamán sufrió el destino que había reservado para Mardoqueo: la horca.
La palabra “karma”, derivada del sánscrito y que significa “acción”, refleja una verdad profunda e ineludible: nuestras acciones, conscientes o inconscientes, tienen repercusiones que nos alcanzan tarde o temprano. Dicho de una manera más gráfica, cosechamos lo que sembramos. Esto aplica no solo a nivel individual, sino especialmente a nivel colectivo.
Es fundamental entender que el karma no opera con inmediatez; sigue un calendario cósmico que raramente coincide con nuestras expectativas a corto plazo. Esta disonancia temporal puede llevarnos a cuestionar su veracidad. Sin embargo, una vida vivida con atención y paciencia revela patrones claros: las buenas y malas acciones siempre encuentran su justa retribución.
En última instancia, el karma nos enseña que en cada acción existe una semilla cuyo fruto, tarde o temprano, habremos de cosechar. En este ciclo inefable, se sostiene el equilibrio del universo.