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Actualizado el 22 de Julio de 2024

El eco de la estupidez

La historia enseña que los países progresan gracias a líderes inteligentes, capaces de mantener a raya a los estúpidos y permitir que prevalezca la racionalidad.

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Christian Aste

es abogado.

Carlo Cipolla en su libro sobre la estupidez, nos ofreció una clasificación interesante que nos convoca a reflexionar sobre el impacto del comportamiento humano en la sociedad. Define a los estúpidos como aquellos que, mediante sus acciones, perjudican a todos, incluido a sí mismos. Esta categoría los distingue de otros grupos: los malvados, que dañan a los demás para su propio beneficio; los incautos, que se perjudican a sí mismos mientras benefician a otros; y los inteligentes, que actúan en beneficio propio y del colectivo.

La estupidez es una fuerza particularmente peligrosa, porque a los estúpidos no se les acaba la tontería ni con todos los diplomas del mundo. Les caracteriza una sobrada arrogancia y una absoluta falta de sentido común. Con estos personajes lo mejor es guardarse la distancia. Su racionalidad, si es que aparece alguna vez, nunca se aplica de manera práctica. Urge alejarse de ellos, ya que como actúan sin lógica, sin razón y, lo peor, sin el más mínimo sentido común, representan una amenaza impredecible, especialmente cuando tienen poder.

Para quienes actúan con racionalidad, resulta casi imposible entender las motivaciones de los estúpidos. Mientras que los malos, (Stalin, Castro, nazis y comunistas) tienen objetivos predecibles basados en su propio beneficio, las acciones de los estúpidos no siguen un patrón racional. Atacan sin previo aviso y de manera indiscriminada, aumentando así su peligrosidad. Esto se manifiesta claramente en situaciones críticas, como la regulación de industrias esenciales. La entrada de individuos estúpidos en estos procesos puede conducir a decisiones catastróficas para todos, sin ningún tipo de ganancia.

La influencia de la estupidez va más allá de la economía y la política. En un entorno dominado por estúpidos, el crecimiento y el bienestar se ven gravemente comprometidos. El trato igualitario a delincuentes y ciudadanos respetuosos de la ley, la imposición de sanciones desproporcionadas, y la fuga de capitales debido a elevados impuestos son ejemplos claros de este fenómeno. La historia enseña que los países progresan gracias a líderes inteligentes, capaces de mantener a raya a los estúpidos y permitir que prevalezca la racionalidad.

Los estúpidos operan en un sistema no organizado, casi como una fuerza natural invisible que trabaja en sincronía sin necesidad de coordinación. La burocracia amplifica su poder, y las elecciones, lejos de ser un remedio, a menudo resultan en la perpetuación de su influencia. La diferencia esencial entre los estúpidos y los demás grupos radica en la autoconciencia: mientras que los inteligentes, malvados e incautos saben quiénes son, los estúpidos carecen de esta percepción. Adoptan ideologías de moda y eslóganes sin reflexión, muchas veces influenciados por figuras públicas igualmente irracionales.

En resumen, la estupidez se despliega en un sinfín de formas, desde simples actos irracionales hasta políticas devastadoras. Y la única defensa verdadera contra este poder silencioso es el fortalecimiento de la inteligencia y el sentido común en todas las esferas de influencia. Porque, al final del día, reconocer la estupidez y actuar en consecuencia podría ser nuestra única tabla de salvación.

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