Ya
Cualquiera que tergiverse esa urgencia, que reste importancia a las drásticas medidas que hay que tomar YA, es iluso o enemigo de Chile; enemigo consciente o inconscientemente y se transforma en tan delincuente como aquellos a quienes debemos ya tratar de derrotar o, por lo menos frenar; y a largo plazo, como ocurrió en algunas latitudes, quizás disminuir.
Tomás Szasz es filósofo
La pobreza, la falta de cultura, la desinformación hace que los más afectados, los que buscan una existencia mejor, migren desde Centroamérica hacia el norte buscando entrar a Estados Unidos; desde Colombia la dirección es hacia el sur. Y Chile es el fondo del saco; el Eldorado en la creencia naif de los que se trasladan por miles de kilómetros y todos los medios que pueden, con una mochila en la espalda que representa todos sus bienes para encontrar trabajo o, aunque sea, una especie de refugio que en su tierra natal no tienen. La política de frontera abierta instalada por Bachelet apenas ha sido cambiada en los últimos quince años y aunque haya hoy algo más de vigilancia, esa sigue siendo tremendamente permeable. Encima, nuestro vecino tiene el mismo problema en su norte, empuja los que le llegan a que crucen a Chile, a que no se queden regazados en Perú. El más evidente testimonio es la gran cantidad de haitianos que ingresaron después de miles y miles de kilómetros de marcha a un país cuya geografía y clima no eran a lo que estaban acostumbrados, pero donde la posibilidad de superar su miseria era factible. Pero ellos no son el problema; incluso ocuparon una capa de trabajo que a muchos compatriotas no les gusta.
La otra faceta, la problemática, son los llegados – casi todos de forma ilegal – de miles de delincuentes que vieron el pasto fértil de vender drogas a un gran público con recursos (pues sin esos dos no estarían tan poderosos), acompañado por la exigua preparación de nuestras fuerzas de seguridad para enfrentar sus actividades. Muchos fueron expulsados por sus gobiernos, precisamente para que vengan acá, para debilitar nuestra democracia e instituciones. El 19/10 fue la oportunidad – indudablemente organizada – para desencadenar algo que antes apenas existía en Chile y lo que ni nosotros, ni Carabineros o la PDI hemos visto antes: la extrema violencia criminal, nacida en el México del siglo XX e instalada hace décadas en Venezuela, Colombia, Ecuador y varios países centroamericanos. El crimen organizado tenía claro que será fácil instalarse acá y ahora, lamentable y dolorosamente, su presencia y poder ya son irreversibles. Ya estamos en una situación sin retorno.
Los aplausos del FA y PC que hoy están frente del Gobierno aún suenan en nuestros oídos y apenas palidecen en el actual discurso de un presidente que poco hizo para frenar el fenómeno. Sus ideales de destruir la sociedad, la floreciente economía y creciente democracia en la que estuvimos viviendo en las décadas post-dictadura, pueden verse realizados por el crimen organizado; pero el resultante no será la sociedad soñada, no será un país que ni Castro, ni Maduro, ni Ortega pudieron construir sino uno regido por la inseguridad, el asesinato, las bandas y los carteles al igual que los de los susodichos: de un gobierno que se apoya en la droga, porque está financiada por ella.
Muchas y muchos opinan que la cosa nos es para tanto. Decenas de asesinatos, secuestros, balaceras entre bandas y ejecuciones por mandato político sin embargo justifican mi opinión. Lo que quiero decir con la expresión “sin retorno” es que lo que está, está: no se aniquilará con ninguna acción o política. La única posibilidad que hay es frenarlo, evitar que se agrave aún más, recluirla entre los límites de ahora, si es que los tiene. Y esto se hace urgente, ya, en forma inmediata y sin especulaciones. La mano tiene que dura, drástica y sin tapujos o subterfugios en los derechos humanos o la tolerancia. A la delincuencia le importan un rábano los DD.HH., excepto para eventualmente refugiarse en ellos.
Los jefes, los organizadores, en su inmensa mayoría fuera de nuestras fronteras, utilizan precisamente a aquellos recién venidos que no encontraron lo que buscaban y estaban disponibles a cualquier cosa con tal de sobrevivir. Y los capos los están transformando en sus soldados. Les están inculcando las inmisericordia y una vez iniciados, los obligan a seguir; no tienen como liberarse y se transforman en los ejecutores de los bien planificados marasmos del crimen. Muchos advirtieron que pasará lo que está pasando si no se toman las medida necesarias; pero el Gobierno lo tomó a la ligera, o sus románticas ideologías no le permiten ver la verdad. Más que se demore, menos efectividad tendrá y a más profundidad nos hundiremos.
Cualquiera que tergiverse esa urgencia, que reste importancia a las drásticas medidas que hay que tomar YA, es iluso o enemigo de Chile; enemigo consciente o inconscientemente y se transforma en tan delincuente como aquellos a quienes debemos ya tratar de derrotar o, por lo menos frenar; y a largo plazo, como ocurrió en algunas latitudes, quizás disminuir. No habrá desarrollo ni avance sin ellas: nadie quiere invertir en un país inseguro y las inversiones actuales se escaparán en la medida que la situación empeore y arrastre consigo nuestra economía, estabilidad e institucionalidad. Si no se dotan a las fuerzas de orden con más potencia, inteligencia, autoridad disuasiva y represiva, sus miembros no se arriesgarán a perder su trabajo, propia libertad, integridad física o vida por luchar contra el crimen y a la larga hasta se corromperán, tal como ocurre en países que no necesito nombrar.
Si el presidente y su gabinete no son capaces o no tienen la verdadera voluntad o convicción, estaremos descendiendo en el tobogán hasta que no venga otra persona, otro Ejecutivo que sepa tomar las riendas con la inmensa responsabilidad y patriotismo necesarios. Y entonces, quizás ya sea tarde.