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17 de Septiembre de 2024

¿Es justo?

Lo cierto es que destinar recursos a la educación temprana es la medida más transformadora que un país puede adoptar. Esta inversión ofrece a todos los niños y niñas un inicio justo en la vida y aborda las desigualdades desde sus orígenes.

Por Juan Pablo Lira
AGENCIA UNO/ARCHIVO.
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Juan Pablo Lira

Juan Pablo Lira es investigador de IdeaPaís.

Hablemos de la asignación de recursos en educación: toda asignación de recursos trae aparejado lo que los economistas llaman costo de oportunidad. A la acción de gastar en educación superior le subyace el costo de no asignar esos recursos a, por ejemplo, la educación escolar o parvularia —y viceversa—. Ante una eventual condonación del CAE —o cualquier reforma que irrogue gasto a educación superior— vale la pena preguntarse por el costo que significa no dirigir esos recursos a la educación en edades tempranas. Dicho de otra forma, hay que preguntarnos: ¿es justo asignar más recursos a la educación superior que a otros niveles? O, previamente incluso, ¿es la justicia el lente sobre el cual debemos orientar nuestras decisiones en estas materias? Sobre ésto último se explaya el profesor de Harvard, Michael Sandel en su libro titulado “Justicia ¿Hacemos lo que debemos?”. Me permitiré algunas reflexiones al respecto, inspirado en la tesis de Sandel y siguiendo la pregunta respecto a lo que pueda entenderse como más «justo».

Sandel distingue tres enfoques para abordar la cuestión de qué corresponde a cada uno y por qué: el primero referido al bienestar —basado en la utilidad—; el segundo, a la libertad; y el tercero, a la virtud. El ejercicio consiste, por tanto, en aventurarse a concluir si —desde estos marcos— es justo insistir en  priorizar en la agenda las reformas a la educación superior en nuestro país, en desmedro de tomar acciones dirigidas a la educación inicial desde los tres enfoques que plantea Sandel. 

Respecto a la utilidad. ¿Genera mayor utilidad priorizar recursos a la educación superior? Desde la perspectiva utilitarista, lo justo es aquello que maximiza el bienestar para el mayor número de personas. Lo cierto es que destinar recursos a la educación temprana es la medida más transformadora que un país puede adoptar. Esta inversión ofrece a todos los niños y niñas un inicio justo en la vida y aborda las desigualdades desde sus orígenes. La evidencia no acepta dobles lecturas en esto: destinar recursos al aprendizaje en edades tempranas significa un mayor retorno social y es la manera más eficiente de cerrar brechas en nuestro sistema educativo. Todo pareciera indicar que, desde la óptica del bienestar, soslayar la relevancia de la educación temprana en la agenda resulta injusto. 

Respecto a la libertad. Desde un enfoque normativo, preguntarnos si debiéramos o no priorizar de otra forma los recursos en educación nos empuja al cuestionamiento sobre aquellas acciones que aseguren el ejercicio de ciertos derechos individuales. Ciertamente, a diferencia de un joven, que al ingresar a la educación superior ejerce su libertad como individuo y ciudadano, un niño de temprana edad, estando en pleno desarrollo de sus facultades, no cuenta aún con la autonomía plena para decidir libremente ¿En qué medida, entonces, priorizar recursos públicos a jóvenes y dilatar las reformas en la educación temprana coarta libertades individuales? En un sistema que asigna recursos al compás de la cuna y en el que la lotería de la vida condiciona fuertemente las trayectorias futuras, no corregir las desigualdades desde sus inicios limita la libertad futura de esos niños para realizar libremente sus proyectos de vida. Nuevamente, pareciera ser que —desde una aproximación de libertad— lo más justo es, a todas luces, la asignación de recursos a educación temprana.

Por último, respecto a la virtud. En su argumento, Sandel comprende como estrechamente relacionados los conceptos «virtud» y «solidaridad». Una sociedad virtuosa es consciente de que vivimos en comunidad y que las historias de nuestras vidas se entrelazan con las de otros. ¿No es acaso la preocupación genuina por el más desprotegido una virtud que nos gustaría relevar en nuestra sociedad? ¿No se halla esa desprotección pronunciada en la primera infancia? Es justamente la solidaridad intergeneracional —concepto que se acuña con frecuencia hoy en el debate público—, un acto de empatía para con aquellos que no cuentan con la autonomía y seguridad de que sus proyectos de vida se realizarán de manera íntegra. Transferir tiempo y recursos a las futuras generaciones, desde edades tempranas es, sin duda, un acto virtuoso que aboga por una sociedad más justa. 

Vale aclarar que los argumentos que acá expongo no pretenden desmerecer la importancia de invertir en la educación superior de nuestro país. Es necesario perseverar en una agenda que promueva un acceso equitativo a las oportunidades que brinda la educación superior y velar siempre por sus estándares de calidad. Sin embargo, el hecho de que sean los niños quienes permanecen invisibilizados en la discusión respecto al gasto en educación, nos debe invitar a reflexionar si es justo o no que esto sea así. El profesor Sandel da interesantes luces para enriquecer el debate respecto a si realmente hacemos  lo que debemos. Desde la triple perspectiva aquí ofrecida, todo parece indicar que no.

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