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19 de Septiembre de 2024

El cataclismo

Tanto en África como en el Pacífico occidental se están desarrollando sangrientas -y apenas comprensibles- guerras internas con millones de víctimas directas o indirectas, mientras docenas de dictaduras en Eurasia y América, bajo falsas banderas ideológicas están empujando sus pueblos a la miseria, o manteniéndolos en ella en aras de un poder corrupto.

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Tomás Szasz

es filósofo

No cabe la duda que nuestra sociedad sufre hoy la crisis existencial más grande de su historia, mucho peor que las dos guerras del siglo pasado. Y aunque no hay – aún – una conflagración general, los conflictos mediante sus consecuencias directas e indirectas están involucrando incontables países, tomen o no éstos parte activa en ellos. Los grandes ejemplos son las dos más mentadas hoy: Rusia/Ucrania e Israel/terrorismo islámico. El de Putin, iniciado en busca del trigo y minerales de su víctima en el estilo más crudo colonizador y hoy sin visible solución posiblemente triunfará, pues los actuales e imprescindibles socios de Zelenski a la larga tendrán que abandonarlo ya sea por desgaste, problemas económicos u oposición de sus propios pueblos. Y el otro, provocado cruelmente por Hamás y que Israel no tiene forma de ganar, pues lucha contra un enemigo invisible que se esconde detrás de su propia gente, transformó a Netanyahu de defensor de su pueblo y fronteras ante el mundo observante y gran parte de su propia gente, en carnicero ya que por cada terrorista a quien eventualmente extermina, debe matar muchos inocentes encima sin poder rescatar los secuestrados. Además, tanto en África como en el Pacífico occidental se están desarrollando sangrientas -y apenas comprensibles- guerras internas con millones de víctimas directas o indirectas, mientras docenas de dictaduras en Eurasia y América, bajo falsas banderas ideológicas están empujando sus pueblos a la miseria, o manteniéndolos en ella en aras de un poder corrupto; miseria donde los que ostentan el poder y sus lacayos son los únicos que disfrutan de inmensas riquezas.

El cada vez más acelerado ritmo del avance de la tecnología en los rincones más desarrollados está agrandando, a la misma velocidad, el abismo que los separa de los países o regiones atrasadas que, encima, están explotadas por los primeros que necesitan sus recursos y productos de bajo costo debido a las bajas remuneraciones de quienes los generan. La tensión provocada por el -ya exponencial- aumento de la población humana, – en tan sólo 6 años aumentó de siete a ocho mil millones – agravada por el calentamiento global causado principalmente por los país avanzados, nos encamina a un mega-enfrentamiento cada vez más inminente entre las grandes potencias en busca de mercados, materias primas, afirmaciones de soberanía, influencia política, dependencia económica de otros países  y, más que nada, territorio para su población creciente. Y paradójicamente no parecen darse cuentas de lo que hacen y  está ocurriendo en consecuencia. En lugar de buscar equilibrios que frenen el apocalipsis que ya sin dudas comenzó, los esfuerzos se concentran en la preparación para la guerra final que con toda seguridad terminará en la destrucción de la vida en el planeta azul como la conocemos hoy; y antes que nada, de la misma humanidad. Las migraciones nunca vistas de centenares de millones, desde zonas afectadas económica- o políticamente hacia las que les parecen mejores, causan un efecto similar al desborde de un líquido en un recipiente sacudido por un terremoto; y su instalación en los países soñados, en vez de mejorar la vida lo deteriora, aumentando la pobreza por tener que distribuir los mismos recursos entre más necesitados. Y como eso no alcanza, los insatisfechos se incorporan al crimen, viviendo de los que les arrebatan a los que aún tienen, destruyendo la vida de éstos.

El mayor poder – y problema – es la droga. Nunca pudo ser imaginable que tan inmensa proporción de las personas consuma estupefacientes y, por lo tanto, le da recursos a sus proveedores que éstos vivan en abundancia, sin castigo, sin pagar impuestos por sus “ingresos” más obtenidos. Sus compradores pertenecen a todos los estratos sociales, culturales y políticos. Eso en sí impide que luchen honestamente contra el narco, contra sus proveedores. El crimen organizado del narcotráfico ya controla la mayor parte del mundo, ya sea a través de sus gobiernos, su economía o por su producción cuya exportación provee con ingresos al país de origen.  Ningún gobierno, grande y pequeño, democrático o autócrata, de izquierda u de derecha fue y es capaz derrotar y ni siquiera dominar o disminuir el efecto de esta plaga. Paradójicamente en freno se producirá cuando haya más proveedores que consumidores o los consumidores sencillamente no tengan recursos para adquirir droga, pues ésta destruyó la economía que proveía al consumidor de dinero.

En medio del caos, el lenguaje de líderes totalmente opuestos es, paradójicamente, harto parecido: comparemos a Maduro, un inculto ex-conductor de buses y actual sangriento dictador con Trump, un archimillonario educado en las mejores universidades del mundo y pretendiente a presidir la mayor economía una vez más. Trágicamente, millones y millones están siguiéndolos, avalándolos dentro y fuera de sus propios países: teorías e ideologías estrepitosa- y brutalmente fracasadas en nuestra historia siguen en el poder, o pretenden tomarlo… o volver a él. Entre tanto los modelos más exitosos – y lamentablemente más vulnerables – que aún se salvan de ser irremediablemente contaminados (pero se llenan cada vez más con inmigrantes que sí lo están o son víctimas fáciles) son ignorados en vez de imitados por dirigentes fracasados que se mantienen en sus puestos a base de la corrupción o el miedo, o incluso por la ignorancia de sus electores.

Nuestros líderes y  políticos, a los que nosotros mismo hemos elegido en un obsoleto e injusto sistema político, tampoco parecen darse cuenta del apocalipsis. En vez de unir criterios sobre los problemas más acuciantes, se dedican a promover sus programas, incompletos y viciados, obsoletos y excluyentes y a enfrentarse por cosas que son nimiedades en comparación con los que nos están carcomiendo. No se dan cuenta que nuestra sociedad, nuestro entorno, toda nuestra existencia está a un paso del precipicio. Ninguno de los bandos se escapa de esa característica, todos sin excepción la detentan: Presidente, Gobierno, Parlamento, Partidos, autoridades, empresarios, bancos, inversionistas, financieros y hasta educadores.

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