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25 de Octubre de 2024

Tres años después, ¿aún queda esperanza?

Elegir mal a la máxima autoridad regional no solo es un error político, sino un golpe a nuestras posibilidades de construir un Chile más justo y equilibrado.

AGENCIA UNO/ARCHIVO.
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Victor Inostroza

Victor Inostroza es investigador Fundación Piensa.

En 2021, las primeras elecciones de gobernadores regionales llegaron con promesas de cambio. Tras décadas de centralismo arraigado, parecía que las regiones asumirían un rol más protagónico. Sin embargo, tal como ocurrió con muchas expectativas post 18 de octubre de 2019, la realidad ha sido distinta. La nueva institucionalidad prometía empoderar a las regiones, pero los resultados hasta ahora no han estado a la altura.

Quienes abogamos por una mayor y mejor descentralización, como en Fundación Piensa, también nos ilusionamos. Finalmente, parecía que las decisiones clave dejarían de tener una dirección única con destino a Santiago. Las regiones, por fin, tomarían las riendas de su propio destino. Pero la realidad, siempre tan obstinada, nos recordó lo complejo que es transformar las buenas intenciones en resultados concretos.

La descentralización no es un capricho ni una moda. Es una necesidad crítica para que las regiones accedan a más recursos, puedan tomar decisiones propias y, sobre todo, cuenten con mayor poder para mejorar la calidad de vida de sus habitantes. En teoría, todo suena muy bien. Pero en la práctica, sabemos que cuando los líderes fallan, esa misma descentralización que tanto anhelamos puede convertirse en un arma de doble filo.

Y aquí estamos, tres años después, lidiando con las consecuencias de una serie de escándalos que han golpeado duramente la percepción pública sobre este proceso. El Caso Convenios, que involucra a gobernadores como Rodrigo Díaz en el Biobío, Luciano Rivas en La Araucanía y Cristina Bravo en el Maule, junto a la destitución de Krist Naranjo en Coquimbo, no solo ha deteriorado la imagen de los gobiernos regionales, sino que ha debilitado profundamente la confianza en la descentralización. Pero la corrupción no es el único problema: la inacción también pesa. Muchos gobernadores, como el de Valparaíso, no aprovecharon la oportunidad de solicitar competencias adicionales, lo que ha limitado su gestión y explica su irrelevancia en este tiempo. La percepción de que el poder local puede ser tan corrupto o ineficaz como el centralizado es una sentencia de muerte para el entusiasmo ciudadano.

Lo cierto es que, hoy, la descentralización no es un tema prioritario para los ciudadanos. En nuestra Encuesta de Opinión Política 2024 de Fundación Piensa, el centralismo ocupa el penúltimo lugar (decimoctavo) en el ranking de problemas a resolver por el Gobierno. Esto solo refuerza un problema mayor: los responsables de la descentralización no han sabido comunicar su importancia. Para muchos, sigue siendo un concepto lejano, burocrático, casi académico. Mientras tanto, la delincuencia y la inflación se disputan los primeros lugares en las preocupaciones diarias.

Pero la descentralización no es algo abstracto. Aterrizándola a la realidad, es la diferencia entre tener que viajar a Santiago para ver a un especialista o contar con servicios médicos de calidad en tu propia región. Es la diferencia entre que nuestros jóvenes deban emigrar a la capital para estudiar en una buena universidad o puedan encontrar oportunidades educativas en su ciudad natal. Es la diferencia entre un país que invierte en todas sus regiones o uno que sigue concentrando las mejores oportunidades laborales y económicas en un solo lugar.

Así que sí, es preocupante. Es preocupante que las malas gestiones y los escándalos destruyan la confianza en la descentralización como causa. Porque no se trata solo de la caída de uno u otro gobernador, se trata de perder una oportunidad histórica de empoderar a las regiones. Si seguimos así, en diez años más, miraremos atrás y nos preguntaremos qué pasó con la esperanza que se sentía en 2021. La respuesta será simple: se quedó en Santiago, como siempre.

Este sábado y domingo, las elecciones de gobernadores regionales nos dan una nueva oportunidad. No podemos desperdiciarla. Elegir mal a la máxima autoridad regional no solo es un error político, sino un golpe a nuestras posibilidades de construir un Chile más justo y equilibrado. A pesar de todo, sigo creyendo que el cambio es posible.

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