La moderación al pizarrón
Necesitamos rescatar lo mejor de ambos mundos. No es posible la política si la reducimos a una batalla entre amigos y enemigos o la encaramos con ánimo de trinchera. Pero tampoco puede existir un proyecto realmente político donde el único sello y esencia es el acuerdo como principio en sí mismo. Los acuerdos y el diálogo son dinámicas que requieren de ideas, se nutren de ellas y nacen desde ellas.
José Miguel González es director de Formación de IdeaPais
“La moderación le ganó a la polarización” dijo el recién electo Claudio Orrego. Como él, muchos otros relevaron el rol de la moderación en esta elección. Si bien es un lugar común a estas alturas, ¿está claro lo que es? Lo que parece pesar de entrada es un asunto “topográfico”: la ubicación en el espectro político. Como en estas elecciones de gobernadores le fue bien a las fuerzas más cercanas al centro y a las opciones “de los extremos” les fue peor, algunos señalan que estaríamos ante un retorno de la moderación que –dicho sea de paso– echamos de menos para los tiempos marcados por el estallido.
Detrás de este planteamiento existe una manera diversa de hacer política. Para aquellos que niegan la sal y el agua a la vereda del frente estaría reservada la etiqueta de ultrón o extremista, mientras que aquellos capaces de “llegar a acuerdos”, dialogar con todos y “trabajar con quienes piensan distinto” (todas cuñas repetidas hasta el cansancio por la mayoría de los gobernadores electos), portarían la medalla de la moderación. Se trata de “moderar” el planteamiento propio en su versión más pura o ideal, para así poder encontrar puntos de sinergia y confluencia en aras del bien común.
Dicha actitud dialogante es fundamental en democracia y sociedades cada vez más complejas y fragmentadas. Cuando reinan los desacuerdos y desencuentros entre ciudadanos, sus representantes pueden contribuir a escalar dicho caos o a intentar ordenar, encauzar y procesar civilizadamente nuestras divergencias. Irónicamente, sí se genera una polarización relevante aún desde una óptica “moderada: vemos nítidamente a aquellos que profundizan la separación e incrementan la conflictividad, y por otro lado a aquellos que intentan reducirla.
La respuesta de muchos de los que son catalogados como extremos es un ataque al “amarillismo” de los centristas moderados. Aquellos que rondan la cultura del acuerdismo son tachados de versiones insípidas de los proyectos políticos correspondientes. Las izquierdas sin complejos y las derechas valientes toman fuerza relevando el transaccionismo de sus compañeros aguachentos de sector.
Sin duda, hay un punto en esta crítica. Los proyectos políticos se construyen desde idearios y convicciones sustantivas, visiones comunes antropológicas y de sociedad. Son estas directrices compartidas los cimientos, pero también la brújula, una quilla para resolver dilemas y abordar decisiones difíciles. Cuando elegimos a un representante siempre está involucrada en alguna medida, aunque sea poco consciente, una evaluación del horizonte del candidato, hacia dónde quiere llevarnos. Si ese norte se convierte en algo absolutamente maleable o deja de tener importancia en la arena pública, hay una promesa incumplida hacia la ciudadanía y la política termina reducida a lo instrumental y a las pulsiones momentáneas.
Necesitamos rescatar lo mejor de ambos mundos. No es posible la política si la reducimos a una batalla entre amigos y enemigos o la encaramos con ánimo de trinchera. Pero tampoco puede existir un proyecto realmente político donde el único sello y esencia es el acuerdo como principio en sí mismo. Los acuerdos y el diálogo son dinámicas que requieren de ideas, se nutren de ellas y nacen desde ellas.
Para las más jóvenes vocaciones políticas, un recordatorio final: el camino del acuerdo y del diálogo, que es el verdadero ethos de la democracia, es el camino difícil. Difícil porque supone apertura al otro, escucha genuina, tolerancia. Difícil porque exige aprender a argumentar con claridad y profundidad doctrinal, para distinguir lo transable de las líneas rojas. Requiere sostener tus ideas en una versión que apele al otro, que persuada. Difícil porque supone un intento honesto por comprender las bases del pensamiento de mi adversario político, sus motivos y sus móviles. Por lo tanto, el mejor consejo para alguien dando sus primeros pasos hacia lo público es que se forme, estudie, reflexione. Esta es la mejor forma de prepararse para un camino que es difícil, pero que es el correcto.