¿Habrá solución?
Tomás Szasz es filósofo
Hezbollá, Hamás, Hutíes… solo son cuyo nombre empieza con H entre los cada vez más variados grupos terroristas, casi todos islámicos.
¿Quiénes los financian? ¿Quiénes les proporcionan no solo armas, municiones y tecnología bélica de última generación, sino los provee con alimentos, vestuario, viviendas, servicios sanitarios, entrenamiento, hasta educación (extremista): en general, supervivencia? Porque estos movimientos no producen nada, sus miembros no trabajan ni cobran sueldos, ni tienen ingresos como socios, accionistas o ejecutivos de empresas; no tienen con qué pagar lo que reciben sino con violencia, genocidio y destrucción. Tampoco tendrán pensión para su vejez (total, su mayor anhelo es sacrificar su vida en pos de servir a Allá) ¿Quién los coordina, los pone en movimiento, planea las acciones que ejecutan, asigna sus objetivos y los nutre de información?
Sus financistas, no sólo instigadores sino en realidad patrones, los mantienen con el principal propósito de eliminar al Estado de Israel y el segundo objetivo a debilitar y ¿por qué no? a la larga eliminar al llamado Occidente. Eso último, como dijo uno de sus filósofos, más con el vientre materno que con armas… Ya está sucediendo.
Los grupos terroristas están utilizados para una provocación continua, ininterrumpida del país judío; sus miembros infiltran territorios, ciudades e incluso países indefensos que deben tolerar su presencia porque no tienen fuerzas para expulsarlos ni para impedir que lancen su guerra, su cohetería desde su tierra, originando para su población – inocente o incluso indiferente – las funestas consecuencias de un contragolpe israelí. Usan a poblaciones sometidas como escudo causando sufrimiento, destrucción, muerte y hambre que usan como instrumento para crear una condena internacional a Israel y, de paso, la eternización del antisemitismo; avivan la por el Holocausto amortiguada llama del odio de dos milenios hacia los judíos donde éstos se encuentren.
Es evidente que Israel, a la corta más que a la larga, tendrá que detener sus ataques a los territorios palestinos al igual que la momentáneamente suspendida ofensiva a Líbano: no tiene suficientes recursos para eternizar el conflicto ni suficiente renovación humana para mantener un ejército necesario para ello, tampoco apoyo político o social interno ilimitado. El soporte ideológico y la ayuda financiera y tecnológica que recibe de Europa, Estados Unidos y Canadá tampoco serán eternos ni gratuitos. Encima, es evidente que a cualquier eventual tregua o paz circunstancial que se llegue, signifique que la cosa terminó: nadie en el mundo duda que el avispero de una u otra manera, dentro de poco o no-tan-poco se reanudará. Pues así ha sido por más de 70 años
No se trata sólo del fanatismo musulmán religioso de Irán, indudablemente el principal financiero e instigador de los grupos en cuestión y otras fuerzas islámicas: hay demasiados intereses que mantienen latente al conflicto en el Medio Oriente y otras razones por las que una paz duradera y la existencia de dos naciones, Israel y Palestina, en el actual territorio en disputa no puede hacerse realidad. Antes que nada, ambas partes necesitan más suelo, más espacio físico para su población creciente que la existente entre las actuales fronteras. Israel desarrolló una increíble capacidad de crear productos y tecnología cuya venta al resto del mundo le permitió establecer una sociedad moderna, culta, bien alimentada y prevista de servicios de salud, educación y vivienda; y ante todo, democracia. Palestina entre tanto sobrevivió principalmente de los servicios que le presta a Israel de malas ganas; apenas tiene lugar para una ínfima agricultura, dispone aún menor industria y sus servicios que mayormente dependen de Israel que francamente poco ha hecho para cambiar esa situación.
No habrá solución hasta que la extensión geográfica para soportar dos naciones crezca y sea suficientemente amplia para permitir – en el caso de Israel, continuar – su desarrollo. Deberían ser los países que rodean al actual territorio que cedan, vendan o negocien de alguna manera espacio para ello. Y para eso, se necesita no solo voluntad sino también algún o varios atractivos para los gobiernos que podrían sentarse a negociar semejante acuerdo, acompañado naturalmente por el consentimiento israelí y palestino. ¿Cuántas voluntades e intereses existen para hacer atractiva tal solución, inédita en la historia conocida y cuántas voluntades e intereses para impedirlo?
Vivimos tiempos tan difíciles y complicados como es costumbre de nuestra raza humana. Muchos países están dirigidos por individuos u organizaciones que no aprendieron de la historia que la indiferencia hacia los demás, el desprecio hacia precisamente lo que llamamos humanidad, el poder basado en el miedo no lleva a otra cosa que la cada vez más cercana destrucción de la civilización, o más que ella. Ese poder, el ansia para conseguirlo y retenerlo no sólo corrompe sino también destruye. ¿Cuáles por ejemplo son los resultados del ataque de Putín a Ucrania, del ataque de Hamás a Israel? Muerte, destrucción y ningún avance hacia lo pretendido; desgracia, principalmente para aquellas y aquellos seres y familias que no tienen nada que ver con el propósito, ni decisión en ella, menos influencia aún para evitarlo.
Fue Rodrigo Triana, marinero de Colón, que según la leyenda pronunció la frase “¡Tierra a la vista!” al distinguir lo que después de llamó América por Vespucio, en vez de “Cristobalía” por su capitán. Hoy no se ve tierra…