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Actualizado el 6 de Diciembre de 2024

Una educación para el siglo XXI

Nadie puede negar el fin noble perseguido con la promoción de nuevas prácticas en la sala de clases, pero los problemas de violencia escolar, las denuncias por convivencia, las cifras de deserción e inasistencia, los continuos malos resultados académicos en pruebas nacionales e internacionales estandarizadas, los profesores colapsados, el déficit de docentes proyectados a futuro, la salud mental de los alumnos en el suelo, deben obligarnos a pensar si esta era realmente la educación del siglo XXI que queríamos.

niño empalado AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Redacción

Francisca Figueroa

Investigadora de IdeaPaís.

“¡Necesitamos una educación para el siglo XXI!”, es una frase que venimos escuchando desde los 90, una especie de mantra que insta a actualizar lo que ocurre en la sala de clases. Si bien la idea resulta ambigua, ha llevado a colegios -por presión legislativa, administrativa o social- a implementar cambios significativos en la sala de clases.

La educación del siglo XXI, en primer lugar, respeta el derecho a la educación de quienes antes eran expulsados injustificadamente de los colegios, sin derecho a reclamo alguno por parte de las familias. Niñas embarazadas, estudiantes con necesidades educativas especiales o mal desempeño académico eran expulsados sin miramientos hace 35 años. Hoy, afortunadamente, resulta inconcebible negar a aquellos niños la posibilidad de asistir a un colegio. Sin embargo, ¿es el derecho a la educación sólo la posibilidad de asistir a un establecimiento? En la búsqueda de mayor justicia, ¿no fueron eliminados también ciertos criterios válidos que permitían proteger la convivencia escolar, viéndose hoy sancionados los colegios por hacer uso de ellos? ¿No estamos vulnerando también la educación de niños víctimas de bullying o violencia escolar cuando no se puede expulsar a quien los causa? ¿Existe derecho a la educación de quienes buscan aprender cuando los docentes no logran hacer clases producto de la falta de disciplina? ¿Vale más el derecho de los infractores que el de las víctimas?

La educación del siglo XXI también ha incorporado la tecnología como un elemento esencial. Negar su utilidad es contraproducente: los niños deben aprender a usarla a favor del conocimiento. Por lo demás, es de gran ayuda para que los profesores hagan más atractivas sus clases, capturando la atención de los niños del siglo XXI que se aburren en una clase expositiva. Esto tiene a los profesores invirtiendo tardes y fines de semana buscando la última novedad tecnológica para integrar en su aula y satisfacer las expectativas de sus exigentes alumnos. Recitar poemas, memorizar fechas históricas, o pasar clases enteras resolviendo fórmulas matemáticas con rigor, no solo trabaja la memoria favoreciendo el conocimiento, sino también forma resiliencia ¿No es el conocimiento adquirido una herramienta fundamental para profundizar el aprendizaje? ¿Acaso no es también parte de la educación enseñar la importancia del esfuerzo y la constancia?

La educación del siglo XXI favorece la autonomía del alumno. El profesor es reconocido y se le agradece, pero en su labor de acompañamiento, no en su rol de experto. La relación profesor-alumno debe ser horizontal, cercana y “buena onda”. Las exigencias se perciben como injustas y atentatorias de la creatividad y autonomía de los niños. Las estructuras del mundo adulto no deben permear la naturaleza inocente de quienes están en plena etapa de desarrollo. Sin embargo, ¿cómo se les enseña a superar las diversas dificultades? ¿No son los colegios espacios de exposición controlada donde preparamos a los niños para una vida adulta que, quiérase o no, llegará? ¿Cómo aprender responsabilidad, fortaleza y esfuerzo si eliminamos las exigencias, que sabemos molestan, pero son fundamentales para superar los desafíos que nos impone la vida?

Nadie puede negar el fin noble perseguido con la promoción de nuevas prácticas en la sala de clases, pero los problemas de violencia escolar, las denuncias por convivencia, las cifras de deserción e inasistencia, los continuos malos resultados académicos en pruebas nacionales e internacionales estandarizadas, los profesores colapsados, el déficit de docentes proyectados a futuro, la salud mental de los alumnos en el suelo, deben obligarnos a pensar si esta era realmente la educación del siglo XXI que queríamos.

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