Rememorar a un maestro
Señor director,
Resuena en mis recuerdos la definición de “maestro” que tenía Jaime Guzmán, y que empleó para referirse a Jaime Eyzaguirre: “Maestro no es sólo el que enseña. Ni siquiera el que enseña bien. Maestro es la persona que, por un impulso interior de vocación, coloca sus talentos al servicio de los demás seres humanos, en la intención de alumbrarles el camino que cada cual tiene por delante”. Quisiera usar este espacio para poder extender un poco de tinta al respecto.
Un 9 de junio de 1947 nació Juan Guillermo Muñoz Correa, historiador, paleógrafo, genealogista y ―por mérito de la descripción antes citada― maestro. Juangui, como le decíamos amistosamente en los pastos de Historia de la Universidad de Santiago, logró calar hondo en mí a pesar del poco tiempo que compartimos debido a su repentina y lamentable partida tras una lucha contra el cáncer. En poco menos de tres años, quien fuera mi profesor de historia colonial, me enseñaría mucho más que lo contenido en los libros que estudiábamos para su asignatura: el valor de “un maestro como un amigo y un ejemplo”, como sintetizaría Guzmán en el texto referenciado.
Juangui me instó a explotar campos de estudios en los que vio tenía capacidades, como en la paleografía, y me permitió ser ayudante de su ramo en la Universidad. Qué agrado preparar las clases, conversar en su oficina sobre genealogía, el pelambre propio de la academia, charlar de política ―considerando lo diametralmente distinto de nuestras posturas―, en definitiva, de lo humano y lo divino.
Guardo en lo profundo de mi corazón cuando, en una salida pedagógica al Museo de Arte Colonial en la iglesia de San Francisco, al leer una inscripción en letra antigua sobre un cuadro al óleo de un hombre de fama, pude descifrar primero una abreviatura en la que el profesor Juan Guillermo estuvo buen rato tratando de desglosar; en ese preciso momento, con su característica y amable sonrisa, me dijo: “Un buen maestro es aquel que es superado por sus discípulos”. No puedo expresar con palabras la dicha interna que sentí al escucharlo.
En conmemoración de este natalicio, quisiera reconocer las figuras excelsas que han influido en mí de formas en que ellos jamás soñaron, porque soy un convencido de que el ser humano necesita de grandes almas que sirvan de brújula y guía. En otros términos, encontrar un maestro que nos tome y nos enseñe y, como el lazarillo de Tormes, no esperar de ellos otra cosa que sabiduría para recorrer nuestras propias vidas, para escribir nuestras biografías.
Para mí, junio tiene un significado especial, ya que en este mes nacen tres grandes maestros de vida: Jaime Guzmán Errázuriz, Juan Guillermo Muñoz y mi padre, Isaac Cofré. Gracias por todo lo que me han enseñado.
Benjamín Cofré,
historiador USACH