Iván Poduje: "SMS del Transantiago parecen una mala broma"
Los periodos presidenciales cortos han sido perjudiciales para la planificación de nuestras ciudades, ya que en paralelo se han multiplicado los requisitos para aprobar proyectos y el número de actores que deben coordinarse. Así la presión por cortar cintas cada cuatro años hace que se inauguren obras inocuas e intrascendentes que no afectan ningún interés, mientras que se postergan las obras importantes y los problemas se siguen acumulando. Los ejemplos abundan.
Los periodos presidenciales cortos han sido perjudiciales para la planificación de nuestras ciudades, ya que en paralelo se han multiplicado los requisitos para aprobar proyectos y el número de actores que deben coordinarse. Así la presión por cortar cintas cada cuatro años hace que se inauguren obras inocuas e intrascendentes que no afectan ningún interés, mientras que se postergan las obras importantes y los problemas se siguen acumulando. Los ejemplos abundan. Uno es el plan de infraestructura para mitigar el colapso vial de Sanhattan, que sigue durmiendo a pesar de que lo han anunciado ya tres ministros. Lo mismo ocurre con el Transantiago, donde la idea de los mensajes de texto parece una mala broma si consideramos que se requiere de cirugía mayor, con cambios de contratos, nuevos recorridos o la ejecución de kilómetros de corredores exclusivos.
Algunas autoridades piensan que el inmovilismo se supera con “mejor gestión”: léase reemplazando a los que dirigen y presionando a los mandos medios. Craso error. Como argumenta Lucas Sierra, el Estado chileno funciona por potestad administrativa y los filtros de control, tales como la Contraloría General de la República, dilatan la toma de decisiones al margen de la voluntad política. Estos controles también alargarán los plazos de ejecución de las obras emblemáticas del plan de reconstrucción como los parques costeros o la remodelación de los centros históricos. Cada proyecto deberá ser aprobado por decenas de organismos públicos y las comunidades afectadas; superar evaluaciones sociales; desarrollar los proyectos definitivos de arquitectura e ingeniería; y, finalmente, licitar las obras y adjudicarlas. Esta secuencia tomará muchos meses y varios años cuando haya que modificar un plan regulador. Por eso, pasará un buen tiempo antes que se mueva una sola piedra.
El status quo no se rompe con amagues de mejor gestión, ni tampoco saltándose los filtros al estilo del Mop-Gate. La única solución es que los planes trasciendan a los gobiernos de turno y se transformen en iniciativas de Estado. Para ello se requieren tres condiciones: apoyo ciudadano canalizado a través de mecanismos que logren acuerdos en plazos razonables; dotar a los proyectos de un marco institucional que garantice recursos y estabilidad, tal como ocurre con el Metro; y finalmente, líderes generosos y valientes que inicien obras que no podrán inaugurar. Este último requisito es el más relevante pero ha sido históricamente el más difícil de cumplir.
(*) Iván Poduje es arquitecto, Magister en Desarrollo Urbano. Socio de la oficina de urbanismo Atisba, profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica, investigador asociado del CEP y miembro de la Sociedad Chilena de Políticas Públicas.