"27F: el triunfo del pituto y la derrota de las instituciones", por Álvaro Cáceres
Nunca pensé que como familia nos iba a tocar a nosotros llegar a vivir en carne propia ese tipo de sucesos que uno sólo ve en las películas gringas o en las noticias sobre desastres naturales en otras latitudes del mundo.
Mi hermano Ismael y su polola Paula, biólogos marinos, juntos hace ocho años y apasionados por el mar chileno y su rica biodiversidad, se encontraban en Juan Fernández para el 27F del 2010.
Nunca pensé que como familia nos iba a tocar a nosotros llegar a vivir en carne propia ese tipo de sucesos que uno sólo ve en las películas gringas o en las noticias sobre desastres naturales en otras latitudes del mundo.
Mi hermano Ismael y su polola Paula, biólogos marinos, juntos hace ocho años y apasionados por el mar chileno y su rica biodiversidad, se encontraban en Juan Fernández para el 27F del 2010.
Eran parte de un proyecto de investigación Fondecyt para la Facultad de Biología de la Universidad Católica de Chile sobre las langostas de Juan Fernández. Estaban despiertos y alertas junto al resto del equipo de investigadores ante cualquier noticia de tsunami, cuando en la mitad de la noche de ese día una seguidilla de olas gigantescas azotó el pueblo de Juan Bautista destruyéndolo todo. Y, de paso, quitándole la vida a Paula. No alcanzó a arrancar de las olas. Nadie de los que debería haber avisado, lo hizo. Nadie.
A pesar de que el tsunami ocurrió una hora después del terremoto, solo se escuchó un solitario y lejano sonido de bong dispuesto para tales ocasiones, que una niña de 16 años atinó a tocar con sus propias manos.
En medio de la rabia y el enorme dolor por la inoperancia de la Onemi, del Shoa y del Gobierno, nos abocamos a intentar traer lo antes posible al continente al sobreviviente de mi hermano y al cuerpo de la Paula. Pero, ¿cómo? Obviamente, a través del pituto.
Durante esos días no dudamos en utilizar desvergonzadamente todas nuestras redes de contacto, todo nuestro capital social, y todo nuestro acceso a información con el fin de traer al cuerpo de la Paula y a mi hermano. La ayuda de familiares, amigos y conocidos fue vital para lograrlo. Ni el Estado, responsable de avisar en caso de tsunami, ni la Universidad Católica, responsable de la integridad física de sus investigadores, fueron capaces de reaccionar a tiempo.
El uso extendido del pituto -trágico en este caso-, dieron cuenta no sólo de la conocida y crónica debilidad institucional de nuestras sociedades latinoamericanas, sino que pusieron de manifiesto toda su inequidad e informalidad. El tsunami reveló una sociedad en donde los resultados de las acciones para salvar a los seres queridos vienen dados por las redes y por el acceso privilegiado a las fuentes del poder, más que por la existencia de organismos públicos competentes y capacitados para reaccionar ante emergencias de este tipo.
El anuncio de la creación de la nueva Agencia Nacional de Emergencia y Protección Civil me genera escepticismo puro. ¿Será diferente en la próxima catástrofe? ¿Seremos capaces de responder a tiempo, de activar las alertas correspondientes, de ayudar a las víctimas, de evitar la anomia social? ¿Seremos capaces de trascender el pituto, siempre más rápido y efectivo?
Estoy seguro que, de estar hoy viva Paula, hubiese estado en desacuerdo con la Onemi, con el Shoa, con toda la torpeza institucional que reinó esos días. También estaría peleando por todas aquellas vidas perdidas a lo largo de nuestra costa y, sin duda, nos cuestionaría el uso que hicimos al pituto.
Pero lamentablemente no va poder alegar, pues fue precisamente esa inoperancia sistémica lo que le quitó la vida, y lo que hace que hoy, al igual que otros miles de chilenos, tengamos que lamentar una muerte a todas luces evitable.
Álvaro Cáceres es sociólogo UC y Máster en Comunicaciones Universdad de Portland, Oregon. Trabajó varios años en Tironi Asociados y actualmente se desempeña en el área de asuntos corporativos en una multinacional francesa.