El boxeo femenino o las posibilidades del nuevo Afganistán
"Iniciamos este club hace cuatro años porque había un grupo de chicas que querían boxear y, también, porque queríamos mostrar al mundo lo que pueden ser un nuevo Afganistán y sus mujeres"
El estadio Ghazi de Kabul, tristemente famoso por las lapidaciones de mujeres perpetradas por los talibanes durante su régimen, es el escenario donde un grupo de jóvenes afganas han dado forma al primer club de boxeo femenino de su país.
Unas veinte chicas se reúnen tres veces por semana bajo las gradas del estadio para practicar un deporte poco habitual en el país y casi inédito para las mujeres, que tienen que vencer todas las reticencias de una sociedad hecha a la medida de los hombres.
“Iniciamos este club hace cuatro años porque había un grupo de chicas que querían boxear y, también, porque queríamos mostrar al mundo lo que pueden ser un nuevo Afganistán y sus mujeres“, explica el vicepresidente de la Federación Afgana de Boxeo, Hamidulá Hamidi.
A pesar de que no participan en combates oficiales, las jóvenes disfrutan de ese espacio de libertad y diversión sin descuidar la disciplina del entrenamiento, y no entienden la extrañeza que causa la elección del boxeo como su disciplina favorita.
La mayoría tienen un referente común: Layla Alí, la hija de Muhammad Alí, el gran boxeador musulmán de todos los tiempos.
“Mi familia vivió un tiempo en Irán y allí veía por la tele los combates de Muhammad Alí -explica Fazana Yusufi, de 19 años – y recuerdo cómo un día dijo que su hija Layla le reemplazaría sobre el ring. Eso me inspiró y me impulsó a practicar este deporte”.
El equipo, que según la Federación es el único de Afganistán, se entrena con guantes nuevos -financiados gracias a la ayuda internacional- pero sin medidas de seguridad especiales incluso en un momento en el que el país vive una nueva oleada de violencia.
“No tenemos ninguna seguridad especial, no nos parece que haya un riesgo especial por el hecho de que haya mujeres practicando un deporte, aunque sabemos que no a todo el mundo le parece bien”, declara Hamidi.
“Mi familia me preguntó sobre todo si había un lugar seguro en el que las mujeres pudieran boxear”, explica una de las jóvenes, Shafiqa Huseini, que añade que el entrenador fue el que convenció a sus padres de que no había nada que temer.
El principal preparador del grupo es un ex boxeador y desde hace 25 años entrenador, pero que no tenía experiencia en equipos femeninos hasta que se hizo cargo del grupo impulsado por la Federación afgana.
“Cuando me lo propusieron me entusiasmé, sentí que esto podía ser, además de un reto personal, un mensaje muy fuerte sobre los cambios en nuestro país y una realidad que no se limita solo a bombas y muertes”, dice el entrenador, Ahmed Nabizader.
Sin embargo, el cambio en Afganistán no es en absoluto definitivo, con una inestabilidad política casi endémica y en medio del recrudecimiento de la violencia, que parece lejos de encontrar solución.
A pesar de los indudables avances que se han dado en cuanto a la situación de la mujer en los últimos diez años, muchos asociaciones de mujeres temen que la mentalidad tradicional, aún muy arraigada, vuelva a dejarlas de lado.
“No me gusta mucho hablar de ello, pero sí he tenido alguna amenaza por el hecho de entrenar a mujeres -reconoce un poco nervioso el preparador de las chicas-, me preguntaron si no sabía que el boxeo femenino era “haram” (pecado) en este país”.
El vicepresidente de la Federación afirma que no esperan ningún cambio político radical en el país, pero añade con semblante preocupado que “si vuelven los talibanes habrá que adaptarse a las nuevas condiciones, como siempre hemos hecho aquí”.
Más allá de la política afgana, las audaces boxeadoras afganas tienen que luchar con una mentalidad en la que el deporte no es un espacio apto para las mujeres.
El entrenador reconoce que la mayoría de las chicas dejan los entrenamientos cerca de los veinte años “por causas familiares”, y añade con la boca pequeña que, traducido, eso quiere decir por la oposición de los padres o porque se casan.
La joven Shafiqa, de 17 años, reconoce que en el futuro dependerá de su marido si puede seguir boxeando. Pero lo piensa un momento y añade con una amplia sonrisa: “Sí, seguro que voy a seguir”.