A un año del incendio en la cárcel de San Miguel: El pacto del gobierno y los familiares para evitar otra tragedia

Juana Pérez lleva la foto de su hijo, Marcelo Casanova, vestido de escolar colgando en el pecho. A su lado otra mujer usa una polera con la cara de su hijo impresa sobre una bandera chilena. Ambas están nerviosas y con los mismos ojos de desolación y abatimiento. Son las 10 de las mañana del miércoles 30 de noviembre y afuera de la Cárcel de San Miguel en calle San Francisco con Ureta Cox, hay una veintena de familiares de los 81 reos que el 8 de diciembre de 2010 murieron calcinados en la peor tragedia del sistema carcelario chileno.

“Esta es una nueva oportunidad para acercarnos a nuestros familiares. Hay que estar tranquilos”, dice César Pizarro al grupo. El hermano de Jorge Manríquez, uno de los internos fallecidos en la Torre 5, es el presidente de la Agrupación 81 Razones, entidad que nació con el objeto de combatir el hacinamiento carcelario y que está a punto de convertise en ONG. El joven de 30 años -que se dedica a tiempo completo a la causa- es el coordinador de la visita al lugar de la tragedia. Allí las madres, las viudas y los hermanos quieren reencontrarse con los que se fueron. Y la agrupación busca difundir su labor entre los internos.

Con ese objetivo tocaron la puerta del ministro de Justicia, Teodoro Ribera, que autorizó el recorrido por el penal y también por otros siete centros de reclusión de la Región Metropolitana. Al gobierno le preocupa que este 8 de diciembre las cárceles se transformen en un polvorín. Y Pizarro reconoce que hay razones para tal inquietud. “Desde el incendio han existido ofrecimientos de venganza en todas las cárceles de Santiago. Me enviaban mensajes al celular y correos, hasta me han parado en la calle para decirme que los internos se organizarían contra Gendarmería”, dice, agregando que el gobierno “acepta reunirse con nosotros por un tema de imagen. Ellos ganan la tranquilidad (…)”.

Además de la preocupación del Ejecutivo por eventuales hechos de violencia en los penales en la conmemoración del primer año del incendio, las autoridades miran con inquietud el proceso judicial que llevan adelante los familiares de los internos fallecidos (ver recuadros). Está latente la posibilidad de que prospere la demanda contra el Estado y en ese marco todo acercamiento a los deudos es bien mirado.

En ese contexto, Ribera se ha reunido en cinco ocasiones con la Agrupación que le presentó una lista de 21 peticiones a favor de los internos, entre las que destaca ayuda concreta a los familiares con la creación de bolsas de trabajo y becas para los hijos de las víctimas;  solicitud de indulto a los sobrevivientes; apoyo para la reinserción social y la eliminación de antecedentes para asegurar el derecho a ciudadanía.

El secretario de Estado se abrió a evaluar la petición de decretar el 8 de diciembre como el Día del Privado de Libertad y aceptó la instalación de un memorial con los nombres de los 81 muertos. “Ellos querían poner una placa pequeña”, puntualiza Pizarro.

La fatídica Torre 5

Luego de entregar sus carnets a cambio de una placa de madera pintada verde con un número, el grupo de familiares es registrado por personal de Gendarmería para no ingresar celulares. Después todos quedan agrupados en un pasillo interno. César apura el paso para alcanzarlos. Se devolvió a para sacar papel higiénico. “Por si las mamitas se me emocionan”, dice con una sonrisa tímida.

En la torre 5, donde fue el incendio, están a la vista los trabajos de restauración. Las paredes están recién pintadas y se instalaron muros divisorios internos en el ala sur. La cosmética, sin embargo, no esconde el sello de todas las cárceles chilenas: una intensa y tibia humedad con hedor a sudor y excremento que se impregna en la nariz y es difícil de olvidar.

La hilera de personas camina por el pasillo y sube en silencio por la escalera de la última torre hasta llegar al cuarto piso. Al final, frente a la reja que la noche del incendio no se abrió y negó a los internos la posibilidad de salir con vida,  se ve un lienzo del grupo de la Capellanía Evangélica de Gendarmería, Apac (Amando al Preso, Amarás a Cristo) con un pasaje bíblico del Apocalípsis. A un costado, una pizarra con un saludo religioso también en memoria de “los 81”.

El pequeño cuarto del ala sur, donde se inició la pelea que provocó el incendio y donde murieron 66 de los 81 internos, hoy luce sus muros pintados de blanco y una nueva instalación eléctrica, como si nada hubiese pasado. Los familiares entran y el silencio se toma el lugar.

Algunas mujeres solo miran entre lágrimas los rincones del cuarto. Otras, en cambio, se agarran fuerte de las rejas de las ventanas que solo permiten ver el cielo y un tímido rayo de sol. Juana Pérez camina con los brazos cruzados, sollozando y apretando fuerte la fotografía de su hijo contra el pecho.

Minutos más tarde entra al salón un pastor de Apac. Viene a entregar consuelo frente al dolor de las madres y esposas. Pero la carga emocional del lugar le gana y termina diciendo un sermón con lágrimas en los ojos, que hace a todos romper en llanto. En la entrada, obreros y gendarmes se acercan lentamente para ver al grupo rezar.

Luego de algunos minutos, es César quien nuevamente toma la palabra y reúne al grupo para bajar por la escalera y caminar por el pasillo con destino al gimnasio que hace de salón para recibir a familiares y amigos. Es día de visitas para los reos del penal. De modo que rápidamente en el galpón que alguna vez fue un gimnasio,  los familiares de “los 81” se mezclan con los visitantes de los internos, a quienes abrazan con desesperación y con quienes comparten comida y cigarrillos.

A los costados del gimnasio, una veintena de toldos negros sirve de piezas para que los reos intimiden con sus parejas sobre un colchón de espuma. Todo en medio de las conversaciones y gritos de los internos que rifan cuadros con dibujos de Disney que han hecho en algún taller al interior de la cárcel.

Entremedio alguien reconoce al grupo visitante. “¡Son los familiares de los fallecidos!”, se escucha al avanzar entre las sillas de plástico. Los deudos de “los 81” se sientan y nuevamente lloran, esta vez al recordar los últimos momentos que compartieron con los suyos en este mismo galpón.

De pronto, un interno con una camiseta del Barcelona se acerca al grupo. “El Poroto” estaba en la torre 5 la noche del 8 de diciembre y quiere recordar. “A mí me sacaron inconsciente envuelto en una frazada. Nunca caché lo que había pasado. Solo después cuando leí un diario, me di cuenta que habían muerto todos”, le dice a una mujer del grupo.

Luego, un nuevo sermón evangélico y la caminata lenta en dirección a la puerta. Cada familiar recoge sus pertenencias y sale a la calle. Ya afuera, Juana Pérez y el resto del grupo mira el muro donde se instalará el memorial prometido por las autoridades, con los mismos ojos de desolación y abatimiento, y se alejan.

(Para la realización de esta nota, El Dínamo se puso en contacto tanto con el ministerio de Justicia como con Gendarmería, sin tener respuesta positiva para poder consignar sus opiniones).