La memoria de Fernando Landeta, uno de los protagonistas del rescate de Juan Fernández, a un año de la tragedia
Con su robot Proteus 500, su sonar, su capacidad de buceo y sus mejores amigos, este buzo técnico se puso al servicio del rescate de las víctimas del Casa 212 en Juan Fernández, ad honorem. En esta entrevista, repasa los momentos más significativos de esa operación.
Ni héroe ni mucho menos. A Fernando Landeta no le gusta que lo suban a esa categoría, aunque lo que hizo la noche del 2 de septiembre del año pasado, cuando decidió poner a disposición del rescate en Juan Fernández su capacidad de buceo, el talento de sus mejores amigos, su empresa, y el robot y el sonar que fueron claves en la identificación de las partes del Casa 212 a más de 50 metros de profundidad, ad honorem y sin publicidad, lo conduce inevitablemente al camino de los reconocimientos y las felicitaciones.
Este buzo técnico, especialidad que sólo un reducido círculo de amantes de las profundidades marinas tiene en Chile, nunca se ha dedicado a ver imágenes ni archivos de lo que fueron las tres fases de la Operación Loreto.
Sus amigos y más cercanos le confeccionaron una suerte de “collage”, cuenta, con los hitos más relevantes de esos días, pero ese material está guardado solo como un recuerdo bonito. “No me he detenido en eso”.
Él prefiere seguir la vida, pasando largas jornadas arriba de un bote o metido en el agua, entregado a esa obsesión que tiene por el buceo. La misma que lo lleva un día a Llo-lleo, en la Quinta Región, para intentar la recuperación de un buque que encalló a raíz de las marejadas de mediados de agosto, y que otro día lo lleva nuevamente a Villarrica, a buscar una avioneta Cessna que cayó en las profundidades del lago en mayo de 2009, misión en la que no piensa claudicar aunque ya nadie se lo pida.
Otra avioneta Cessna tuvo que buscar en la jungla panameña el año pasado, pero ahí, donde nada dependía de él, sí debió abandonar y enfrentar la frustración de las familias de las víctimas, que habían depositado en él sus últimas esperanzas.
Esa es otra historia que relata aquí en profundidad y a la que llegó de la mano del siniestro en Juan Fernández, para él, la más significativa labor en la que haya participado en su vida.
Ingeniero civil, a Landeta (39 años) nunca le gustó el cemento y una vez titulado se fue a estudiar un postgrado de dos años, entre 2002 y 2005, a Alemania. Fue en modelación aerodinámica, tsunamis, corrientes y mareas… Pero volvió y creó su empresa especializada en estudios de fondo marino, Skyring Marine, en la que trabaja junto a Pablo Navarro, Sócrates Chaparro, y Robert Ziller.
Fue con este equipo humano, al que se sumaron sus amigos Felipe Mongillo, Alexis Rovira y Marcelo Leiva, con el que partió el 3 de septiembre al archipiélago de Juan Fernández para participar en las labores de rescate de los 21 pasajeros del siniestrado Casa 212.
Para él, y para muchos, el hito más significativo de esa operación fue el momento en el que vio en la pantalla de su computador las imágenes de la cola del avión que el domingo 11 deseptiembre captó su robot Proteus 500.
A los tres días, el 14, se encontró el fuselaje. A partir de ese instante, la búsqueda pasó de ser incierta a ser acotada.
Los pormenores de esta historia, incluidos los momentos de desaliento y cansancio, quedaron registrados en el documental Causas Profundas, del periodista Amaro Gómez-Pablos, producido por Patricio Polanco, que será estrenado el próximo lunes en la noche por las pantallas de TVN.
¿Como fue el momento en que decidiste involucrarte en esta operación?
El 2 de septiembre en la tarde iba en dirección a Santiago a juntarme con un amigo francés que fue mi compañero de pieza en Alemania, y en el trayecto llamé a un ex compañero de la Escuela Naval que trabaja en la Gobernación Marítima para decirle que tenía capacidad de buceo, sonar y robot submarino y que los ponía a disposición ad honorem y sin publicidad si sabía que se requerían. Tres horas después, ya cenando con mi amigo en Bellavista, al primer corte de carne, me llamaron para citarme a una reunión en Valparaíso. Partí y nunca más paró la máquina. Nadie durmió esa noche. Al día siguiente estábamos zarpando.
Además de tu empresa involucraste a tus amigos, ¿les consultaste antes?
Sí, nos comunicamos por teléfono. Le pregunté a mi amigo Felipe (Mongillo): “¿estamos?”. “Estamos”, me respondió.
¿Pensaste en ese momento que ibas a cumplir un rol tan clave en el rescate?
Ni cercano. Pensé que nos subiríamos al buque (remolcador Galvarino) y que cuando llegáramos iba a estar todo resuelto. Jamás, pensé que ni siquiera íbamos a poder bucear. Si el avión hubiera sido detectado a una profundidad razonable, la Armada se hubiera podido hacer cargo del tema perfectamente.
¿Te pasa algo especial en estos días, en que se cumple un año desde la tragedia, o ya diste vuelta la página?
Ninguna de las dos. Dejando de lado la tragedia en sí misma, lo que hicimos allí es todo lo que nos gusta hacer. Tiene que ver con rebuscar cosas perdidas debajo del agua, con sonares y robots, con bucear con equipamiento especial, y además en Juan Fernández, que es un lugar muy atractivo. Por supuesto, es inevitable el componente de todo lo que estaba pasando. Fue, probablemente, la operación más importante en la que hemos participado, por la combinación de todas las cosas.
Afortunadamente, esto nunca dejó una huella sicológica en mí. Soy bien “gallina” para todas las cosas relacionadas con el cuerpo humano y en su momento hubo que analizar el eventual comportamiento de cada persona ante determinados escenarios, y me preocupé un poco, pero había tanta gente involucrada en esto, tantas cabezas remando para el mismo lado, que no quieres ser tú el que falle en una operación de esa magnitud. Y en ese momento lo que estaba haciendo sí tenía algún grado de importancia, aunque una parte de mí realmente no quería que esto tuviera tanta trascendencia.
¿Dices que te hubiera gustado pasar más inadvertido?
Quería pasar lo más anónimo posible. Y es que tampoco creo que haya tenido tanta notoriedad. No fuimos sólo nosotros. Éramos un eslabón muy pequeñito en una organización muy grande. Ayudamos en un área. No fuimos los únicos, ni fuimos los héroes.
Has contado que desde antes de la tragedia sentías admiración por Felipe Cubillos, ¿por qué?
De partida, a mí me gusta mucho navegar. Nunca he perdido la ilusión de pegarme una navegación alrededor del mundo, en solitario. En Alemania ya me enteraba de las cosas choras que hacía Felipe. Encontraba que compartíamos esa pasión por el mar y después me pareció notable su capacidad para darse el tiempo para ayudar. Conozco muy bien todas las caletas que él apoyó en Constitución, Dichato, Tirúa, Lebu, en todas partes, y me habría gustado mucho conocerlo. Soy un gallo bien corto de genio y una vez, cuando él recién estaba en el tema del Desafío (Levantemos Chile), coincidimos en un restaurante. Yo estaba al lado y me habría encantado pararme, saludarlo y decirle: “mucho gusto en conocerte”… Pero soy corto… quizás en la próxima vida me levantaré a saludarlo.
¿Has vuelto al archipiélago?
No, aunque independientemente de lo que pasó, tengo harto cuento con la isla (participó, por ejemplo, junto a su amigo Felipe Mongillo, en la expedición que rescató en 2007 la campana del buque alemán Dresden, hundido durante la Primera Guerra Mundial en la bahía Cumberland, frente a las costas de Juan Fernández). Pero no he tenido tiempo. En total fueron casi dos meses que estuvimos allá. Dejé varias cosas postergadas y hubo que ponerse al día.
Finalmente, tu rol se extendió hasta la tercera fase de la Operación Loreto, ya no adhonorem y contratado por la FACH, ¿cómo llegaste a ese acuerdo?
La FACH me contrató con todas las de la ley en el marco de una licitación a la que nos invitaron a participar. Y me ayudaron mucho en esa etapa, para organizar todo, mi viejo y mi amigo Felipe Mongillo, porque yo estaba en Panamá, en medio de la selva, completamente aislado, provisto sólo de un teléfono satelital para comunicarme, cuando me enteré que venía la licitación. Había que organizar presupuestos y cronogramas. Nunca había realizado un trabajo para el Estado. Fue algo completamente nuevo para mí… harto papel.
¿Cómo fue tu coordinación con las Fuerzas Armadas?
En todas las etapas fue muy buena. Obviamente, nosotros no pertenecemos al mundo militar y somos unos desordenados de porquería, aunque en nuestro desorden nos entendemos. Tampoco tenemos jerarquía. En mi empresa trabajamos cuatro personas y yo hago exactamente lo mismo que ellos en términos operativos. No existe esa verticalidad que reconozco es necesaria en las Fuerzas Armadas.
Tuviste que relacionarse con altas autoridades, partiendo por el ministro de Defensa Andrés Allamand, ¿cómo se dio ese entendimiento?
Cuando apareció el punto Loreto, el ministro Allamand, que estaba siempre en la isla, se trasladó al Galvarino y pasó bastante tiempo con nosotros. Nos felicitó y se portó muy cariñoso. Pero antes que se lograra dar con el Punto Loreto, subió el Presidente Sebastián Piñera a mi bote.
¿Piñera se subió a tu Zodiac?
Sí. El zodiac mide 5,5 metros y se subió sólo Piñera, porque ya habíamos cinco personas arriba y no había más espacio. Y fue un espectáculo, porque yo, por lo menos, no había hablado nunca ni con un alcalde. Y nadie sabía bien qué hacer. Estábamos cuatro gallos sucios, picantes, en un bote. Además, como era de día, había que proteger del sol los computadores, que estaban cubiertos con unas frazadas roñosas… era el peor escenario en el que se podía subir un Presidente de la República y más encima se encuentra con que el jefe del bote (Landeta) es un chascón… Creo que lo que menos pensaba era encontrarse con ese escenario.
¿Fue difícil?
Fue un momento muy difícil. Al comienzo se subió con una expresión super enojada. Llegó con cara de qué está pasando acá, y al final no hicimos otra cosa que hacer lo que estábamos haciendo: nos dirigimos a un punto por GPS, y de a poco le fuimos conversando qué se estaba haciendo.
¿A qué crees que fue el Presidente?
Yo creo que quería ver la tecnología, qué se estaba haciendo, quiénes éramos. Finalmente llegamos abajo con el robot, pero siempre a los robots les falla algo, y yo estaba muy nervioso de que no fallara nada. Hubo un percance, pero por suerte logramos manejarlo sin que se diera cuenta. Y continuamos explicándole que cuando el robot llegaba abajo encendía su sonar ante la presencia de algo. Ese algo, en esa oportunidad, fueron rocas. Entonces le dijimos: “Bueno, Presidente, este era un punto y está descartado, y vamos al siguiente ahora. Usted está cordialmente invitado, pero nosotros no podemos perder mucho más tiempo, tenemos harto que revisar”. Al final se soltó bastante, estuvimos conversando de varias cosas y se fue muy distinto de cómo llegó.
También estuvieron varios días con una psíquica en el Zodiac.
La tuvimos casi todos los días, porque se escucharon todas las opiniones. Nos hacía ir de un lado a otro… No la voy a descalificar; ella quería colaborar. Era un elemento poco afín a los procedimientos que estábamos ocupando, pero se pasó, porque a nosotros se nos iba todo el día arriba del bote y varias veces ella estuvo también todo el día arriba con nosotros. Aguantó super bien.
Buena parte de tu trabajo en Juan Fernández consistió en rescatar restos humanos, pero fuiste sólo la primera parte de una cadena de rescate que terminaba en el Servicio Médico Legal, ¿te sorprende que no se hayan filtrado detalles más escabrosos de los hallazgos?
Lo que te voy a contar refleja que yo tenía una predisposición con los medios de comunicación en ese sentido: hacia el final de uno de los trabajos de recuperación de cuerpos, que tenía una planificación muy estricta, dirigiéndome a la línea de ascenso y sin tiempo ya, encontré algo nuevo (un zapato), que podía significar una nueva identificación. Era sumamente complejo y arriesgado llegar hasta arriba con esa pieza, porque estábamos con corrientes muy fuertes, y una mano se necesitaba para operar todos los equipos que llevábamos (parecíamos astronautas), y la otra la necesitaba para afirmarme a la línea de ascenso. Con mucho esfuerzo (en un momento pensé que me iba a soltar) lo logramos, y antes de llegar alguien de mi equipo me tomó una foto.
Pasó ese momento y ya de vuelta, entre que hacía los informes, intentaba recuperar las pegas que había pedido y respondía algunas consultas que me hacían algunos medios, se me fue esa foto, que era tremendamente sensible, al correo de dos periodistas. Ahí pensé inmediatamente que estaba jodido, porque uno firma compromisos de confidencialidad y estaba el respeto a las familias de por medio. Yo le temía en particular a uno de esos periodistas, por el medio al que pertenecía, pero fíjate que se portó muy bien, y se comprometió a borrar el mail… habría sido muy fácil para él hacer un cuento con eso.
¿Se acercó alguna vez algún familiar a conversar contigo personalmente, a hacerte preguntas?
Una vez me pidieron mostrar el robot en un canal de televisión regional. Llegué un poco tarde y estaba también (en el estudio) uno de los abogados de las víctimas y Renzo Irarrázabal, hermano de Romina (una de las víctimas). La verdad me incomodó bastante, porque yo iba a mostrar el robot. Lo mío es eso. Pero en un momento, Renzo me preguntó si se había hecho todo lo posible. Le dije que sí y me dijo que me creía. Después nos encontramos afuera y nos dimos un abrazo.
En otra oportunidad la FACH me invitó a una ceremonia y fue super triste estar ahí. Recuerdo como si fuera ayer a la mamá o la abuela de un funcionario de la FACH que no fue encontrado. Me dio un abrazo tan tierno, que casi me puse a llorar ahí mismo. Fue muy emotivo.
¿Estuvieron disponibles todos los recursos para la búsqueda?
Estuvo todo lo que me hubiera imaginado. Ahora, si nosotros no hubiéramos tenido la suerte de encontrar los restos tan pronto, el equipo que trajeron los gringos, una especie de sonar automático, hubiera servido mucho.
¿Fue algo de fortuna en toda esta desgracia?
Sí. Técnicamente, tuvimos muchísima suerte de que el avión cayera ahí. Si vuela dos segundos más, cae a 70 metros de profundidad y ése podría haber sido un trabajo mucho más complejo, largo y riesgoso. Dentro de todo, fue providencial que cayera ahí para efectos de recuperación.
De todo lo que se ha informado sobre el rescate, ¿hay algo que te haya parecido inadecuado?
Sí, la famosa cuestión de las fotos (las últimas que captó la cámara Nikon de Romina Irarrázabal al momento del impacto). Escuché tanta estupidez sobre eso. Estaba en Iquique cuando me contaron que circulaba la versión de que algún pasajero había tomado una fotos poco menos que cuando se estaban ahogando, y que la había guardado (la tarjeta de memoria) en una botella.
Habías sido tú quien guardó esa tarjeta.
Sí, y encuentro que estos temas hay que terminarlos por el bien de los mismos afectados. Escuché cosas que no tenían el más mínimo sustento lógico. Yo me agarraba la cabeza, no lo podía creer.
Panamá, la otra búsqueda de Landeta
En 19 de agosto del año pasado, en el sector costero de Darién -al este de Panamá- se estrelló una avioneta Cessna 212 minutos después de despegar. En el vuelo viajaban seis funcionarios de la Autoridad Aeronáutica Civil y, a pesar de que conoce el punto del desastre aéreo, las autoridades no lograron dar con el paradero del fuselaje de la aeronave. Sólo se encontró un cuerpo en el mar tres días después del siniestro.
Tiempo después de esa tragedia, en octubre, el presidente de Panamá, Ricardo Martinelli, visitó Chile y le comentó al Presidente Piñera el drama que estaban viviendo en su país los familiares de las víctimas de ese accidente.
Piñera, quien había quedado bien impresionado de la labor de Fernando Landeta y su equipo en las labores de rescate en Juan Fernández, le recomendó a su par los servicios del buzo, quien de un día para otro, y cuando aún no terminaba totalmente su participación en la Operación Loreto, se vio involucrado también en esa búsqueda, aunque sin los buenos resultados que obtuvo en el archipiélago de Juan Fernández. A continuación, el relato de su experiencia.
“Yo estaba en la Octava Región, arriba de un bote, en la noche, todo sucio, tratando de recuperar todos los trabajos que había dejado botados, cuando vi que tenía como 10 llamadas perdidas en mi celular. Cuando logro escuchar, contesto y era el ministro Allamand para preguntarme si podía bucear a 100 metros de profundidad. Le dije que podía, pero la profundidad era una cosa y la visibilidad, las corrientes y el apoyo, eran otra. Ahí me contó que se había estrellado un avión en Panamá y quería ver si yo podía ayudar. Me tuve que subir a un avión, no tenía ropa, me conseguí una camisa por ahí…”
“Al día siguiente terminé en el avión del Presidente Martinelli rumbo a Panamá. Una vez allá, mi intención era bajar del avión al final, para pasar lo más inadvertido posible, pero el Presidente me puso a su lado en una tremenda conferencia de prensa, llena de gente, y anunció que gracias a la generosa gestión del presidente chileno, tenía junto a él al experto que iba a encontrar el avión. Y lo último que uno quiere en estos casos es generar expectativas“.
“Estuve dos semanas solo, coordinando la operación que hasta ese momento estaba encabezada por una empresa americana que tenía todos los equipos ahí en Panamá, mejores que los que tenemos en Chile, así que pensé que poco y nada tenía que hacer allí. Finalmente todo fue un desastre, la empresa era más en el papel que en la realidad, así que mandé a traer a dos miembros de mi equipo, con robot y sonar, y nos embarcamos, pero agarramos la cola de un huracán y no pudimos hacer nada. Fue bien frustrante. Tuvimos una reunión con los familiares, que estaban super desconsolados, y me comprometí a volver”.
“Volví en abril de este año, pero tuvimos que luchar contra la falta de medios logísticos, porque es muy aislado, mucho más que Juan Fernández. Además, la embarcación que nos proprcionaron era principalmente de seguridad, porque ahí el pirateo existe de verdad. Finalmente echamos el sonar al agua, y el equipo detectó un avión. Luego bajamos el robot, buceamos, y sacamos un pedazo de fuselaje. Pero se nos vino el fin de semana santo, y recién después de cuatro o cinco días esperando en Ciudad de Panamá el resultado de la investigación (las autoridades me querían matar, porque querían terminar con el cuento), me dijeron que el fuselaje no correspondía al avión que se estaba buscando. Lamentablemente, no tuvimos la capacidad para seguir. Fue bien triste“.
“Hicimos una grilla de búsqueda en mitad de la nada, con el cruce de la información del radar del control del tráfico aéreo y el testimonio de una indígena, que dice que vio el avión caer. Justo en medio de esa grilla aparece este avión… sólo podíamos pensar que era el que estábamos buscando. Aunque ya no disponía de más días, extendí el plazo y pedí seguir buscando. El problema de eso era que tenían que llevarnos en helicópteros y aviones, con todos los equipos, a un pueblito muy pequeño con aeródromo, para luego embarcarnos en lanchas, pero todo con una logística muy compleja”
“Los encargados de la lancha de patrullaje que nos pasaron nos tenían un poco de susto, porque trabajábamos mucho, además su función es perseguir a los narcotraficantes, no andar de lado a lado buscando cosas. Ahí nos faltó una lancha como la que nosotros ocupamos normalmente y poder diseñar nosotros el tiempo de búsqueda, sin depender de otros factores”
¿Crees que faltó voluntad?
Es una mezcla de voluntad con cansancio. No hay que juzgarlo de esa manera. La pregunta es hasta cuánto duran estas cosas. Desplegar medios institucionales para una rebúsqueda cuesta mucho. Fue triste para mí tener una reunión con todos los familiares y enfrentarme a ser el aval, a decirles que se buscó y no se encontró, y observar la desesperanza. Ellos tenían un montón de expectativas puesto en lo que estábamos haciendo. Fue muy triste y, entiendo a las autoridades panameñas, pero de alguna manera me usaron de aval para decir que se hizo lo que se pudo, cuando sabes que en realidad se podría haber hecho más si hubiéramos contado con otros elementos que no hubo.
Ya que esto había sido concertado por dos presidentes, ¿no pudiste pedir ayuda a ese nivel?
Las cosas tienen su conducto. Es complejo involucrarse. El gobierno quería ponerle punto final al tema, porque se invirtieron muchísimos recursos en esas rebúsquedas. Por dentro tenía ganas de gritar, préstenme un bote, lo arriendo yo, pero habría sido imprudente tomar partido y pasar a llevar a las autoridades que me llevaron.
En comparación con esa experiecia, ¿cómo calificas lo que se hizo en Juan Fernández?
Creo que aquí el asunto se ha llevado lo más pegado a la ley que me pueda imaginar. Vi la cantidad de recursos que se ha invertido en todo tipo de cosas, y el trabajo involucrado.
¿La familias de las víctimas de Juan Fernández pueden estar tranquilas en ese sentido?
Difícil responder. Te puedo asegurar que por lo menos en lo que yo participé con mi empresa y mi equipo, y en lo que vi allá en las tres operaciones Loreto, haber hecho más… Aquí realmente se hizo todo lo posible. No pegamos los ojos en 20 días; todos los días pensando en qué más se podía hacer.