Los silencios de Francisco Javier Errázuriz
El cardenal rechazó los cuestionamientos del The New York Times, que lo sindicó como “encubridor” de los de abusos sexuales en la iglesia chilena. Aquí la historia de sus omisiones, habla Consuelo Sánchez, la madre de James Hamilton.
Consuelo Sánchez Roig es paisajista (66), vive en un departamento de Nueva Las Condes y sentada en el sofá de su living habla de forma parsimoniosa. Es delgada, alta y tiene los ojos claros, iguales a los de su hijo James Hamilton. Tranquila, dice que pese a todo lo que le ha tocado vivir estos años, aún es creyente; no ha dejado de ir a la eucaristía, menos de confesarse. Nunca renegó de la iglesia, la misma que le dio la espalda a ella, a su hijo y a los otros denunciantes. Consuelo sólo quería justicia, que alguien escuchara lo que James había vivido como víctima del ex sacerdote de El Bosque Fernando Karadima.
Hoy, pese a ese halo temple, deja ver su rencor con el Cardenal Francisco Javier Errázuriz, lo ve en el cónclave y también ve una entrevista en la televisión donde su hijo declaró que Errázuriz debería estar tras las rejas. La impotencia vuelve otra vez.
-Jimmy todavía tiene rabia- dice con un aire protector y vuelve a sus palabras.
Consuelo no da entrevistas a los medios, la única vez que entregó su testimonio fue para el libro de la periodista Maria Olivia Monckeberg (Karadima el señor de los infiernos) pero hoy, al ver las declaraciones de Errázuriz, la rabia que aún persiste en su hijo, también la hace suya. Dice que este tema nunca se cerrará hasta que la iglesia admita también sus omisiones y entregue, al menos, una disculpa proporcional a los hechos. Hoy, se atreve a contar su historia a El Dínamo, la historia de una carta que escribió para el cardenal en mayo del 2004 y de la que nunca obtuvo respuesta.
Consuelo Sánchez recuerda que escribió esas líneas desde su angustia de madre, alentada por su ex nuera Verónica Miranda. Una carta de cuatro hojas que fue un relato sentido donde contó el abuso sexual y sicológico que vivió su hijo, las exigencias de Karadima a su familia y el dolor y distanciamiento de James. En esa ocasión, llegó hasta la casa del sacerdote en la calle Simón Bolívar de la comuna de Ñuñoa en compañía de una prima. “Fui porque me dijeron que Errázuriz me recibiría, llegué a las once de la mañana, iba bastante ilusionada porque al fin me iban a oír, para mi sorpresa no nos recibió, mandó un secretario que dijo que le pasáramos la carta con él”, recuerda.
Consuelo esperó arriba del auto, en la calle, mirando el reloj y dice que nunca la hicieron pasar a un hall o a un jardín. Treinta y cinco minutos después, el secretario del prelado apareció con un rosario que le entregó en las manos a Consuelo. “La respuesta fue que no nos iba a recibir, creo que leyó la carta y vio el tenor de mis palabras, sabía que tenía una bomba en la manos”, comenta.
La madre de James Hamilton nunca recibió una palabra. Seis años después se encontró con Errázuriz en la Catedral Metropolitana, en septiembre del 2010, hubo un encuentro llamado Oración por Chile por motivo del bicentenario. Consuelo asistió a ese evento religioso con un grupo de amigas. En un momento, vio que a poca distancia y detrás de ella estaba sentado el cardenal. Se puso nerviosa y recuerda que rezó para saber qué hacer, para iluminarse. Aunque lo enfrentó de forma ofuscada, hoy no quiere revelar detalles de lo sucedido, sólo cuenta que ella le dejó ver al cardenal todo su enojo y pena que hasta ese momento guardaba. “Se quedó estupefacto, pero no me dijo perdón, o lo siento, no me dijo nada. Le dije que los fieles no estábamos sólo para que nos pidieran dinero y le dije que había actuado muy mal”, evoca.
Los silencios
María Olivia Monckeberg también hace sus críticas al cardenal Francisco Javier Errázuriz, dice que no hubo ninguna prolijidad de su parte durante el proceso. Para ella, que le tocó estar de cerca con las víctimas en medio de su investigación, lo más grave fue su desidia, la falta de tacto y el negarse a dar una instrucción.
La periodista recuerda que en el expediente del caso se puede apreciar como no hubo una actitud eficiente ante la situación, si bien se demuestra el caso omiso a las cartas de José Andrés Murillo, aparecen otros silencios. “Él en el 2006 junto con sacar a Karadima de Párroco detuvo la investigación de Escudero, también está la carta que se leía en las iglesias en que decía lamentaba los hechos, pero al mismo tiempo, alababa las cosas positivas que supuestamente había dejado Karadima como la llamada ‘fecunda labor’, en referencia a la vocación sacerdotal o fábrica de curas que tenía la iglesia de El bosque”, explica.
A esta teoría del empate, también se refiere el sacerdote jesuita Antonio Delfau. “El cardenal Errázuriz envió una carta a todos los fieles de la diócesis de Santiago que todos los sacerdotes tuvimos que leer durante la misa dominical. En ella la sensación que a mí me quedó es que al reconocer virtudes en el trabajo de Karadima de alguna manera empataba las cosas negativas que decía, en la misma misiva, del sacerdote condenado por abusos. Lo más interesante sería volver a leer esa carta a la luz de todo lo que ha pasado después”, comenta.
Percival Cowley es el primer nombre que recuerda María Olivia Monckeberg para referirse a un incidente en el 2005 que también se involucra a Ezzatti. Cowley -ex capellán de La Moneda durante los gobiernos de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet- y sacerdote de Los Sagrados Corazones, fue unos de las primeras personas a las que James Hamilton recurrió para contarle a grandes rasgos lo ocurrido con Karadima. Ambos se conocieron por un amigo en común, el doctor Carlos Trejo. Cowley preguntó en el Arzobispado quien sería la persona más idónea para que tratara este tema y le respondieron que el monseñor Ricardo Ezzatti. Durante una visita de Hamilton, Cowley tomó el teléfono y habló con Ezzati quien le contestó que investigarían el tema. “Hamilton oyó la conversación donde decía que iban a ver lo que podían hacer, pero quien tenía que definir la situación era el arzobispo, pero otra vez pasó el tiempo y nunca se hizo nada”, comenta.
Cowley habría vuelto a insistir y el recado que le dieron fue que el arzobispo no tenía tiempo para atenderlo. “Finalmente, después se lo encontró en una ceremonia en el 2009, Percival le dice a Errázuriz ‘te estuve llamando por esto. ¿Qué pasa?’ A lo que Errázuriz le contestó ‘Eso es mentira’. Percival quedó realmente atónito y muy molesto con la actitud y la respuesta”, recuerda Monckeberg.
La distancia de la iglesia
Consuelo vuelve a la conversación y confiesa que nunca sospechó de la actitud de Fernando Karadima, que quizás fue muy crédula. Pese a esa buena fe, recuerda un detalle que la alertó y le quedó grabado: el sacerdote nunca la miró a los ojos, la evadía. Por eso, dice que hoy se ha vuelto más selectiva con los sacerdotes, ya tiene la piel curtida, dice.
-Eso sí, mis hijos y mis nietos no quieren saber nada de iglesia, ellos están muy desencantados,- revela para retratar como ese suceso caló hondo en su familia.
Consuelo concluye que Errázuriz fue pusilánime en su actuar, además de indiferente al no hacer prevalecer la justicia como autoridad eclesiástica, pero también al no atender a las víctimas y al no tener un gesto humanitario mínimo. “Cuando el río suena es porque piedras trae, Andrés Arteaga era su secretario él le creyó a un sacerdote de su parroquia de El Bosque antes que a Eliseo Escudero, eso es ser necio o encubridor… En definitiva pienso que Errázuriz es un tibio, y Jesús dijo en Apocalipsis 315 ‘Por cuanto eres un tibio, no eres frio ni caliente, te vomitaré de mi boca’. Esa ese es mi mensaje para Errázuriz”, dice aún con rabia.
Luego piensa unos segundos y reflexiona. “Sabes, no renegué de Dios, porque en medio de todo el dolor que pasamos, ¿de dónde crees que saqué las fuerzas?-se pregunta y responde-las saqué de Dios, no me cabe ninguna duda”, dice ahora, emocionada.