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26 de Julio de 2013

Los glaciares chilenos en el limbo legal

No eran infinitos los glaciares. Así lo constatan los glaciólogos al medir su balance entre el agua acumulada en forma de nieve y la que liberan dentro del año hidrológico. Esa cuenta, el indicador de su salud, tiende a ser preocupante.

Por Juan Sharpe
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Son las reservas estratégicas de agua dulce, abundantes en la cordillera chilena pero todavía son grandes desconocidos. Son moles imponentes en la cordillera pero no tienen siquiera un inventario que los cuente a lo largo del territorio. Sin ellos no habría riego ni frutas, extracciones mineras, ni centrales hidroeléctricas, pero la legislación chilena no ha sido capaz de darles un lugar, ni mucho menos protección.

Las masas de hielos eternos son invisibles para los gobiernos, los políticos y legisladores pero hacen noticias por estudios de científicos que traen malas nuevas. Pierden volumen, masa, reservas, y muestran la misma conducta regresiva que en el resto del planeta.

No eran infinitos los glaciares ni perpetuas las nieves como se creía hasta hace poco tiempo, y lo constatan los glaciólogos al medir su balance entre el agua acumulada en forma de nieve y la que liberan dentro del año hidrológico. Esa cuenta, el indicador de su salud, tiende a ser preocupante.

Hay registrados más de 1750 en cuentas parciales, regionales o aisladas pero no hay un censo exhaustivo que los registre, y menos hay estudios contundentes que indiquen su evolución. Uno de los ejemplos más significativos de merma es el del Echaurren, en el área de abastecimiento del río Maipo y uno de los que posee una mayor cantidad de mediciones de la Dirección General de Aguas. Entre 1955 y 2009, disminuyó en 20 hectáreas.

Pierden más que acumulan

Es también el caso del Universidad, que forma junto a los Palomo, Cipreses, y Cortaderal, la mayor masa de glaciares del país, después de los Campos de Hielo patagónicos. Es el otro campo de hielo chileno, un país que tiene la segunda mayor reserva de agua dulce del planeta.

Está a la altura de la ciudad de San Fernando, a más de 4 mil metros sobre el nivel del mar y fue monitoreado formalmente por primera vez en 2008 en un proyecto de la DGA dirigido por Cedomir Marangunic, para catastrar el comportamiento de los glaciares de las cuencas de los ríos Aconcagua, Maipo, Rapel (Cachapoal y Tinguiririca) y Maule. Ese estudio calcula que contendría alrededor de 1.600 millones de metros cúbicos de hielo (o agua).

Roberto Urrutia, doctor en Ciencias Ambientales del EULA, de la Universidad de Concepción, encabeza un ambicioso proyecto para el “establecimiento de red de estaciones nivo-glaciales de cordillera de la región de O´Higgins”, que instala estaciones de medición para este glaciar, entregará sus conclusiones en las próximas semanas, pero puede “adelantar su retroceso”.

Esa tendencia puede indicar que se trata de pérdidas definitivas pero el biólogo del EULA es prudente y explica que también podría formar parte de ciclos mayores, de los conocidos como ciclos de Milankovitch, que medirían períodos de alrededor de 22 mil años, donde estas variaciones que crean alarma pueden ser menores o irrelevantes.

El programa contempla trabajar con 12 estaciones de medición de caudales y de nieve en la región, lo que aportará un mejor conocimiento de la situación del recurso en la alta cordillera, generando datos e información precisa, fundamentales para los procesos de toma de decisiones, sobre todo para la agricultura, según Roberto Urrutia.

Este glaciar está siendo investigado también por Christophe Kinnard, glaciólogo canadiense del Centro de Estudios Avanzados en Zonas Áridas (CEAZA), de La Serena como parte del estudio del EULA.

Kinnard también adelanta resultados de su trabajo: “ya se puede predecir que el régimen del glaciar, su valencia de volumen va a ser negativo, lo que significa que pierde más que acumula”, y da por buena la estimación de que puede haber retrocedido alrededor de un 17 por ciento su volumen.

Para acumular reservas se necesita precipitaciones y bajas temperaturas, y explica que, “un glaciar saludable quiere ganar más agua de la que pierde en verano y se permite aumentar su tamaño, su volumen y su reserva. Si se derrite más que si acumula, su volumen va a ir disminuyendo”.

El Universidad, que se comporta de manera similar a un embalse de regulación, almacenando agua que se deposita como nieve en invierno para liberarla durante los meses de verano, permitiendo el riego de los cultivos en el período de máxima demanda, es un indicador de que la tendencia regresiva ya es un hecho.

En el limbo legal

Un grupo de organizaciones interesadas en el estudio y regulación de los nevados, coordinadas por la sociedad Nacional de Agricultura y Chile Sustentable, realizaron a partir de 2005 una revisión de la precaria información existente sobre los glaciares chilenos, su estado de conservación y los impactos que los afectan.

Constataron su ausencia de cualquier regulación jurídica. No están considerados en el Código de Aguas, ni en la legislación sobre Parques Nacionales o en algún otro instrumentos de ordenamiento territorial como ocurre en países como España, Francia, Canadá, Perú, Ecuador o Colombia.

El Código de Aguas, el principal cuerpo legal en torno al recurso,  no considera a los glaciares como parte de su área de regulación, pues sólo norma las aguas líquidas, no las sólidas.

Esta invisibilidad, según uno de los científicos consultados: “si se me permite una opinión, puede también haber sido una ventaja, si consideramos que el modelo chileno en la gestión del agua se regula en el mercado, la ausencia de legislación también puede haber sido ventajosa”.

Las perspectivas muestran una situación muy restrictiva para el agua, asumiendo estimaciones de la Dirección General de Aguas (DGA) que indican que menos de cinco años las actividades mineras, industriales y el consumo humano aumentarán la demanda al doble, y en un 20 por ciento el uso para riego.

Inmensos pero invisibles, ni siquiera existen en el marco jurídico vigente. El principal patrimonio ambiental en reservas de agua dulce del territorio no tiene ley que lo proteja, regule su explotación o los peligros que enfrentan desde explotaciones mineras, obras viales y otros que pueden llevar a su destrucción.

La única protección legal la tienen algunos que están dentro de áreas silvestres protegidas por el Estado o Parques Nacionales, pero este estatus se debe a la necesidad de proteger y conservar los rasgos representativos de la diversidad biológica y ecosistémica del país, más que a una decisión institucional específica de protección de glaciares.

Curioso olvido para un país dedicado a la explotación agrícola y de sus recursos naturales que no podría sostener las hectáreas de riego existentes ni continuar su desarrollo minero o industrial, y vería afectada su generación hidroeléctrica si las reservas disminuyeran drásticamente por efectos del Cambio Climático o de la acción descuidada de su sociedad frente a sus reservas estratégicas de agua dulce.

La buena cara de la noticia es que la inmensa mayoría se encuentra en las altas cumbres, en zonas fronterizas y en territorios aun bajo propiedad del Estado por lo que existen enormes oportunidades para avanzar en una legislación especifica que los proteja y estudie.

Pero la desprotección legal mezclada con concesiones mineras ha traído ya la otra cara, la de las malas noticias, como las que llegan del valle del Huasco, donde trabaja la multinacional canadiense Pascua Lama cuyo trabajo ha afectado gravemente a los glaciares involucrados en su gestión (Toro 1, Toro 2 y Esperanza) que se han reducido drásticamente.

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