Carlos Peña: El Mercurio "con rara porfía, decidió considerar 'presuntos' durante demasiado tiempo a los desaparecidos"
En su tradicional columna, el rector de la Universidad Diego Portales analiza las declaraciones del Presidente Piñera sobre los "cómplices pasivos" de la dictadura.
Carlos Peña, en su columna de El Mercurio, sostiene que “lo que confunde y complica a la UDI, a Carlos Larraín, a Jovino Novoa, a Carlos Cáceres y a la Fundación Jaime Guzmán, Sebastián Piñera lo tiene claro como el agua: hubo complicidad pasiva -esa fue la expresión que el Presidente usó- con las violaciones a los derechos humanos”.
Explica que la complicidad pasiva “consistió en cerrar los ojos frente a la evidencia de los crímenes, negándose a creer lo que denunciaban los familiares de las víctimas. (…) La complicidad pasiva consistió, en otras palabras, en colaborar mediante la omisión, en no haber hecho, a sabiendas, lo que se debía (y podía) para evitar los crímenes”.
“En eso que el Presidente llamó “complicidad pasiva” incurrieron los jueces que rechazaron los recursos de amparo (sirviéndose, entre otras cosas, de los argumentos que enseñaba por esos mismos días en la Universidad Católica Jaime Guzmán); los académicos de la derecha (que tejían sofismas para exculpar al régimen), y, por supuesto, la prensa (incluido, todo hay que decirlo, este mismo diario, que, con rara porfía, decidió considerar “presuntos” durante demasiado tiempo a los desaparecidos)”, enfatiza.
Peña reflexiona sobre la cobardía humana, natural en medio de una dictadura. Sin embargo, afirma que se podrían haber hecho una serie de acciones que pudieron realizarse. “Los jueces pudieron acoger los recursos de amparo, solicitar información y creerles a las víctimas, en vez de, como hicieron, confiar en los victimarios y aceptar sus mentiras formularias como verdades irrefutables”.
En cuanto a la prensa escrita, “no pudo pedírsele que hiciera oposición abierta o que dijera toda la verdad. La prensa suele ser la primera víctima de las dictaduras, las que, conscientes del poder de la palabra, es lo primero que amenazan o domestican. Pero hay algo que sí pudo exigírsele: que, aún domesticada por el miedo o lo que fuera, al menos no ofendiera el dolor de las víctimas”.
“El de juez, el de profesor y el de periodista son oficios que, cuando se ejercen bien, ayudan a mantener una mínima alerta moral en las sociedades: una inquietud ética que si no impide todos los crímenes y todos los abusos, al menos evita que la impunidad total florezca”, finaliza.