Secciones El Dínamo

cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad
10 de Septiembre de 2013

Los reyes de la pantalla: la prensa encubridora en dictadura

Era el tiempo de una televisión de vedettes que salían con torturadores y de programas de entretenimiento. La TV era otro campo de batalla para los agentes de Pinochet y los “otros periodistas”. ¿Qué pasa cuando el Estado asesina ciudadanos y los reporteros, en vez de cubrir la noticia participan de un montaje? Aquí el recuerdo de una historia de indolencia.

Por Carolina Rojas N.
Compartir

Su sonrisa lo decía todo, micrófono en mano, trataba de cautivar a una audiencia temerosa de los terroristas y reacia a hacerse preguntas. Era noviembre de 1975 y la represión subía su tenor a punta de torturas y desapariciones. Claudio Sánchez se erigía como el periodista movilero del momento y al mismo tiempo, aquí y allá  se contaba la historia de una imagen: los detenidos apostados en las graderías del Estadio Nacional, hombres abatidos que apagaban el hambre con un cigarro. Sánchez aseguraba que allí se hacían ejercicios y que los prisioneros se divertían.

-¿La pasan muy mal los detenidos en el Estadio Nacional? ¿Están muy angustiados? No. Porque tienen tiempo hasta de formar improvisadas orquestas-, remataba el periodista. Enseguida, se mostraba a los prisioneros cantando “El patito chiquito”, la canción icono de quienes apoyaban a Augusto Pinochet.

Cuando en los noventa se empezó a hablar del  “Montaje Rinconada de Maipú”, Claudio Sánchez, Carlos Araya Silva y Julio López Blanco comenzaron a ser investigados como posibles encubridores de estos crímenes. Una década después, Araya fue procesado durante la investigación del juez Alejandro Solís.   El caso fue dado a conocer a la opinión pública en junio del 2003 por el periodista Jorge Escalante, cuando la investigación ya estaba en curso.

Los ojos de Catalina

Isabel Gallardo tiene la piel blanca y una melena crespa que doma con una media cola. Está en el comedor de su casa y se frota las manos para capear una mañana fría en la comuna de Renca. Trae una bandeja con dos tazas de café y galletas de agua. Mientras reparte las cucharadas de azúcar, recuerda que Catalina, su hermana mayor, era vanidosa y le enseñaba modales como a caminar derecha equilibrándose sobre un tablón con pasos cortos.

Isabel la admiraba. “Tenía los ojos achinados pero oscuros y profundos y llevaba el pelo corto ‘a lo garçon’… Sus ojos eran muy lindos”, repite y bebe un sorbo de café al seco.

Catalina y Beto

Catalina y Beto

Isabel dice que Catalina estaba enamorada, se había casado y ya tenía al pequeño Alberto de seis meses, antes había sufrido una pérdida, por eso sentía que a los 29 años su felicidad estaba casi completa. Casi, porque a veces, “Cathy” sospechaba de esa racha de buena suerte.

-A mi hermana le arrancaron los ojos durante la tortura, le dejaron las cuencas vacías ¿sabía?- pregunta Isabel.

Ofelia, la madre, está a su lado, tiene 88 años, lleva  moño de pelo color ceniza y un aparato auditivo en el oído izquierdo. Recuerda que Alberto, su esposo, era un hombre grande y de sonrisa bonachona que trabajaba como tornero mecánico. Esa semana le tocó el turno de la noche.

Según los documentos de la investigación de Villa Grimaldi, el 17 de noviembre de 1975, se produjo un enfrentamiento entre miembros del Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR con algunos militares lo que terminó con la muerte de Hernán Salinas, un funcionario del ejército y Roberto Gallardo (hijo). Al día siguiente la policía de Investigaciones fue en la busca de los padres de Roberto. Se llevaron a Ofelia, Alberto (padre), sus hermanas Catalina, Isabel, a su cuñado Guillermo y sus sobrinos: el pequeño Alberto y a Viviana de nueve años.

A Ofelia le dijeron que su hijo había muerto y que el resto de la familia quedaría en manos de la DINA. “No sabíamos que existían centros de tortura, vi pasar a mi marido por el pasillo con los ojos chiquititos, como encandilados, nunca creí que los llevarían a Villa Grimaldi…”, recuerda la madre de Isabel. De la familia Gallardo, sólo sobrevivieron ellas, el pequeño Beto y el esposo de Catalina, Rolando Rodríguez, a quién asesinaron a tiros en la calle un año después. “Mi cuñada Mónica del Carmen Pacheco tenía tres meses de embarazo cuando la mataron, y la reconocieron con señales claras de aborto provocado por los golpes”, agrega Isabel.

Esa misma madrugada, fue detenida Ester Torres en su casa junto a sus hijos Renato, Mauricio y Francisco Javier, por agentes de la DINA, los que buscaban a su hijo Luis Andrés Gangas.

La noche del 18 de noviembre fue una de las más espantosas en aquel centro de tortura. Los testigos recuerdan que la luz mortecina que llegaba bajo las vendas de sus ojos, venía colmada de ruidos: chirridos de autos, llanto y los gritos de hombres pidiendo agua y aceite hirviendo para quemar a las víctimas. También recuerdan haber visto a la mañana siguiente el cuerpo de dos mujeres y un anciano que yacían en el patio.

Los rostros del noticiero

El 25 de abril del 2006, y mientras el ministro Alejandro Solís llevaba adelante el proceso judicial, Isabel Gallardo exigió una investigación al Tribunal de Ética y Disciplina del Colegio de Periodistas (TRED). En la resolución se pidió la expulsión y censura pública de Carlos Araya, más suspensión por un año de la orden para Julio López Blanco y Claudio Sánchez: y un año de suspensión de colegiatura para Vicente Pérez Zurita, jefe de prensa de TVN en ese entonces y Manfredo Mayol Durán, director del canal en 1975. En junio del 2008, el Colegio de Periodistas pidió perdón por este caso y el de la Operación Colombo.

Lo último que se supo de Julio López Blanco en Mega, fue que contaba que estaba preparando un piloto de programa para el adulto mayor llamado “Vivan las canas” que no prosperó. Ahora, al teléfono, dice que todo lo que tenía que decir lo confesó en la investigación del Colegio de Periodistas. “No hablo de ese tema, hoy trabajo en unas revistas con unos amigos y no sé si seguiré en la Universidad privada en la que estoy”, comenta.

Hasta el golpe militar del 11 de septiembre de 1973, Carlos Araya trabajaba como locutor de radio Sargento Aldea en el puerto de San Antonio y era dueño del periódico El Pelícano. Con la dictadura instalada, se dedicó delatar a dirigentes sindicales y políticos desde su lugar. Así, rápidamente se ganó la amistad de Manuel Contreras, jefe del cercano Regimiento Tejas Verdes. Araya llegó a Televisión Nacional como su hombre de confianza y se afilió al Colegio de Periodistas. Así los respalda  las 405 páginas de la sentencia del juez Alejandro Solís contra Manuel Contreras -y otros- por torturas en Tejas Verdes, del 9 de agosto de 2010.

En la investigación, el periodista relató que fue contactado por los agentes de Pinochet. También que de esas manos recibió los libretos para hacer las notas.

Así lo corrobora una copia en DVD del video que emitió TVN.

Se ve el día de calor en los pastizales secos, el cable del micrófono, el periodista vestido de traje. “Aquí en el suelo están los testimonios del violento enfrentamiento”, dice Julio López Blanco y continua con sus comentarios sobre el exterminio de “grupúsculos cercados por agentes de la DINA”.

Por otra parte en canal 13, Claudio Sánchez, también habría participado in situ en el reportaje con el libreto de Dinacos para la Corporación Canal 13, competencia de TVN. Este video tiene calidad más borrosa y es difícil distinguir el audio.

Sigue el video, Julio López, en cuclillas, exhibe las balas que supuestamente habían disparado los enemigos. No hay cadáveres ni sangre, sólo cápsulas vacías, piedras, arbustos y la maleza seca del cerro. “Las últimas informaciones dicen que otros grupúsculos del MIR y del proscrito Partido Comunista se encuentran cercados, en este momento, por fuerzas de la DINA. Y trasladémonos ahora hasta nuestro móvil dos, donde Carlos Araya, está en el mismo lugar donde cayeron los extremistas…”, remata  Lopez Blanco.

Aparece Araya, tiene una libreta en la mano, la abre y entrega los nombres de los abatidos: “Mónica del Carmen Pacheco Sánchez, Roberto Gallardo Moreno, Catalina Gallardo… “

En su hogar, Isabel y su madre mueren en vida.

La semana pasada, Isabel supo que Carlos Araya falleció hace dos meses de una enfermedad al corazón.

“Hoy se habla de perdón, no sé si se puede perdonar a quien tortura de esa forma a tu familia, después de tantos años, sólo hay una orden de procesamiento… No, no se puede”, dice y vuelve a su silencio.

Léenos en Google News

Notas relacionadas

Deja tu comentario

Lo más reciente

Más noticias de País