¿Por qué en Chile se escupe a los políticos?
Expertos dicen que la desconfianza y la rabia contra la clase política llevó a la población a rozar las agresiones en sus muestras de descontento. Lo mismo opinan los autores de los escupos contra Sebastián Piñera y Michelle Bachelet, quienes señalan no estar arrepentidos.
El 29 de mayo pasado la ex presidenta de la República, Michelle Bachelet, visitó Arica como parte de su campaña para retornar a La Moneda. En medio de gritos de apoyo y saludos amistosos, un joven universitario le lanzó un escupo en la cara. La escena fue transmitida casi de inmediato por los canales de noticias y la información corrió rauda por centros de trabajo, calles y redes sociales. Era inédito.
Las imágenes mostraron a una candidata desconcertada, que se sacaba los lentes y dejaba que una asesora le limpiara el rostro, mientras el estudiante gritaba consignas en favor de los mapuche y del movimiento estudiantil. La condena al hecho fue casi transversal en el país.
Seis meses después, el Presidente Sebastián Piñera asistió al velorio del cura Alfonso Baeza, conocido en vida por defender los derechos humanos. Cuando el mandatario ingresaba a la parroquia del sagrado corazón de Estación Central, una mujer se le acercó, lo escupió y le recriminó encabezar “un gobierno de empresarios”. Otra vez conmoción nacional.
Apenas unas horas después, y mientras hacía campaña por Evelyn Matthei en una feria de Cerro Navia, el senador electo por Santiago Poniente, Andrés Allamand, recibió un tomate en la cara. El responsable fue un poblador del sector que se escapó luego de lanzar su proyectil. Antes, cuando Pablo Longueira era parte de la carrera presidencial, fue atacado con huevos por parte de pescadores artesanales de Talcahuano. El 2011, el entonces ministro de Educación, Joaquín Lavín, recibió manotazos y empujones en medio de una funa organizada por estudiantes de la UTEM.
¿Qué pasó en Chile para qué se perdiera el otrora valorado respeto a la autoridad?
Descrédito y sospecha
En el gobierno de Michelle Bachelet se hicieron comunes las funas a la autoridad, donde en medio de actos públicos un grupo de manifestantes irrumpía y gritaba sus demandas, al tiempo que levantaba pancartas con sus exigencias. Pero nada parecido a las agresiones directas que hemos presenciado en las últimas semanas.
“Sin duda estos hechos acompañan el proceso social de indignación y malestar que recorre Chile”, asegura el premio nacional de historia, Gabriel Salazar, al ser consultado por El Dínamo. Según el historiador, no hay antecedentes sobre hechos parecidos en los registros del país. Solo recuerda una visita de Richard Nixon a Chile, cuando un grupo de manifestantes le arrojó distintos tipos de verduras en repudió por el papel que asumió Estados Unidos en medio de la Guerra Fría.
“El hecho que ahora se produzcan este tipo de situaciones, dice relación con el enorme desprestigio que tiene la clase política civil en Chile. Todas las encuestas, yo ahí tengo un registro riguroso, indican que la falta de credibilidad y confiabilidad en los políticos y las instituciones han ido subiendo de 1993 a la fecha. No es casual que la pérdida de prestigio de los políticos profesionales diera paso a este tipo de situaciones“, explica Salazar, al tiempo que descarta que los escupitajos y tomatazos a políticos se parezcan a lo descrito por él en el libro “Violencia política popular en las grandes alamedas”, donde estudió la violencia social ejercida por distintos grupos para lograr sus objetivos. “Es un fenómeno nuevo, antes no habían ataques a personas, no había agresiones específicas, no era un problema de crisis de representatividad”, asegura el historiador.
Según confirma el sociólogo de la Universidad de Chile, Alberto Mayol, el problema encuentra su razón de ser en el poco respeto que hoy tiene la ciudadanía para con sus representantes: “El tema del malestar social evidentemente está asociado. Traición y lucro son símbolos para los chilenos en relación a la política y la economía. La crisis está con la clase dominante, ese es el gran problema hoy día”.
Sumado a la crisis estructural que afectaría a la clase dominante, según plantea Mayol, el actual Gobierno habría acelerado el proceso de descomposición del prestigio de la institucionalidad: “Hay una barrera natural para que estos hechos no acontezcan, que es la barrera del prestigio. La ritualidad de las instituciones es algo importante para que estas funcionen. Cuando tu juntas dos fenómenos que se han producido en el último tiempo: instituciones que son una especie de farsa que permite abusos contra los ciudadanos y un déficit de institucionalidad de la presidencia de la República, rompes y horadas la estructura que frenaba este tipo de situaciones”, señala el sociólogo, haciendo referencia al quiebre del protocolo en que muchas veces incurre el Presidente Piñera.
“Esto no acontece hasta que tu sientes que no rompes ninguna cosa muy sagrada al hacerlo. Las autoridades no están respetando tampoco ellos su mínima condición de prestigio, y por otro lado, están incumpliendo el pacto social fundamental entre élite política y ciudadanía, que es proteger a los ciudadanos. Antes tampoco a un presidente se le hubiera ocurrido empujar a un cabro chico a una piscina”, dice, haciendo referencia a la ceremonia donde Piñera lanzó al agua a un grupo de niños.
“Es un fenómeno, la pérdida de la ritualidad tiene que ver con el hecho que los gobiernos quieren ser eficientes, pero no les importa la vinculación espiritual con la ciudadanía. Tiene que ver con que los partidos no tienen vinculación con las bases sociales, y eso genera distanciamiento. Hay un proceso estructural, pero el gobierno de Piñera llegó a ser el paroxismo de esto. Los conflictos de intereses, y otros episodios que demuestran un desprecio por el respeto de la institución. Los gobiernos de empresarios tienden a ser así. Lo escribió Marx en el Manifiesto Comunista: “En el gobierno de la burguesía, todo lo sagrado será profanado”, concluye Mayol, quien subraya que se rompió la barrera del prestigio de las autoridades políticas.
Desde Libertad y Desarrollo, el investigador Jorge Ramírez asegura que siempre han existido franjas descontentas con el actuar de las autoridades, pero que las agresiones son una novedad. “Hay un descrédito mayor de la clase política y, por otra parte, Chile es un país donde los políticos gozan de un estatus bastante privilegiado frente a los demás participantes de la comunidad, entonces lo que pasa es que la ciudadanía está viendo que los políticos están más distanciados y los responsabiliza de lo malo que ocurre”, plantea a modo de explicación.
Con los últimos episodios que han afectado a distintas autoridades, Ramírez asegura que se rompe una tradición en Chile, la que permitía que los políticos caminaran sin guardaespaldas por la calle: “Eso es algo bastante poco común en Latinoamérica, y es propio de países con bastante paz social. Eso se ha venido rompiendo en el último tiempo, y es algo que afecta a políticos de todos los sectores. Le pasó a Piñera ahora, y antes a Bachelet”, asevera el investigador.
Todos coinciden en que existe una desconfianza evidente de la sociedad hacía los políticos. Aseguran que hay también rabia, y que se los responsabiliza por los problemas existentes y por las promesas no cumplidas. Que la crisis de representatividad se aceleró en el último tiempo y que nadie sabe muy bien cual es la salida del laberinto del enfrentamiento.
“Esto va a intensificarse, en el sentido de la pérdida de las instituciones, que se están degradando. No saben que hacer. Los políticos se dedican a quemar combustible, si hay algo de pie, se lo echan a la fogata”, plantea Mayol, quien agrega que el último bastión de prestigio tiene nombre y apellido, Michelle Bachelet: “El ultimo bastión de ese lugar más institucionalizado, es Michelle Bachelet. Es el último bastión carismático, pero no están las condiciones estructurales para mantener eso”.
Hablan los indignados
Corría el 2008 y en medio de la discusión por la Ley General de Educación, una estudiante secundaria le arrojó un jarro de agua a la ministra del ramo. Cuando Mónica Jiménez quedó empapada, todas las miradas se centraron en María Música Sepúlveda, estudiante de 14 años del Liceo Darío Salas, quien justificó su acción acusando a la autoridad de ser responsable de la represión de Carabineros a las marchas estudiantiles y de no escuchar los planteamientos de los secundarios.
Catalina Castillo, 29 años, vocera de la Asamblea Popular de Puente Alto, quien escupió al Presidente Piñera, justificó también su accionar. Lo hizo a través de un comunicado público, donde trata al mandatario de hiena. Castillo relata que llegó al velorio del sacerdote Alfonso Baeza para homenajearlo, cuando se encontró con la visita presidencial.
“Al llegar me encontré con Piñera, su ministro del interior había declarado alguna vez que Alfonso defendía a extremistas, terroristas y violentistas ¿Qué debía hacer? ¿Asistir como una cobarde a esa parodia?. Me acerqué le dije que era un sinvergüenza, que representaba todo lo que el padre había denunciado, lo escupí en el hocico de hiena que tiene. Es, por supuesto, un gesto grosero ¿Y qué? es una señal profunda de desprecio popular, reservada para los señores empresarios y políticos, ¿Es una rotería?, claro que si, ¿Les molesta a los bien educados?, me importa un rábano. Soy una de muchos, de rotos alzados (a mucha honra) que un día construirán (y construyen) una sociedad en la que no habrán dueños y la vida será digna para todos”, reza en el escrito.
A la salida del control de detención, donde la formalizaron por atentado contra la autoridad, la pobladora señaló que “lo volvería a hacer”, y que el Presidente “se lo merecía”. Lo mismo dijo Elías Sanhueza, el estudiante de Antropología de la Universidad de Tarapacá que en mayo escupió a Bachelet. “No me arrepiento, bien merecido se lo tenía”, señaló en ese entonces.
En conversación con El Dínamo, el joven de 23 años mantiene su posición. “Podría haber sido cualquiera, pero a Bachelet le tengo bronca… estuve en las protestas del 2006 y del 2008. Nos tomamos el liceo, íbamos a todas las marchas, me pegaron los pacos, y nunca logramos nada… porque en realidad nunca ha habido una real voluntad de la clase política de cambiar las cosas”, señala.
“Crecí con la lacrimógena, los lumazos de los pacos y con las noticias de los mapuche asesinados… Y por eso cuando la vi no pensé en gritarle argumentos o cifras… eso a los políticos les da lo mismo, porque saben que tienen la sartén por el mango… lo único que me nació fue tratar de cobrarle… un escupo es lo más humillante que te puede pasar, más que un insulto o un golpe… dicen que fue una “falta de respeto”, pero en realidad son los políticos los que le perdieron el respeto a la gente hace harto tiempo”, plantea el estudiante. Y agrega que la clase política en general hoy está desacreditada: “Se cuidan entre ellos, tienen empresas entre ellos… que uno tiene una pesquera, que otro farmacias, que otro acciones mineras, otro transgénicos, forestales. Legislan y se cobran favores entre ellos. Cuando se trata de plata, desaparecen los colores políticos”.
Sanhueza concluye explicando porque, a su juicio, ya no hay respeto con las autoridades: “Los políticos no tienen credibilidad porque nosotros les importamos un pico. Todo lo hacen desde sus mansiones, desde sus empresas. No saben lo que es el Transantiago, no saben lo que es la educación y la salud municipal. No saben lo que significa la instalación de una termoeléctrica o una minera en un valle que vive de la agricultura, como Azapa y Lluta aquí en Arica”.
En el caso de los escupos a Bachelet y Piñera, la Justicia dejó en libertad a los autores, asegurando que se trató de faltas menores.