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9 de Enero de 2014

Revisitando el Barrio Lastarria desde Ismael 312

Cercado por el Parque Forestal y la Alameda por un lado, y por el Cerro Santa Lucía y la Plaza Italia por el otro, el sector vive desde hace varios años un auge de restaurantes, cafeterías, centros culturales y tiendas de moda.

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¿Es tan horrible Santiago como la pintan los propios santiaguinos? Claro que no. Detrás de la dispareja urbe de cemento hay centenares de lugares e historias que  al conocerlas sorprenden gratamente. Sólo hay que dejarse llevar por sus calles y disfrutar con el ojo atento y el ánimo dispuesto.

Con eso en mente quisimos adentrarnos en el barrio más chic del centro de la capital. Hablamos del Barrio Lastarria, declarado Zona Típica en 1996.

Cercado por el Parque Forestal y la Alameda por un lado, y por el Cerro Santa Lucía y la Plaza Italia por el otro, el sector vive desde hace varios años un auge de restaurantes, cafeterías, centros culturales y tiendas de moda. Pero junto a estos nuevos vecinos aún conviven los clásicos del lugar, como las tiendas de libros, El Biógrafo, y la Plaza del Mulato Gil. Un barrio bonito, elegante, y que invita a descifrarlo, tal como señala el señor Aramburu.

Como la apuesta va en serio decidimos alojarnos un fin de semana en el Hotel Ismael 312, inaugurado en septiembre pasado en la calle Ismael Valdés Vergara -entre José Miguel de la Barra y la punta de diamante que se forma con Monjitas-, bajo el concepto de hotel urbano.

La denominación no es azarosa. Enclavado en un punto neurálgico del barrio, una de las caras del Ismael 312 da al Parque Forestal mientras que la otra  da a Monjitas. Una concurrida, otra pacífica. Como el sector. Además enmarcada por las tradicionales construcciones neoclásicas y art-decó que dominan la zona.

Giuseppe Barone, el amable recepcionista italiano, nos cuenta que la construcción tiene 9 pisos y 44 habitaciones, además del lobby, comedor, bar, cafetería y terraza con piscina.

En su prehistoria, el Ismael 312 fue una casa de tres niveles que los socios tras el proyecto, Jorge Pinochet y Juan Carlos Moreno, derribaron en 2009 gracias a que no tenía carácter patrimonial, pese a ubicarse en una zona protegida por el Consejo de Monumentos Nacionales, y que hoy se ensambla correctamente con el entorno manteniendo la línea de altura, pero aportando con un toque de moderna inspiración neoyorquina.

La labor del Estudio de Arquitectos Larraín permitió además conectar visualmente el parque con la calle Monjitas, cruzando por el lobby con libros -algunos de ellos autografiados por sus autores- y la cafetería.

En el interior, el trabajo del diseñador Marcial Cortés-Monroy de Árbol de Color, se juega por crear un entorno  adulto, refinado, y tranquilo, con amplitud en los espacios comunes y funcionalidad en los privados. La silueta del mapa de Santiago en su lobby nos recuerda donde estamos y los muros del bar -ubicado en el subterráneo y que pronto se inaugurará-nos evocan a los árboles del parque.

Las habitaciones recogen esta misma sensación a través de líneas limpias, madera y ventanales que miran al Forestal y a la Virgen del Cerro San Cristóbal, desde donde se cuelan los estertóres del atardecer, dibujando siluetas arbóreas que se conjugan con la decoración de las habitaciones logrando recrear la sensación de que el naturaleza entra por el balcón. 

Otro sello particular es el mural de artista e hijo de Roberto Matta, Ramuntcho, que recorre transversalmente el edificio, convirtiéndose en una suerte de columna vertebral, marcada por mensajes que mezclan idiomas, aludiendo al “estado particular” que se vive en este hotel.

Iniciamos nuestro recorrido la tarde del sábado cruzando al Parque Forestal, lleno a esa hora por quienes capeaban las altas temperaturas bajo las copas de los árboles. Deportistas, niños, parejas y ancianos se mezclaban sin molestarse en medio de la vegetación de uno de los pocos parques grandes y abiertos que van quedando en la capital.

A pocos metros, el centenario Museo Nacional de Bellas Artes cerraba sus puertas y nos recordaba que su imponente presencia merece un capítulo aparte.

Enfilamos por José Miguel de la Barra, con sus cafeterías y restaurantes de moda, pero donde sin dudas seguimos prefiriendo el pequeño y solemne Café de la Barra, con su ambientación de recuerdos años pasados. Un espumoso café y una “tetera” acompañada de kuchen sirven para continuar la caminata.

Doblamos por Merced y nos encontramos con la serie de librerías antiguas que sobreviven en el sector. También aparece el Teatro Ictus y la galería donde también se ubica la comiquería Plop!. Tiendas de moda y disquerías cierran una calle a considerar.

Barone ya nos lo había indicado como primer paso a visitar: el Paseo Lastarria y su variada oferta de restaurantes en sus tres cuadras cortas. Pero sin duda que la calle es mucho más que comida.

En primer lugar, vale darse una vuelta por la Plaza Mulato Gil. Allí se ubica el Museo de Artes Visuales (MAVI) y el Museo Arqueológico de Santiago (MAS), rodeado de restaurantes y bares. El entorno también acoge presentaciones de músicos callejeros que van desde lo clásico a las cuecas choras. Un verdadero deleite para los turistas que recorren en lugar, aprovechando las gratas temperaturas de las noches estivales, y que cámara en mano, registran todo. Se suma en esa cuadra una pequeña feria persa con discos, libros, antigüedades y artesanías que cierra llegando al antiguo Bar Berri, en calle Rosal.

Caminando hacia la Alameda, están los clásicos Bar Victorino, el cine El Biógrafo y el ya consolidado Sur Patagónico, junto a otros locales nuevos que han ido sumando su oferta. Una oferta que hace pocos años agregó el boulevard con restaurantes en la curva que lleva a la Alameda, en cuya entrada se ubica el premiado Nolita. Desde ese recodo se observa el Centro Gabriela Mistral (GAM), cuya historia también daría para otro capítulo.

Optamos por comer un trozo de cordero del Baker con papas y un pollo apanado, quizás pensando en otros parajes, todo acompañado por vino y cervezas.

Volvemos al Hotel. La señora Aramburu se hunde en las almohadas y pronto se queda dormida mientras un breve cigarro cierra la noche.

No salimos de la cama hasta casi el mediodía, ya que una de las gracias del Ismael 312 es que el desayuno espera por ti. En el Parque Forestal un grupo hace yoga. Otros dan rienda suelta al running dominguero. Mientras tanto, hordas de bicicleteros aprovechan el cierre parcial de José Miguel de la Barra para convertirla en una amplia ciclovía. Buena iniciativa para quienes durante la semana deben estrecharse en las calles y veredas de la capital.

Vamos a comprar refrescos al viejo almacén que sobrevive a la salida del Metro Bellas Artes, donde observamos el mural que reemplazó al colorido cuadro realizado por la diseñadora Agatha Ruíz de la Prada, obra del grafitero porteño Inti Castro, y concluimos que es expresivo y bien realizado, pero que le falta algo. En fin, el arte es subjetivo.

Desde el mítico edificio con forma de barco, ubicado en Merced con De la Barra vemos el clásico Bar Don Rodrigo y recordamos su viejo piano. Recorremos las tiendas abiertas a esa hora, compramos alguna cosa y pensamos en que hacer para capear el sol. Esta la posibilidad de ocupar la piscina del hotel, pero optamos por ir a una de las actividades del festival de teatro Santiago a Mil. Pero esa es otra historia.

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