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19 de Noviembre de 2014

El mejor aliado del cambio social: La Ciudad

Las ciudades siempre han sido un motor para los cambios sociales. Para consolidar un nuevo ciclo de avances en Chile, se requieren obras de infraestructura urbana que permitan generar el espacio para las nuevas familias que continuamente llegan, a las Áreas Metropolitanas en búsqueda de mejores horizontes.

Por Redacción
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Desde la revolución Industrial, el crecimiento urbano es un poderoso aliado de  los cambios sociales y las ideas progresistas. Citando un par de ejemplos, resulta difícil imaginar  otro lugar más adecuado para la propagación del punk, que el Londres de los setenta. Del mismo modo, es poco factible pensar el estallido de la revolución Francesa sin una ciudad como París.

Las razones que unen a las grandes ciudades con las fuerzas de cambio social son simples. En primer lugar, permiten que las nuevas ideas se amplifiquen, renovándose los paradigmas sociales. En segundo lugar, las concentraciones urbanas generan procesos económicos que masifican las oportunidades, posibilitando el crecimiento de las clases medias, impulsando además, el mejoramiento de las condiciones de vida de sus habitantes, en periodos de tiempo relativamente cortos.

Qué duda cabe que el crecimiento urbano (de la mano de la actualización en infraestructura realizada en los Gobiernos de Frei y Lagos) fue un factor clave en la disminución de la pobreza, que experimento Chile entre los años 1990 y 2010. No obstante lo anterior, el casi continuo crecimiento económico del País ha generado a la vez, un veloz y desequilibrado  proceso de reconfiguración urbana. En la actualidad todas las grandes ciudades del país, experimentan problemas de segregación, congestión y riesgo ambiental, evidenciando además, barreras para el ingreso de nuevas familias a barrios bien conectados, que faciliten el acceso a las áreas de empleo,  oferta educacional y lugares de esparcimiento.

La solución de este escenario, requiere de un nuevo ciclo de inversión en infraestructura urbana, focalizada en transporte de calidad, la habilitación de suelo edificable y  espacio público. Sin embargo, la misma complejidad social que adquiere el crecimiento urbano, hace cada vez más difícil la intervenciones requeridas, ya que todo este tipo de proyectos afectan intereses y obligan a actuar en espacios ya consolidados.

Hoy se aprecia un progresivo proceso de organización comunitaria frente a diversas formas de  crecimiento urbano. Razones hay de sobra; por ejemplo, las políticas de transporte hasta ahora sostenidas, han incidido en la verticalización urbana, impactando el patrimonio y el medioambiente. Sin embargo, junto a la legítima defensa de los barrios, conviven a veces de manera oculta, agendas conservadoras movilizadas por el temor frente a la masificación de los centros tradicionales, el impulso a apoderarse de lo público, la defensa a ultranza de la propiedad privada  y el temor a la diversificación social. Es en esta confusión donde determinados grupos de presión, utilizando sus canales de influencia y posición social, logran imponer a las autoridades sus intereses a través de motivaciones disfrazadas, desplazando las necesidades de la mayoría en la dirección del desarrollo urbano.

Las ciudades siempre han sido un motor para los cambios sociales. Para consolidar un nuevo ciclo de avances en Chile, se requieren obras de infraestructura urbana que permitan generar el espacio para las nuevas familias que continuamente llegan, a las Áreas Metropolitanas en búsqueda de mejores horizontes. Lo anterior va a generar conflictos. Frente a este proceso, el Estado debe actualizar sus metodologías de participación ciudadana, generando procesos equitativos. Por otro lado, los partidos deben impulsar liderazgos con visión urbana. Pero hay que darse prisa; son muchos los que claman desde fuera por entrar.

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