Socióloga que investigó la historia del pituto en Chile: “Conviene creer en la meritocracia pero es una ilusión”
La investigadora francesa y docente de la Universidad de Chile, Emmanuelle Barozet, hizo un estudio que muestra cómo el compadrazgo o intercambio de favores, también llamado pituto, ayudó a surgir a la clase media chilena a principios del siglo XX. Actualmente, en un clima marcado por los casos Penta y Caval, utilizar “pitutos” es una práctica puesta en tela de juicio por la ciudadanía. Pero para la socióloga, sigue siendo una conducta institucionalizada: “Con el pituto uno ha conseguido un montón de cosas que han solucionado problemas”. Y asegura que la desconfianza en las instituciones no es algo nuevo, si no que una situación que llamó su atención al llegar a Chile hace más de una década: “El chileno promedio no confía ni en las instituciones ni en las personas”.
“¿Tú crees que se pueda un raspado de la olla para los últimos cien metros de campaña?” Ese fue uno de los mensajes que mandó el senador UDI, Iván Moreira a Hugo Bravo, para obtener financiamiento ilegal en su carrera al Senado. Cuando reconoció el hecho, sin saberlo, explicó en parte cómo funciona en Chile el compadrazgo. “La gente me conoce, no pertenezco a ninguna casta de poderosos”, dijo.
Con esto, explicaba que no tenía la protección de Jovino Novoa ni de los coroneles y que por tanto, tampoco podía acceder al generoso financiamiento de Délano y Lavín. Moreira recurría a un conocido de su nivel social -Hugo Bravo- para conseguir “un raspado de olla”, que en este caso era ilegal, pero que la mayoría de las veces para los chilenos puede ser cualquier favor hecho por un amigo para satisfacer alguna necesidad: conseguir una hora al médico; un cupo para el colegio del hijo; o un puesto de trabajo. Lo que popularmente es llamado “pituto”.
La socióloga francesa Emmanuele Barozet, investigadora de la Universidad de Chile, dedicó algunos años de su carrera a investigar el fenómeno y en 2006 publicó un estudio que aborda la historia del pituto en la clase media del país. “Estrictamente hablando, si vamos a decir pituto, es el intercambio de favores entre gente que uno conoce, de la misma clase social (…) Se hace el intercambio bajo una ideología de la amistad. Si uno empieza a instrumentalizar a un amigo para que me consiga cosas, los amigos no son tontos y se van a dar cuenta. Por lo tanto, no es algo de lo cual uno pueda abusar”, explica Barozet.
Y aunque la académica explica que hoy la práctica es “muy mal vista” y que causa indignación, lo cierto es que es más común y antigua de lo sospechado. Pues plantea que fue en parte gracias al pituto, que la clase media chilena pudo crecer durante el siglo XX. Y que hasta el día de hoy, la clase media puede cumplir con necesidades que no entrega ni el Estado ni el mercado y tener sus propios “raspados de olla”. “Socialmente permite conseguir muchas cosas, como un puesto de trabajo, un cupo en el colegio para el niño, jardín infantil, una cita médica, un descuento, una gran variedad de cosas en la vida que -a veces- no se pueden obtener de otra forma”, dice la socióloga.
Pero de paso, con su uso, también se burla la justicia social de quienes no tienen esas redes. Y junto a eso, se dinamita uno de los principales ideales de nuestra sociedad: la meritocracia.
Una breve historia del pituto
A fines del siglo XIX y principios del siglo XX, el auge del salitre aumentó las arcas del Estado chileno y por tanto, su tamaño. Por lo mismo, el Estado requirió de una mayor cantidad de funcionarios públicos. Y a diferencia de otros países, en Chile estos nuevos empleados pasaron a constituir un nuevo y minoritario estatus social: la clase media. Una que, a diferencia de la clase media surgida en Europa, no se caracterizó por la acumulación de patrimonio -debido a sus bajos sueldos- si no que al acceso a mayores niveles de educación y redes sociales dadas por el colegio y la universidad -de ahí que en Chile las personas se definan según dónde estudiaron- y por su pertenencia a partidos políticos, los que fueron un vehículo de movilidad importante previo al Golpe de Estado de 1973.
“Lo que pasa con la clase media chilena, que nace del Estado chileno en el siglo XX, es que es una clase media pública, dependiente del Estado, que recibe sueldos que no son muy buenos “, explica la investigadora. Y agrega: “Esa capa media empezó a usar la red que tenía dentro del Estado para complementar los sueldos bajos que tenían con el acceso a beneficios sociales. Como mejor a acceso a la salud, educación o a cajas de compensación”.
De esta forma, se afianzó el pituto en el país. El Partido Radical, el Partido Socialista y la Democracia Cristiana, fueron importantes agentes pituteros hasta el año 73’. Desde ahí en adelante, con el golpe militar y la posterior dictadura, el Estado disminuyó su tamaño y la cantidad de sus funcionarios públicos. Pero pese a ello y a que el neoliberalismo consagró el ideal del esfuerzo individual como forma de conseguir privilegios, la práctica del pituto sobrevivió. Y aunque mal visto hoy, por ser una práctica anti meritocrática, contraria a la economía liberal y muy poco OCDE, sigue estando presente en todas las capas sociales. De Moreira a Von Baer.
El pituto moderno
A diferencia de lo sucedido antes del 73’, y debido al desarme de los partidos políticos durante dictadura, el pituto dejó de relacionarse con los conocidos en el Estado. Se convirtió en una práctica que se realiza al interior de los círculos de conocidos, cada vez más pequeños, del mismo entorno social. En muchos casos, para la clase media, se usa para satisfacer necesidades.
“El pituto y el compadrazgo es que yo intento ayudar a mi amigo porque tiene necesidades. Al final cuando uno le dice a un cuñado que me ayude a conseguir una hora al médico, porque es amigo del doctor, y me salté la fila, es porque yo necesito ir al médico. No es pensado en forma abusiva. Aunque sea completamente reñido con la justicia social. Porque significa que yo voy a tener beneficios que otras personas no van a obtener porque no tienen la misma red social”, explica Barozet. Beneficios, por ejemplo, como juntarse con Luksic para obtener un crédito. O entrar gratis a Lollapalooza. Aunque en ninguno de esos casos se trate de pituto en el sentido académico de la palabra.
Por eso, la investigadora cuenta que al hacer entrevistas a gente de clase media de distintas generaciones para su estudio, detectó una notoria contradicción cuando se les preguntaba por el pituto. “Un tercio de los entrevistados empezaban a despotricar contra la secretaria, por ejemplo, que llegó por pituto porque es la cuñada del jefe, y cosas así. Hay una valoración negativa de esta práctica porque se cree que todos los demás están usando pitutos”.
Sin embargo, cuando se les preguntaba por la propia experiencia, la autora describe que los entrevistados pasaban por distintas fases: una muy breve, en la que ”empezaban a tomar consciencia de que esta práctica está muy presente en sus círculos sociales”; otra en que el propio entrevistado se da cuenta que también recurre a esa práctica y la justifica “por necesidad” y por el “deber de solidaridad entre pares”.
Y una última etapa, a la que solo llega una cuarta parte de los entrevistados, en la que el “entrevistado reconoce que el pituto ha tenido un peso muy importante en su recorrido laboral, incluso más que sus méritos propios”. Ante eso, algunos terminan valorando el papel de la “solidaridad y de la ayuda de grupo”. Pero otros, francamente se deprimen. Y es que sienten que atentan contra el valor del mérito personal.
-¿Es un mito la meritocracia en Chile?
-La meritocracia es una ilusión en muchas partes en el mundo. A todos nos conviene creer que conseguimos las cosas por el esfuerzo propio, en especial a los que nos ha ido bien. Es una ideología muy potente. Pero si uno ve a la gente de la parte baja de la escala social, esa gente puede esforzarse lo que quiera, y no siempre conseguirá lo mismo.
Gente como uno
Cuando llegó al país hace más de una década, a la socióloga Emmanuele Barozet le llamó de inmediato la atención un rasgo de los chilenos: la desconfianza.“El chileno promedio no confía ni en las instituciones ni en las personas”, explica.
Y cuenta una anécdota que presenció en varios asados y reuniones sociales, que podría formar parte una rutina de Coco Legrand: “Cuando los chilenos se conocen, hacen un ritual: las primeras preguntas que se hacen son para ubicar al otro. Si viven en la misma comuna, si estudiaron en el mismo colegio o en la misma universidad, o si conocen a familiares. Y la gente empieza a entrar en confianza cuando ha encontrado algún eslabón común o alguna persona conocida en conjunto”.
Para Barozet, esa es una de las actitudes que ayuda a perpetuar el rol del pituto: “Es una forma de asegurarse de que alrededor de uno hay gente semejante, de confianza (…) Y de expresar lealtades”. Esto permea incluso en la decisión de los padres de ubicar a los hijos en algunos colegios, no solo por la calidad que estos puedan entregar en la educación, si no “por las redes que pueden generar los niños para la vida adulta”.
“Chile es altamente segregado, jerarquizado y con una desigualdad impresionante. Habría que cambiar la estructura del país para que se erradique el pituto. Pero esto pasa en todos los países, aunque de distintas formas. (…). Es nuestra forma como seres humanos de funcionar, de asegurar que hay gente de confianza alrededor de uno. Pero lo que yo digo es que el compadrazgo favorece al que lo practica y desfavorece al que no”.
–A raíz de los casos Penta y Caval. ¿Se está poniendo en tela de juicio esta práctica?
-El caso Caval es distinto, porque no es compadrazgo ni pituto. Esto ya derechamente es tráfico de influencias. Que es otra cosa. No es bajo la ideología de la amistad (…) Pero por ejemplo, mandar un mail para que un amigo tenga un puesto de trabajo, si es que el que lo recibe es conocido mío o de la misma universidad, puede ser pituto. Efectivamente está puesta en tela de juicio una serie de prácticas, incluida el pituto, el compadrazgo, el cohecho, el nepotismo. Pero la crítica viene de antes. El debate en educación en Chile intenta reflexionar sobre esto mismo. ¿Qué futuro le doy a mi hijo si lo coloco en el sistema público o en el sistema privado? (…) Estamos más conscientes. ¿Pero qué alternativas tenemos? No se puede convencer a todos los chilenos a que pongan a sus hijos en el sistema público…
-O sea, hay una suerte de doble estándar de los chilenos con estas prácticas.
-Por ejemplo, respecto al caso Caval y Penta, me contaron una historia. Una persona está sentada en un restaurant y escucha que los que están sentados al lado despotrican contra los de Penta, que son unos frescos, que los de Caval también, que el hijo de la Presidenta… Esa gente está almorzando y en el momento de irse, piden factura. Eso también es evasión fiscal. Entonces existe en muchos esta contradicción.