¿Que se vayan todos? Las razones de por qué casi nadie cree ni confía en los políticos más allá de Penta y SQM
Las encuestas reflejan que los chilenos no solo no creen en los políticos, sino que tampoco en los empresarios, en la iglesia ni en otros ciudadanos. Para los expertos, las causas trascienden a la coyuntura de Penta, SQM o Caval, y tienen un origen más antiguo: un modelo económico individualista en el que “sobrevive el más pillo”, un déficit en la educación y la cultura cívica, políticos ajenos a la realidad de sus representados y una sociedad con redes sociales que exige nuevos estándares de transparencia, serían algunas de las causas.
Cada encuesta nueva que aparece midiendo la credibilidad y confianza que tienen los chilenos en las instituciones, se convierte en una suerte de golpe para la elite. Un fenómeno que se viene evidenciando hace más de una década en las encuestas, pero que luego de los casos Penta, SQM y Caval se ha transformado en un duro golpe al mentón. Uno que amenaza con dejar K.O a la legitimidad de todo el sistema político como señaló en una entrevista Andrés Zaldívar: “Por este camino vamos a una crisis terminal” dijo el senador.
Pero si había alguien que sabía de esquivar golpes hacia su credibilidad, era Michelle Bachelet. Ni el Transantiago, ni los pingüinos, ni el tsunami ni el caso Penta, la habían logrado tocar con fuerza. Hasta que llegó el caso Caval y el golpe fue tan fuerte e inesperado, que hasta sus adversarios políticos quedaron preocupados por la pérdida de confianza en la Presidenta. Con ella caía uno de los últimos bastiones de la credibilidad política: luego de su “me enteré por la prensa”, la Presidenta se unió a la crisis que, junto al mundo político, afecta además a otros centros de poder como la iglesia y el empresariado.
Pero la desconfianza de los chilenos no es sólo hacia las instituciones. Un estudio de la OCDE muestra que apenas un 13% de los chilenos confía en otros connacionales: la cifra más baja de toda la organización, 46 puntos abajo del promedio. “El problema de confianza en Chile es un problema estructural, cultural y no se explica solamente por alguna de estas coyunturas”, dice el académico de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez, Jorge Fábrega, en referencia a los casos Penta, Caval y SQM. Sus bases, según expertos, son multifactoriales: desde un modelo económico competitivo donde parte de la salud, la educación y las pensiones dependen de los ingresos individuales, hasta una sociedad que con las herramientas de las redes sociales exige mayor transparencia.
1.- El todos contra todos
A juicio de algunos de los consultados, las privatizaciones masivas de servicios como la salud, la educación y el sistema previsional, tienen un grado de responsabilidad en el desprestigio de las instituciones públicas y la desconfianza entre unos y otros. ¿Por qué?
Para el sociólogo Jorge Larraín, la libertad económica trajo un “enorme progreso al país”. “Creo que la gente lo nota, si uno compara la vida que tenían nuestros padres, o la vida que teníamos nosotros, evidentemente Chile está mejor”, dice el prorrector de la Universidad Alberto Hurtado. Sin embargo, y tal como lo expresa en su texto “Identidad chilena y el bicentenario”, esta mejora vino “aparejada de costos muy grandes”. “El sistema instaurado en la dictadura es completamente competitivo”, dice. “Depende de cada uno salir adelante, debe salvarse quién pueda (…) Y en esa competencia por subsistir, hay elementos que promueven una desconfianza contra los competidores”.
El doctor en políticas públicas de la Universidad de Chicago, Jorge Fábrega, complementa esta idea: “Para sobrevivir se crean estrategias de cómo ser el más vivo, el más pillo, cómo saltarse la regla. Las reglas son básicamente para el extraño, para el que no tiene pitutos. Si alguien te pide algo, tú no cooperas porque no sabes qué es lo que esa persona pretende. En el lenguaje popular chileno, cuando alguien cae en una trampa, se dice este tipo cooperó”.
Esto se traduce en que “todos buscan su propio beneficio sin importar el resto” y por consiguiente, “que nadie confíe en nadie”. Menos aún en las instituciones públicas, ya que quienes las integran, como los políticos, se piensa, tampoco buscan el bien común, si no que las utilizan para aprovecharse y obtener un beneficio personal, como enriquecerse. “Estructuralmente, el modelo político y económico está hecho para cumplir con intereses particulares”, dice el sociólogo de la Universidad de Chile, Manuel Antonio Garretón.
2.- La sospecha: “Los políticos hacen trampa”
Este “mecanismo de supervivencia” que ocupan muchos chilenos y que es aludida por los expertos, es una de las principales razones de la desconfianza. El sociólogo Jorge Larraín apunta a que como la gente no cumple las reglas para obtener algún beneficio, “la generalización de ese rasgo y creer que todos pueden hacer lo mismo, hace que uno sospeche de los demás”.
Leonardo Moreno, director ejecutivo de la Fundación Superación de la Pobreza, dice que el “sistema está construido con bases desiguales”, y que por eso, surge la trampa como forma de obtener beneficios. “Hemos instalado una práctica que por no existir los instrumentos que respeten la dignidad de las personas, la gente se acostumbró a mentir para obtener algo”, dice. Por ejemplo, falsificar la ficha de protección social para obtener ayuda del Estado. Pero también, aunque en una escala y nivel de responsabilidad diametralmente distinto, usar artimañas para evadir impuestos o sacar ventajas del acceso a información privilegiada.
“Con Penta, Caval o SQM, la ciudadanía pareciera decir ‘oye, pero hasta cuando’, porque se hacen más visibles estas estrategias para tener más beneficios. Pero uno las repite en el día a día (…) No es que esto nazca de la política. Es una cosa cultural. Pero si alguien debiese tener una responsabilidad y una capacidad de responder, es la política. Las élites”, dice Fábrega.
3.- Sensación de abuso: “Hacen leyes para ellos mismos”
Cuando se investiga a los propios creadores de las leyes -los parlamentarios- por delitos o “irregularidades” que además se habrían cometido de manera transversal y constante, como se señala en los actuales casos, el derrumbe de la credibilidad institucional es casi inmediato. Más aún cuando algunos parlamentarios justifican la situación apuntando a “errores” en la ley, como declaró en medio del caso Penta el ex timonel de la UDI Ernesto Silva, quien advirtió que en la situación de las boletas ideológicamente falsas “pueden haber prácticas generalizadas que responden a un vacío de la ley”.
“Existe la sensación de que a diferencia del ciudadano común que es mandatado por otras instituciones, los políticos utilizan estas instituciones para beneficio propio y adicionalmente, cuando llega la hora de aplicar la ley, siempre está la excusa de que cometieron faltas porque no estaba escrito (en la ley)”, señala el director del Observatorio Político Electoral de la UDP, Mauricio Morales. “Ahí está el concepto y la sensación de abuso. El abuso no es solamente del privado a la persona de a pie. Si no que también hay una sensación de abuso de los representantes a los representados”, señala. La misma razón de por qué cuando se habla de “acuerdo político” para superar la situación, la ciudadanía lo traduce como “arreglín”.
4.- ¿Para qué sirven los políticos?
Una de las frases más recurrentes en los chilenos al momento de justificar su poco interés en la política, es que “al final da lo mismo quien salga, total mañana hay que trabajar igual”. Y es que para los expertos, en una sociedad en la que la idea de bien común se erosiona y la gente lucha por su propio interés, las instituciones políticas pierden su relevancia. “La política ya no cambia vidas. En los 50’ y 60’ en cada elección Chile se jugaba el destino (…) En un mundo globalizado los políticos tienen un poder cada vez más limitado”, explica Daniel Mansuy, director del Instituto de Estudios de la Sociedad y profesor de Instituto de Filosofía de la Universidad de Los Andes.
Por eso, el fenómeno de desprestigio de las instituciones políticas y la baja en la participación en las elecciones es mundial. Pero para los expertos, en Chile el proceso se ha acelerado porque se instauró un “modelo ultra presidencial que quita importancia al parlamento” y que privilegió durante más de una década “la transacción y el acuerdo” por sobre la “deliberación política”. “Al final tenemos la sensación de que en el parlamento no se decide nada y que no sirve para nada importante. Y como existe esa sensación, naturalmente que los parlamentarios para llamar la atención se convierten en payasitos. ¿Y quién confía en payasitos”, dice Mansuy.
Por su parte Jorge Larraín dice que existe una “desilusión de la política como lugar donde se discuten los problemas. La gente duda que sea algo conducente”. Pero también, asegura, que “influye un factor importante: pocos saben qué es lo que realmente hacen los políticos”.
5.- Cerca de las élites y lejos del ciudadano común
Las imágenes de uno que otro parlamentario quedándose dormido en el Congreso o no asistiendo a sesiones, mientras que su sueldo equivale a cuarenta veces el salario mínimo, “son una bofetada para la gente” dice Leonardo Moreno, director ejecutivo de la Fundación Superación de la Pobreza. Y agrega: “Muchos ciudadanos no tienen idea lo que hacen los políticos. Y si se le agrega un lenguaje técnico, la gente no entiende nada. No entiende la lógica del poder que hay en el interior”.
A su juicio, “hay una total asintonía” entre la gente y los políticos. Esto debido a sus grandes sueldos y su lejanía con el diario vivir de quienes representan. Otra queja recurrente que analiza Daniel Mansuy, es aquella que dice que “los políticos nunca están en los distritos y no solucionan los problemas”.
“Muy poca gente vota por algún diputado porque haya legislado bien o porque asiste a las sesiones. Casi siempre es porque reparte lentes o porque fue a saludar a las señoras a la feria. Entonces los legisladores tienen una pega que es súper complicada: una es la de legislar bien y expresar ideas en el Congreso, que es para lo que les pagamos. Pero la otra es mantener a la gente contenta en sus distritos. (…) Y como en Chile falta educación cívica, la gente tiende a creer que el diputado tiene las funciones del alcalde. Quieren que el diputado pavimente la calle, y eso no es así. Entonces la gente se enoja”, dice Mansuy.
Mauricio Morales apunta a que por esta razón la ciudadanía “valora mucho más a las autoridades locales”. Pero apunta a que ha sido un error de los políticos nacionales alejarse de sus representados. “Uno de los errores que ha cometido la clase política es que han abandonado sus distritos habituales y tradicionales que representan para irse a vivir al distrito de Vitacura, Las Condes y Lo Barnechea. El 90% de todos los senadores vive ahí, algo que no pasaba en los 90’. El vivir en el barrio alto produce una desconexión con los problemas de la gente”.
6.- Nuevas demandas: todos queremos ser parte de la cocina
El progreso material que hubo en los 90’, con una reducción de la pobreza de un 40% a un 14% en 25 años, creó nuevas necesidades en las personas. Algunos de los consultados, creen que la desconfianza es propia de sociedades más complejas que demandan nuevos estándares. Ignacio Irarrázabal, director del Centro de Políticas Públicas UC, aplica esto a la política y la transparencia.
“Antes bastaba con cumplir ciertos estándares mínimos y bien concretos. Entonces no importaba que todo se resolviera entre cuatro caballeros a la hora de la cocina, siempre que solucionaran el problema. Pero ahora ya no solo es necesario que resuelvan las cosas, la gente exige integridad moral y un estándar de transparencia. Y como no se puede saber todo, la gente desconfía”, explica.
En esta nueva demanda por transparencia, las redes sociales han jugado un rol vital. “Hay una inteligencia colectiva activa que está fiscalizando”, asegura el académico de Comunicaciones UC y experto en redes sociales, Eduardo Arriagada. Y agrega: “La autoridad va a tener que aprender a manejarse siendo mirada. Tiene que saber que de ahora en adelante cuando haga algo, habrá alguien en el hombro sapeando. Porque durante el tiempo en que se podía hacer cosas sin que se supiera, se hicieron cosas mal hechas”.
Arriagada piensa que en este momento la demanda por transparencia está en ebullición y que la crisis que se vive, con las redes sociales como vehículo, “es como el signo de los tiempos”. “Ahora es un fenómeno incómodo, en el que puede haber mucha desconfianza (…) Pero hay un momento en que esto se va a racionalizar. Y el resultado será una sociedad más transparente”.