¿Existe realmente la Denominación de Origen para el vino chileno?
Gonzalo Rojas, licenciado en Historia y miembro de la Comisión Nacional de Patrimonio Vitivinícola de Chile, ayuda a esclarecer esta interrogante.
Denominación de Origen es un concepto al que recurren muchos productos, entre ellos, el vino. Todo esto para demostrar que lo elaborado es propio del lugar, apelando al romanticismo que evoca la palabra terruño.
Sin embargo, en Chile este concepto no estaría bien ocupado. Esa es la postura de Gonzalo Rojas, licenciado en Historia y miembro de la Comisión Nacional de Patrimonio Vitivinícola, quien descubrió que hay errores en su uso, dado que hay una equivocación conceptual de Indicación Geográfica (I.G.) y Denominación de Origen (D.O.), siendo la primera más simple, pues sólo hace referencia a la procedencia geográfica del producto y no a su patrimonio histórico y cultural, ni tampoco a su calidad certificada, como sí lo haría el segundo.
“El actual cuerpo legal, denominado ley 18.455 Decreto 464 de Zonificación Vitícola y Denominación de Origen para los vinos chilenos, dista mucho de ser efectivamente un sistema de reconocimiento y protección de la D.O., siendo más bien un conjunto de Indicaciones Geográficas sin abordar otros aspectos fundamentales de toda D.O., tales como el Patrimonio Cultural que subyace detrás de dicho producto”, explica el estudio creado por este experto, que cayó en cuenta de esto tras variadas actividades académicas vinculadas a la investigación y docencia en la Universidad de Chile y Diego Portales, específicamente en el área de los negocios vitivinícolas.
“Me fijé del uso incorrecto del concepto en la medida en que revisé la experiencia internacional en la materia, de forma que te das cuenta que lo que internacionalmente se entiende por una D.O., como asimismo, la naturaleza propiamente tal del término, no se ajustan a la legislación hoy vigente en Chile”, puntualiza.
Ante esta postura, Rojas sostiene que actualmente hay etiquetas de vinos, y otros productos, que contienen confusión entre I.G. y D.O. con expresiones de uso común como “Valle de Colchagua” o “Valle de Casablanca”, donde “más allá de la procedencia de las uva nada señala acerca de la pureza del producto o su regulación, ni mucho menos del patrimonio vitivinícola que allí exista”.
Hacia el D.O.
A ojos del también director de la Escuela de Los Sentidos en este minuto ninguna viña, y ningún producto, cumple con la Denominación de Origen, ya que ningún producto en Chile está sometido a una legislación o protección legal, tal como se entiende una D.O. en el mundo desarrollado.
“No es un tema que pase por la viña, sino más bien por la región donde están emplazadas. En este sentido, han de ser los municipios y los gobiernos regionales, quiénes, tal como lo demuestra la experiencia internacional, certifiquen, defiendan, promuevan y protejan las respectivas D.O.”, explica.
Para revertir esta situación, se tiene que crear la Denominación de Origen, involucrando a las comunidades, a los productores y al Estado. “La pieza clave que le falta al rompecabezas chileno en esta materia pasa por la existencia de los debidos Consejos Reguladores, que ni siquiera el Pisco -producto típico que pretende ostentar una D.O.- efectivamente posee. Sin regulación no hay D.O. posible”, sentencia.
Por lo mismo, este es un camino largo que sería factible siempre y cuando el Estado y los empresarios estén dispuestos a cooperar. De acuerdo a los cálculos de Rojas, sería de al menos una década.
La confusión de ambos conceptos es a su juicio preocupante y no debe ser tomado a la ligera, debido a que se está “haciendo un uso comercial de un término que posee tanta valoración y es tan significativo para los productos típicos europeos”.
Si se hiciese un reordenamiento de los conceptos, el impacto que podría tener esto sobre el mercado chileno sería beneficioso, afirma el experto, debido a que “en el largo plazo, nos ayudaría a dar un salto cualitativo, incentivando a los productores a mejorar sus estándares, como asimismo, sería una importante ayuda para las personas, con el objeto de mejorar la información respecto a dichos productos, asegurando la calidad certificada de éstos y reduciendo los productos sustitutos de baja categoría, a veces dañinos para la salud. Chile no puede seguir produciendo vinos best value eternamente. En definitiva, los viñateros y el Estado chileno debe entender que los grandes vinos del mundo, lo mejores vinos del mundo, sustentan su calidad y prestigio en sus Denominaciones de Origen, protegidas y promovidas como un tesoro nacional”.
Pero esta temática no es exclusiva de Chile, dado que el académico ha descubierto que es algo más bien común en América Latina, de hecho, muchos países han ido avanzando en la materia, siendo unos ejemplos Brasil, México y Colombia, los cuales han realizados significativos avances durante las últimas décadas en el campo general de la alimentación y la agricultura. En tanto, Argentina ha hecho lo propio en la industria del vino, diferenciando un sistema mixto de I.G. y D.O. según corresponda, basándose en el modelo europeo.
Hasta el momento, este estudio ha generado interés entre los académicos y Rojas está a la espera de que prontamente se pueda discutir con altura de miras con los organismos del Estado atingentes. Por eso, es enfático en declarar que este “es un asunto que nos ayuda como país a crecer y desarrollarnos bajo estándares internacionales, mostrándonos como un país serio, que sabe hacer bien las cosas. Ese debe ser la forma en que nos vean”.