Huertos urbanos: la promesa de sustentabilidad que florece en Santiago
Junto con cosechar alimentos, quienes participan del proceso indican que los beneficios colaterales tienen que ver, más bien, con un cambio en las lógicas de convivencia y de fomentar conciencia de cuidado al medioambiente.
Plantar verduras, frutas y flores al interior del plano urbano y en espacios públicos es una tendencia que nació en países desarrollados hace años, algo que ahora ya está consolidado en Berlín, Madrid y París.
Vancouver, Canadá, es la ciudad modelo: desarrolló una estrategia para aumentar sus jardines comunitarios, huertos, granjas, instalaciones de compostaje en un 50% para el 2020. El sistema alimentario sustentable, incluso, permeó al interior de recintos escolares: 83 de las 118 escuelas públicas de la ciudad cuentan con un huerto orgánico.
Y como muchas otras cosas, la idea llegó de rebote a Santiago, siendo una de las mayores promesas de sustentabilidad en la capital. La imagen de una ciudad rodeada de una gama de grises y llena de autos podría cambiar con la proliferación de huertos urbanos comunales. Si bien no hay un registro del total, quienes participan de forma activa dicen que hay más de los que se imagina.
En Providencia, por ejemplo, se creó uno en la calle José Miguel Infante en agosto pasado. El lugar fue desarrollado por vecinos del sector y asesorado por la Municipalidad. En paralelo, en la calle El Aguilucho, también se hizo uno en la platabaja, sector que queda entre la vereda y la calle.
Para Santiago Rojas, director del departamento de Ambiente de la Municipalidad, esta iniciativa otorga una serie de beneficios: “En lo económico funciona en comunidades mas vulnerables donde el autoconsumo puede ser el camino para la reducción de gastos. Social porque la gente se recrea de una manera saludable y comprende los impactos del sistema alimentario tradicional. En lo ambiental aumenta la captura de carbono y permite el reciclaje de la materia orgánica a través de compost”.
La ex ONG Planta Banda asesoró el desarrollo de varios huertos, entre ellos el de Infante. Al respecto, Álvaro Pumarino, ingeniero agrónomo, señala que “hay mayor conciencia y por otro lado el mensaje ha llegado a otros actores”, tales como colegios públicos y particulares. Pumarino cuenta que en el Barrio San Eugenio, Matta Sur, en calle Club Hípico se instaló la fusión huerto-jardín, en el que se cultivan flores, plantas medicinales, arbustos y vegetales.
Nueva lógica de convivencia
Junto con cosechar alimentos, quienes participan del proceso indican que los beneficios colaterales tienen que ver, más bien, con un cambio en las lógicas de convivencia, de crear comunidad y de fomentar conciencia de cuidado al medioambiente a través de la educación.
Barrio Yungay es dueño de dos huertos: uno al interior de la sede de la junta de vecinos y otro en la plaza Libertad. Myriam Muñoz, presidenta del Ecobarrio Patrimonial Yungay, plantea que bajo los huertos urbanos comunitarios subyace un mensaje político. “Es una crítica al sistema neoliberal que destruye todo y ha mercantilizado nuestras vidas”.
Una visión similar tiene el cineasta Alejandro Araya, creador de Ecogranja, proyecto que se va a realizar en Recoleta. Al interior de ella habrá un huerto urbano que “no solo tiene que ver con la recolección de verduras, si no más con el trabajo colaborativo, donde van a trabajar niños con adultos mayores”.
Sobre el cultivo en sí mismo, Araya explica que la tecnología que van a aplicar se llama agroecología, que refiere a cómo los pueblos originarios producían sus verduras y hortalizas. “Consiste en respetar cada uno de los ciclos de los distintas especies y complementarlos para unos ahuyenten a los bichos que se las comen y así crear un cuadro armonioso. Es lo contrario de Monsanto”.
Myriam Muñoz percibe que la proliferación de huertos comunitarios es señal de una gran sintonía, que más allá de que se pueden hacer porque es sencillo, hay una inquietud por generar espacios de encuentro y retomar el espacio público.