Estremecedor caso de bullying: “Mi hija me decía ‘prefiero hacerme daño que hacerle daño a otras personas’”
Una mujer relata los difíciles momentos que vivió su hija de doce años en el Colegio Amanda Labarca de Vitacura, lo que la llevó, incluso, a intentar quitarse la vida.
Hace algunos días conocimos la historia de Daniela Chávez, quien en conversación con Bío Bío denunció el caso de bullying del que fue víctima su hija Fernanda de 12 años, quien producto de las cicatrices en su cuerpo por las múltiples operaciones a las que se ha enfrentado por su cardiopatía compleja, recibió las risas y burlas de sus compañeros del colegio Amanda Labarca, ubicado en Vitacura.
Producto de esto, la niña comenzó a desmayarse y a presentar vómitos sin explicación alguna. Con el tiempo y tras varios diagnósticos, los médicos pudieron comprobar que todo se debía a un estrés provocado por los malos momentos que vivió en el colegio. Ante la no respuesta que le brindó el establecimiento en su momento más allá de cambiarla de curso, decidió sacarla y hoy la mantiene con sus estudios en su hogar, con la opción de dar exámenes libre.
Ese es solo uno de los casos que se ha vivido dentro de esta escuela en el sector oriente de Santiago. Hace solo un par de años, otra situación mucho más difícil debió enfrentar otra familia, quienes accedieron a hablar con El Dínamo, pero por distintos motivos decidieron ocultar su identidad, por lo que en el siguiente relato, hablaremos de Ingrid, madre de la menor afectada.
Primeros síntomas
La menor afectada tenía nueve años cuando comenzaron los problemas. Debido a que usaba anteojos, su nariz y su aspecto físico comenzó a ser blanco de burlas de parte de algunos compañeros. Sus padres nada sabían del tema y poco a poco comenzó a dar luces de que algo pasaba.
“Ella empezó con dolores de estómago, empezamos a buscar qué era lo que le pasaba. Le preguntamos a muchos médicos y no nos decían nada, y mi hija nunca dijo ‘tengo que hacer un trabajo sola’ o ‘me dejan sola’, nada”, cuenta su madre, Ingrid. Luego, “el año 2015, siguieron estos dolores de estómago, empezó a llegar a la casa diciendo que tenía que hacer un trabajo y no la incluyeron en ningún grupo y que lo iba a hacer sola”.
Lo que ella no sabía es que la menor era víctima de agresiones verbales que, para la edad, eran de grueso calibre: “tucan” y “morsa” eran solo algunos de los calificativos que le dedicaban sus pares.
Del caso que sí tienen noción Ingrid, es que “una vez una compañera le mandó una carta diciéndole que la odiaba, que ella era lo peor. En ese momento la profesora jefe que tenía llamó al apoderado, habló y se solucionó. Pero fue LA profesora. Después de eso, los otros profesores que tuvo nunca nos llamaron a nosotros para decirnos algo. Del colegio. nada”.
En mayo de ese mismo año, la niña comenzó a dar luces de que las cosas ya no estaban dentro de lo normal, pues comenzó a rasguñarse las muñecas. “Cuando me di cuenta le dije ‘oye, ‘¿qué pasa, ¿te molestan?’, ‘sí pero no voy a decir nada’, me decía. ‘Es que si te molestan, defiéndete’, ‘no, es que no puedo, prefiero hacerme daño yo, que hacerle daño a otras personas’. Esa fue en ese momento su respuesta”.
Inmediatamente, Ingrid llevó a su hija a la psicóloga y comenzó con citas a la gastroenteróloga, para saber si los dolores de estómago tenían algo que ver con el bullying, lo que efectivamente así fue: hasta el día de hoy, ella sufre de gastritis por estrés.
Ingrid relata otro episodio vivido meses más tarde que recuerda hasta el día de hoy, el que ocurrió cercano al mes de noviembre: “Mi hija nos dijo ‘mamá una compañera me amenazó’. Mi hija le dijo qué te pasa y la tomó del hombro, entonces esta niñita la agarró y le dijo ‘no me vuelvas a tocar o te va a pasar algo grave’.
En esa oportunidad, mi hija fue a hablar con la inspectora general, que se llama Lucía –no sé si es la misma el día de hoy-, y le dijo que no le dijera nada a los papás porque lo iban a solucionar ahí. Mi hija le dijo que no, que nos iba a contar y así fue. Yo fui al otro día a conversar con esta señora y nos dijo que ‘tengo niñitas que se odian desde primero básico y ahora van en tercero medio y se siguen hablando’. Entonces le dije que ‘para mí no es normal’ y me dice ‘esto pasa todos los días’. En ese momento esa fue la respuesta de la inspectora del colegio”.
Psicosis e intento de suicidio
Fue a principios de noviembre del 2015 cuando todo ya cambió radicalmente. Pocos días antes, Ingrid había logrado cerrarle el año escolar a la menor, producto de sus buenas notas, pero posteriormente la situación se complicó.
Recuerda que en ese entonces, la menor sufrió un ataque de angustia y uno psicótico. En pocas palabras “mi hija andaba escuchando que alguien le decía que se matara”.
“Estuvo grave por definición de la psiquiatra. Nos dijeron que teníamos que hospitalizarla. Fueron varios episodios en que ella se rasguñaba la muñeca, se hacía daño. Partió en la muñeca y llegamos hasta el antebrazo”, cuenta.
El diagnóstico fue depresión severa, el mismo que mantiene hasta el día de hoy, junto con el tratamiento psiquiátrico. Nunca lograron hospitalizarla por su temprana edad y tampoco la acogieron en el Auge, ya que la petición la reconocen solo para los jóvenes desde 15 años en adelante. En ese entonces tenía 13.
“Mi hija cumple 15 en dos semanas y hasta el momento todo ha sido particular. Nosotros corrimos con todos los gastos. Mi hija estuvo con muchos medicamentos, la tuvimos en la casa con cuidadora, porque no podía estar sola. Además de eso, tuvimos que cambiar el sistema de vida porque tuvimos que guardar con candado todo con lo que ella pudiera hacerse daño: detergente, cuchillos, tenedores, cualquier cosa que tuviera punta, había que tenerla con llave”, afirma.
Aún así, eso no fue impedimento para que intentara quitarse la vida. Ingrid toma un respiro antes de relatar lo sucedido en mayo de 2016, luego continúa: “Desarmó un sacapunta y con la gilette del sacapunta se cortó la muñeca. Se cortó como tu ves en las películas como la sangre salta, así fue. En ese momento yo hablé con la siquiatra y nos dijo que mi hija estaba grave y que había que hospitalizarla”.
Futuro promisorio
Tras el hecho que conmovió a su familia, la mujer asegura que pese a seguir con tratamiento psiquiátrico y psicológico, su hija se encuentra mejor. De hecho, el año pasado logró terminar su octavo básico gracias al Centro de Aprendizaje Cooperativo, donde reciben niños que han tenido algún problema en el sistema escolar.
“Por cualquier cosa. Este centro de aprendizaje lo que hacía es que ella iba a clases de 12 a 4 de la tarde. Son cursos muy chicos, eran cinco alumnos en total, con enseñanza personalizada, con psicólogos de forma permanente. En caso de cualquier crisis está el psicólogo que los contiene mientras llaman a los médicos”, relata.
Tras todo un proceso, este año la menor que está próxima a cumplir 15 años, ingresó a un colegio particular donde, hasta el momento, todo ha marchado a la perfección, según cuenta Ingrid, no sin antes haber tomado todas las medidas del caso.
“Tuvimos reunión con el director, antes de que entraran a clases con el profesor jefe, con el coordinador que es como el inspector general de la enseñanza media, y le contamos todo. En eso fuimos súper abiertos, ellos saben los medicamentos que toma, saben el nombre de la psicóloga, tienen los teléfonos para comunicarse, saben cuándo tiene que ir al médico. Hemos estado en contacto desde que entró”, afirma.
Amanda Labarca
Pese a las intenciones de la directora, quien le aseguró que le tiene las puertas abiertas en caso de querer volver a matricular a su hija, Ingrid se fue molesta del Colegio Amanda Labarca.
Y es que antes de que comenzara todo esto, su hija era “una niñita alegre, buena para conversar, le gustaba cantar, muy amiga de sus amigas”. Pero con el tiempo se transformó en alguien que “le tenía miedo a todo. O sea, ella no ha vuelto a andar en micro, porque le tenía miedo a todo: a que la gente se le acercara, a que la miraran, miedo a qué le van a decir”.
Asegura que pese a que sostuvo conversaciones tanto con la inspectora y la directora, no recibieron mucha ayuda de parte del establecimiento. “En una oportunidad que la amenazaron, la inspectora dijo que llamarían a los padres de la niñita para conversar con ellos. Eso nunca pasó. Después nos encontramos en el mall con los papás y nos saludamos y fue todo. Nada más”.
En ese entonces, preguntó en la Superintendencia de Educación cuál era el procedimiento para presentar una denuncia y, según nos explica, “lo que hace la Superintendencia, ir al colegio, ver si los protocolos están establecidos, si hay un manual de convivencia, un encargado de convivencia… Revisan eso, si eso lo cumplen, no hay multa”.
“Cuando me explicaron bien el procedimiento, yo dije que a mí eso no me sirve, porque mi hijo sigue en el colegio y no van a hacer nada. Yo quería que fueran al colegio, que intervinieran, que hablaran con los profesores, que hicieran alguna dinámica, pero eso no se hace”, sostiene.
Es ahí cuando hice un sentido llamado, no solo a los padres de los niños que causan todo este problema, sino también a los colegios y, en especial, a los profesores.
“Yo no sé si finalmente son solo los padres los que tienen influencia. O sea uno trae de la casa también. Estos niños que hacen esto, es porque algo pasa en la casa. Yo más que nada, apuntaría al colegio, a las señales que te dan los niños, porque no solo el niño que hace desorden trae problemas, el niño que está más callado, el niño que va a hacer un trabajo y lo hace solo. El profesor tiene que estar alerta. El único nexo entre el apoderado y el colegio es el profesor, y hoy los profesores no están capacitados para hacerse cargo. Se asustan. En el Amanda Labarca son 40 niños, es súper complicado trabajar con niños, más cuando están entrando en la adolescencia. Falta capacitación, falta que el profesor vea estas luces y que llamen a los apoderados. Hay que comunicarse con los papás. Y hoy día qué pasa, que hay muchos niños que se quedan callados, mi hija se empezó a ir pa dentro. Es muy difícil darse cuenta, tremendamente difícil. Llega este momento en que están tan enfermos y no se puede hablar. Mi hija paso mas de un año para volver a entrar”.